A DIOS ROGANDO Y CON LA BIBLIA DANDO

 

Con esto del infierno no se puede jugar. Quien más quien menos ha pensado o piensa alguna vez: “mira que si luego resulta que es verdad y acabo achicharrado eternamente”. Y es que sobre nuestras espaldas pesan muchos siglos de horror, muchos ejercicios espirituales, muchos sermones, muchos ejemplitos de santos y malvados que, o cometieron antes de morir un pecado mortal – después de haber sido buenos toda su vida – o no haciendo caso a las advertencias de sus padres espirituales y de la Santa Madre Iglesia, acumularon pecados mortales y veniales. Y en el último momento, aquel fatal accidente imprevisto no les dio tiempo para confesar: “por tanto, hermanos, hay que vivir siempre preparados, bajo el santo temor de Dios. Amen”. Reyes hubo que en sus últimos días no permitían que sus capellanes se separasen un instante de su lecho para poder recibir la absolución que les garantizara la vida eterna.

Lo he leído, terrible, pero es verdad: una mala teología ha terminado por construir “la máquina de triturar pecadores más implacable, más completa y más desesperanzadora que el genio humano haya podido jamás inventar“. Es decir, a los cristianos, precisamente a los que proclaman por el mundo la “buena nueva”, les corresponde – nos corresponde – el honor de haber inventado, difundido y comerciado con la más horrible de las amenazas. Y, encima, como en casi todo, le echamos la culpa a Dios. Y como el infierno no cuadra con el “Dios es Amor”, recurrimos a la cobarde estrategia de siempre: “esto es un misterio.” ¡Leche con el misterio!

Fue hace poco. En la calle Cavanilles de Madrid me cruzo con dos jovencitos. Chaqueta, corbata, y carteras de ejecutivos. ¿Tiene Vd. un momento, por favor? No tenía prisa y les dije que sí.

-¿Sabe Vd. que el mundo se va a acabar muy pronto?

Yo finjo un susto de infarto:

-¿Pero qué me decís?

-¿Y no sabe Vd. que sólo se van a salvar ciento cuarenta y cuatro mil?

-¡Nada más que 144.000!. Entonces os aseguro que yo no me salvo. Yo soy un sinvergüenza. Pero todo eso, ¿Cómo lo sabéis vosotros?

– Lo dice muy claro la Biblia.

Ahí estaba el problema: la Biblia.

Se coge un libro escrito hace 2.500 años, el Antiguo Testamento; o 2.000 años, el Nuevo Testamento, se lee como si fuera la obra de un periodista actual. Se desconoce, en absoluto, el cuadro mental de aquellos escritores, el género literario utilizado, los usos literarios de aquellas épocas… etc., y basándose en la ignorancia, hacemos decir a esos autores lo que nosotros leemos, o lo que nosotros queremos que digan y, finalmente, a veces, lo sacralizamos con lo de “Palabra de Dios”.

Aquellos dos jovencitos de chaqueta y corbata deberían saber que para entender el Apocalipsis hay que estudiar antes.

Deberían saber que el Apocalipsis pertenece a un género literario, el apocalíptico, muy propio de aquella época, con su lenguaje específico y recursos literarios, no traducibles fácilmente a esquemas mentales nuestros. Utilizado, incluso, por el judío Jesús, que naturalmente, al no ser un ovni, hablaba como un judío más.

  1. Deberían saber que 144.000 es múltiplo de doce, y que doce significa la totalidad del pueblo de Israel, (del antiguo y del nuevo Israel.) Es decir, que los números no son sólo aritmética sino conceptos. Para entender los números hay que meterse en aquella cultura
  2. Que la Biblia como todo escrito perteneciente a una época, para ser comprendida, deberá ser leída, trabajada, e interpretada a la luz de una determinada cultura.
  3. Que ni ha sido “dictada” por Dios, ni Dios se ha saltado a la torera las leyes humanas. Y, en consecuencia, esos libros tenían que ser el resultado de la ciencia, de la cultura, de los gustos literarios y de la forma de expresarse de aquellos creyentes. Y si Jesús hubiese sido chino, tendríamos que estudiar aquella cultura de aquellos tiempos si es que estábamos interesados en su mensaje.
  4. La Biblia puede ser el mejor camino para entender algo a Dios y también el mejor instrumento para difamar a Dios.

    Y esto es lo que se ha hecho con la historia macabra del Infierno: la mayor y más grave difamación de Dios.

    Luis Alemán Mur