En los bajos barrios de la Iglesia ya no se cree en el diablo y su infierno. El infierno y el demonio fueron Instituciones en manos de la aristocracia que los aprovechó para domeñar a un pueblo infantilizado. Gran parte del poder que ha acumulado la Iglesia S.A. a lo largo de los siglos se lo debe al Demonio y su Infierno. ¿Qué hubiera sido de Roma sin Infierno?

A los pobres, como ya tienen la pobreza no les hace falta el infierno, ni nadie que los joda especialmente. De eso se encarga la sociedad y el poder.

El Poder del Templo necesita un infierno y un diablo para su autoafirmación. El poder siempre necesitó poder librar de él y amenazar con él.

El día en el que se anuncie la extinción del Infierno por falta de combustible y se declare que el demonio no fue más que un cómic para personificar la maldad de la que somos capaces, la guardia suiza del Papa tendrá que disolverse.

Estoy seguro. Ese día llorarán muchos ante el cadáver del diablo. Incluso algunos perderán su fe en Dios y en Jesús. Habrá que tener cuidado. El hundimiento del Infierno y su Gobernante podría arrastrar a la Cristiandad. Podría ser el principio del fin.

Habrá que cambiar, entonces, hasta la imagen de Dios. Habrá que revisar los catecismos. Incluso, puede que sea necesario reconstruir un Dios nuevo. Algo así como un Padre que de tan bueno se dejaba tomar el pelo, y dejó que los humanos inventaran una serpiente a la que echar la culpa de sus propias maldades. Porque, teniendo un demonio, disminuía nuestra responsabilidad ante tanto crimen, tanto egoísmo, tanto Abel pisoteado.

Lo siento por el poder sagrado y sus teólogos de Palacio. El demonio se movía muy bien entre sus columnas, como los murciélagos en la ruinas.

Por aquí, en los arrabales de la Teología, en los que yo me muevo, el demonio ya nos daba hace tiempo la risa.

Quizá, porque, al profundizar en los evangelios, comprendimos que los endemoniados son los sometidos a ideologías despersonalizadoras, esclavizantes y corruptoras de la esencia humana que no es otra que su libertad para pensar, para decidir y para no delegar jamás su dignidad en ningún zahorí, chaman, líder religioso o político.

Endemoniado, poseso, es todo aquel que se encuentre sometido a cualquier ideología, a cualquier sistema, a cualquier “sabbat”, a cualquier Institución, a cualquier Torá, a cualquier persona que no sea Dios mismo. Dios hizo al Hombre tan grande que no permite que nada ni nadie se apodere de él, ni lo manipule. Hasta Jesús, su enviado, se arrodilló a los pies de sus primeros seguidores: ¡menuda fotografía!. “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. (Evangelio. de Juan Cp. 13. V. 12).

Luis Alemán Mur