Frase evangélica: «Amarás al Señor tu Dios,
y al prójimo como a ti mismo»

1. Al final de su ministerio, Jesús mantuvo controversias en Jerusalén con la jerarquía religiosa judía y la oligarquía laica a propósito de su autoridad; con los fariseos y herodianos, respecto del tributo al César; con los saduceos, por la creencia en la resurrección; y con los fariseos, en torno al enunciado del primer mandamiento. Al final, «nadie se atrevió a interrogarlo», aunque determinaron entre todos crucificarlo.

2. Las discusiones sobre el primer mandamiento eran muy vivas, aunque constaba en la ley el importante precepto del amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,14-19). La sinagoga había deducido 613 preceptos (entre mandamientos y prohibiciones), unos «ligeros» y otros «graves». Había quienes defendían como primer mandamiento la observancia del sábado, el rechazo del culto a los ídolos y la fórmula de Hillel, hoy refrán popular: «lo que no quieras para ti no lo quieras para otro».

3. Jesús rechaza algunos preceptos judíos al curar en sábado, ponerse en contacto con el centurión pagano, comer con publicanos y pecadores y defender a la mujer adúltera. Advierte así que la voluntad de Dios tiene que ver con las necesidades de los pobres, con la dignificación de la persona marginada, con la salud de los enfermos y con la rehabilitación de los pecadores. El segundo mandamiento, el del amor al prójimo, se entiende en referencia al «mandamiento principal», que nadie discutía. Es nueva la interpretación que Jesús hace de Dios, al que llama «Padre», ya que es Dios de salud, de liberación y de salvación. No es el Dios de una élite. En suma, los dos mandamientos no se pueden separar: son iguales en importancia, aunque no en contenido. El amor a Dios implica el amor al prójimo, que no siempre es el cercano, sino el desvalido. Sólo amando al prójimo estamos seguros de amar a Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué mandamiento nos mueve en el fondo?
¿Cómo entendemos al prójimo?