LO IMPORTANTE ES LA HUMANIDAD, NO LA IGLESIA


¿Por qué nos producirá más devoción la imagen de ese anciano venerable, canoso y cansado, el emérito Benedicto XVI, que ese otro deshecho humano, mugriento, adormilado en un banco callejero?

Todos hemos soñado, alguna vez, con una Torre de Babel en cuyo ático habite la Verdad, el faro de la moral, que nos libere de la responsabilidad de ser nosotros mismos, la responsabilidad de ser libres, autónomos.

Queremos Torre porque tenemos miedo. El cristiano ha convertido su Iglesia en una Guardería. Y no era ese el plan del Dios Padre.

Las Iglesias actuales (Católica, Protestantes, Ortodoxas…) no son más que hermanos separados por pequeños e inconfesables egoísmos de herencia y de mando. Y todas ellas no son más que una entre las múltiples formas en las que pudo cuajar aquella brisa fresca que empezó en Nazaret.

Si la obra de Jesús, el de Palestina, fue organizar el clero, la Jerarquía, el Vaticano y poner en el mercado una Suma teológica, no mereció la pena.

Pienso que a Dios le importa un rábano la Iglesia-Institución, el Papa, las Conferencias episcopales, los Templos y el Arzobispo de Westminster.

Pienso que si el emérito, llamado Benedicto XVI. es una buena persona y ha llegado a su plenitud-relativa-humana, Dios estará contento.

Pienso que si el Párroco de mi pueblo es honrado, amable, justo y generoso, Dios estará contento.

Pienso que si la Señora Antonia, esa mujer vieja y gorda que está en la caja del supermercado, es feliz, buena, comprensiva… Dios estará feliz.

Pienso yo que Dios sufrirá ante tanto fracaso humano, ante tanta hambre, ante tanto desastre…y que eso sí le preocupa.

Pienso yo- y también lo piensa Juan el evangelista y Pablo de Tarso- que lo que le preocupa a Dios es la humanidad. La gloria de Dios es que el hombre viva. Y que amó tanto al Hombre que escogió a uno, y se unió tanto a él para que la humanidad aprendiera cómo se ama, cómo se perdona, cómo se vive, cómo se muere.

Y cuando se habla de Dios, la Humanidad se llena de nombres propios y apellidos. Para Dios no existe la multitud. Existe el cada uno: el hereje, el apóstata, la adultera, la viuda, el paralítico, el niño, el viejo, el fracasado, el minusválido…

Luis Alemán Mur