El obispo marxista favorito de los ‘indepes’ que se negó a bendecir el procés

 

Torra y Puigdemont lo ensalzaron como símbolo del papel que la iglesia debía tener en el procés. Pero el prelado nunca mostró ni el mínimo apoyo.


Foto de archivo del álbum personal del teólogo y obispo catalán Pedro Casaldáliga.

Cuando el pasado 8 de agosto se tuvo conocimiento del fallecimiento de Dom Pedro Casaldáliga, obispo emérito de la Prelatura Territorial de Sâo Felix do Araguaia (Brasil), TV3 interrumpió su programación y alteró la parrilla, al objeto de dedicar diversos programas para exaltar la figura del prelado. La fascinación del nacionalismo catalán por ese obispo viene de lejos.

En 2006, el entonces presidente Pascual Maragall le concedió el primer Premio Internacional Catalunya, de 80.000 euros, y una obra escultórica de Antoni Tapies. Tanto Puigdemont como Torra lo han ensalzado como símbolo del papel que debe tener la Iglesia. Casaldáliga era para ellos la encarnación del auténtico kumbayá: un obispo sin báculo, que no residía en un palacio episcopal, calzaba sandalias, escribía poemas pseudorevolucionarios, se lavaba y tendía su propia ropa y se enfrentaba a ricos y opresores en defensa de los derechos de los indígenas. El héroe juvenil que ellos jamás quisieron interpretar. Ni se calzaron sandalias ni se fueron a vivir al Mato Grosso. Pero siempre les quedaba el aroma de fuego de campamento, donde se tarareaba la canción de Silvio Rodríguez al Che y se leían poemas de Casaldáliga.

Sin embargo, ese amor no fue correspondido por Dom Pedro. Tras el inicio de su misión brasileña, allá por 1968, se negó a volver a Cataluña, hasta el punto de que Maragall tuvo que trasladarse a Sâo Felix a otorgarle el galardón. Pero no solo se negó a regresar, sino que se opuso a bendecir el proceso independentista catalán.

En 2017, en plena vorágine, declaró: “Vamos a ver qué pasa con la independencia. Preferiría que no la hubiese. Hay personas sensatas que van a enfocar la cosa de forma diferente. No es un proceso natural. No tiene sentido”. Esas palabras fueron silenciadas en los medios oficiales catalanes, que no podían creer que aquel “obispo del pueblo” no participase de la llamada “voluntat del poble“. De su propio poble. Y así empezaron las presiones sobre él. Se enviaron delegaciones, se le hicieron visitas, se instó a su hermana y a sus sobrinas, le dedicaron programas de televisión, pero Casaldáliga no dio su brazo a torcer. Jamás efectuó ni un tímido apoyo.

Tampoco es que Casaldáliga fuese un importante obispo en Brasil. El papa Pablo VI creó la Prelatura Territorial de Sâo Felix do Aragauia, al norte del estado de Mato Grosso, en 1971 y designó primer obispo al claretiano catalán. En Brasil existen nueve prelaturas territoriales, mayormente en la selva amazónica, que tampoco es el caso exacto de la que se encomendó al obispo recientemente fallecido, que se halla en la parte preamazónica del norte del estado. Dicha prelatura es la menor en número de almas de todas las prelaturas brasileñas.

El entonces llamado Pere Casaldáliga llegó en 1968 como misionero, tras 16 años como sacerdote en Sabadell, Barcelona, Barbastro y Madrid. Había nacido en una familia tradicional en 1928, en la localidad de Balsareny, a cuatro kilómetros de Sallent. Imbuido por esa cercanía y por el trágico recuerdo de la persecución religiosa en la Guerra Civil, que le marcó muy decisivamente según palabras suyas, ingresó en la orden claretiana y fue ordenado sacerdote en 1952.

Su tradicionalismo fue mutando en un catolicismo progresista que le llevó a misionar a la región del Araguaia. Ahí topó con un pueblo indígena por alfabetizar, sin otro oficio y beneficio que las peonadas que le procuraban los grandes terratenientes de las plantaciones. Desde entonces Casaldáliga se fue acercando a la Teología de la Liberación. Era el defensor de los indígenas en aquella porción preamazónica. Tampoco molestó mucho al papado: Juan Pablo II (el gran enemigo de los curas marxistas) no vio impedimento en mantenerlo como obispo, a pesar de haber sido abrazado públicamente por Fidel Castro, y estuvo en su prelatura durante casi todo el pontificado del papa polaco. De 1971 a 2005.

Su fallecimiento no tuvo repercusión en los medios brasileños. Ni el papa Francisco ha tenido un recuerdo especial para él. Es la revelación manifiesta de que a Casaldáliga se le daba más importancia en Cataluña que en Brasil y la paradoja de que ese amor nacionalista no fuese jamás correspondido por Dom Pedro.