El obispo Casaldaliga tuvo la inmensa amabilidad de escribir el prólogo al “libro La ingenuidad de Jesús. La venganza de la Torá” que publiqué hace unos años. Tras su muerte quiero recordar sus palabras.

Luis Alemán Mur

 

 

 

UNAS PALABRAS DE INTRODUCCIÓN


 

Este libro se lee con gusto y con desazón. Porque está bien escrito y porque suelta verdades mayores. El solo título ya es una sacudida: ¿de qué se venga la Torá?

De entrada quiero avisar a los lectores/lectoras del libro que su autor, Luis Alemán Mur, no es tan malo como parece en ciertas líneas leídas sin el contexto de todo el libro y fuera del contexto de la vida y la fe de Luis. Este hombre “malo” “cree en Dios como Padre, absolutamente”, y seguro que también cree en Dios como Madre. Y cree como Iglesia que es y quiere ser.

Escribe así porque ha vivido asá. Los avatares de su vida explican cierta amargura, la chispeante claridad de sus enfoques y finalmente la revolucionaria intención evangélica de sus consideraciones e invectivas.

Se podrá estar en desacuerdo con la radicalidad con que fulmina ciertos párrafos, pero casi siempre se estará de acuerdo con la sustancia y la urgencia de lo que escribe. Yo, que todavía soy obispo y quiero ser un cristiano más o menos pasable, casi siempre estoy de acuerdo con Luis.

Sí que le añadiría a su indignación saludable una brisa de serenidad; a su ironía, a veces lacerante, una dosis mayor de buen humor de andar por casa. Porque, Luis, lo que tiene de “institución” la Iglesia es relativo, necesario en buena parte, porque humana la Iglesia es y en la Historia humana acontece. Y porque esa Iglesia que lamentas y sacudes eres tú y soy yo, con los cardenales y el derecho canónico y los mil lastres seculares. Todos en ella “pusimos nuestras manos”, como decía el poeta hablando del Crucificado Jesús.

El hecho de que tú veas con tanta lucidez y muchos/muchas vean como tú, y puedas escribir lo que escribes sin que vayas a parar a la hoguera de la excomunión, ya es un buen síntoma de salud eclesial. Y lo es el hecho creciente de la mayoría del laicado y el surgimiento de comunidades fieles y autónomas. Lo son el ecumenismo y el macroecumenismo, imparables, lo es el clamor que avanza internacionalmente por un nuevo Concilio verdaderamente ecuménico y participativo.

Cada vez pienso más que “el malestar eclesial”, si va acompañado de oración, de coherencia y de misericordia, es un verdadero don del Espíritu de Jesús…

En nuestra querida vieja Europa quizá os sentís más mal porque cargáis hace más tiempo y con protagonismo culpable el centralismo, el eurocentrismo, el colonialismo eclesiásticos; y porque habéis vivido más de ceca la pertinaz cerrazón reaccionaria de la Iglesia ante y contra la modernidad. Pagáis un pecado muy casero. Bien puede ser que, convertida, esa Europa que se va haciendo una, se haga más cristiana, siendo “menos” católica; más eclesial, siendo menos eclesiástica… ¡Caminos de Dios por la Historia!

El Mundo da vueltas, Luis, y la Iglesia da vueltas con el Mundo. Y el Espíritu, a quien tú apelas, en una bellísima oración final, sigue soplando recio y lleva a la Iglesia y al Mundo todo por la singladura del Reino. Otro mundo es posible y será. Será otra Iglesia.

Desde la Amazonía brasileña y desde mi condición de obispo ya de capa caída te mando un entrañable abrazo pascual, Luis, hermano ¿Quién dijo miedo habiendo Pascua?

 

PEDRO CASALDÁLICA,

Obispo de Sao Félix do Araguaia, MT, Brasil