ROMA LOCUTA, CAUSA FINITA


“Le hizo numerosas preguntas. Pero Jesús no le contestó palabra”

Lc. 23,9

“No seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso.”

Mt. 6,7

“Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis”

Mt.6, 8

Ya viejo, aprendo a callar. Empiezas por callar las palabras. Pero no basta. Hay que poner en silencio el odio, la venganza, el menosprecio, la revancha, los sueños. Poner en silencio el ayer. Incluso el mañana.

Dejar de hablar por dentro. A veces, el corazón habla más que la lengua.

El silencio es como un entrenamiento de la muerte. Si callas, te dan por muerto. Te llevan de Herodes a Pilatos. Si callas, es evidente que eres culpable. Hay situaciones en las que ni hablar ni callar soluciona nada.

El silencio irrita, desconcierta, levanta sospechas, provoca el abuso de los demás…

Tú que hablabas tanto, que acallabas a los doctores, que deslumbrabas a fariseos y sacerdotes, cuando llegó el momento de la verdad, pasaste la barrera del sonido y entraste en el silencio. Lo más irritante, lo más desconcertante, tu misterio estuvo en el silencio.

“Palabra de Dios. Palabra de Dios”, repetimos ingenuamente en la liturgia…

¡Pero si Yahvé no dijo nunca nada! El misterio de Dios está, sigue estando, al otro lado del silencio.

Mientras tanto, los que dicen representarte, tus delegados, tus comisionistas, no hacen más que hablar, hablar… Y quieren que todos callen para poder seguir hablando ellos: “¡Palabra de Dios!”. ¿Cuándo se callará el Vaticano, cuándo se callarán tus sacerdotes, tus fariseos, tus sumos pontífices, tu sanedrín? A ver si en medio de un gran silencio oímos tu palabra.

Tú eres levadura que fermenta en silencio.

Tú eres luz que no deslumbra.

Tú eres trigo que se hunde en la tierra.

Tú eres tesoro escondido.

Tú eres piedra de valor perdida.

Tú eres oración a medianoche.

Tú eres sal que se disuelve.

Tú eres campesino anónimo de Nazaret.

Tú eres el silencio crucificado.

No entendieron bien, Señor, aquello de “id y anunciad el evangelio”. Lo tradujeron mal. Creyeron que anunciar era hablar y hablar. Y, de tanto hablar, se han resquebrajado las campanas. Ya nadie escucha tu palabra de silencio.

Te han convertido en un detergente, en una pasta de dientes. Se ha entrado en la competencia publicitaria.

Renovar, actualizar tu mensaje es encontrar un nuevo spot publicitario.

Ya soy viejo, Señor. He hablado mucho. He oído mucho. Pero me olvidé del silencio. Y allí estabas Tú.

Roma locuta, causa finita. ¡Qué sarcasmo! Cuando Roma calle, comenzará la Era del Espíritu.

Luis Alemán Mur