¿Alguna vez será el mundo como Jesús soñaba?


Yo no sé. Puede que ni Dios lo sepa. Puede que ni Dios tenga sobre su mesa una auditoría fiable sobre cómo acabará el negocio. Y es que existe un elemento no contabilizable: el corazón del hombre, libre, imprevisible.

¿Va esto contra la “omnisciencia divina”? Pienso que no. Dios sabrá todo lo que es cognoscible. Pero Él mismo se complicó la vida poniendo en marcha, por amor, un ser inteligente, libre, contingente: un maravillo monstruo, el hombre y la mujer, las dos mitades de lo humano.

La historia no está escrita. Y Dios no juega con las cartas marcadas como creían los Yahvista del Antiguo Testamento o los calvinistas del último testamento. Quizá sea eso lo más preocupante: que Dios juega con el riesgo de haber creado el ser humano.

Por tanto, puede que Él, a estas horas, no sepa el final de la película.

No crean Uds. que soy tan tonto como para meterme en este berenjenal desconociendo que a lo largo de la historia hubo personajes y distintas escuelas de sabios que dedicaron siglos discutiendo sobre lo que Dios sabe o no sabe, con lo que Dios puede o no puede. Jesuitas, dominicos, filósofos, concilios. Ha habido tortas para todos. Todos querían salvar a Dios. Si no lo sabe, no es Dios; si lo sabe no es bueno. Pero como es Dios y además es bueno: compaginar poder y bondad es un misterio. El misterio es siempre el recurso del que está hecho un lío.

A mí me huele que ese tipo de teología ha hundido a Dios y al Hombre. Porque aquí quien toca a Dios toca al hombre, y quien toca al hombre toca a Dios.

A esto hay que añadir que bajo estas elucubraciones o filosofías baratas (toda filosofía humana es bisutería de todo a cien) se esconde el radical problema de que nos movemos en tiempo y en espacio, y Dios es en otra dimensión. Y a partir de ahí, cualquier cosa que digamos es pérdida de tiempo – espacio y pedantería.

Parece, sin embargo, que el mundo y su historia depende de nosotros mucho más de lo que creemos. Y también puede ser verdad que el mundo y su historia depende mucho más de Dios de lo que creemos. Cuando pedimos que “llegue su reinado”, lo estamos deseando, y con ese deseo, ya estamos sanando el corazón. Y las enfermedades de la sociedad humana proceden del corazón: “Lo que hace daño es lo que sale del corazón, no lo que entra por la boca”.

Luis Alemán Mur