Domingo 12º del Tiempo Ordinario Ciclo A


Mateo 10,26-33:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

Palabra del Señor

Como ya he repetido, los escritores de los evangelios utilizaron las colecciones de dichos y relatos sobre Jesús que fueron surgiendo en el cristianismo inicial y que, posteriormente formaron la base de los evangelios sinópticos y el de Juan. A esas colecciones reunidas se les denominan Documento Q Eran colecciones de dichos al estilo de los se encontraban en Grecia o en entre los judíos para no olvidar la sabiduría de sus antepasados.

El antepasado de las primeras comunidades cristianas era muy reciente. Aún convivían entre los creyentes quienes habían seguido a Jesús, el galileo muerto en cruz y resucitado. A los judíos de Jerusalén les costaba mucho eliminarlo de Judea. Entre los seguidores de Jesús había quienes estaban dispuestos a morir antes de negarlo:

Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

Resulta muy conmovedor el retrato que hace Jesús de su Padre en el evangelio de hoy: ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo
sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.

Esta es la fe cristiana en Dios. Esta es nuestra fe para los cristianos. Esta es la fuente de nuestra paz. Por eso se describe como fe, esperanza y amor.

Creer en Dios no es solo aceptar la existencia de un Ser Supremo, origen de todo cuanto es. Cuando perdemos la fe, no siempre negamos la posible existencia de ese Ser Supremo. Nos resulta hasta más fácil aceptar su existencia que negarla. Sobre todo después de la muerte de un ser querido. Se prefiere que exista el Ser Supremo y nuestro difunto siga viviendo en su mundo.

En el evangelio de hoy hablamos de un Dios padre que está en todo. No solo sobre nosotros sino dentro de cada uno.

Luis Alemán Mur