“ESTO ES MI CUERPO”

“ESTA ES LA SANGRE DE LA ALIANZA MÍA”


Marcos. 14 22 y 24

Cuando Jesús dice “mi cuerpo” y “la sangre de la alianza mía” ¿Qué entendía Jesús por cuerpo y por “sangre de la alianza mía”?

Y más importante aún ¿Qué entendieron aquellos discípulos por “cuerpo” y por “sangre
de la alianza”?

Es evidente que Jesús no podía entender por cuerpo algo distinto de lo que entendían los discípulos. Jesús no hablaba en un lenguaje distinto al del pueblo. Por tanto, el significado de las palabras era el mismo para Jesús que para el pueblo. No vale, pues, cargar de significados místicos o de ciencias de misterio las palabras de Jesús.

Habrá que repetir mil veces que antes de ser levantado de la tumba por el Padre, aquel galileo ni se parece a un extraterrestre, ni es un filósofo de Grecia.

Si en aquella cena hubieran estado Platón, Aristóteles, Buenaventura o su admirador Benedicto XVI, no hubieran entendido al Maestro de Nazaret. Por supuesto que tampoco ningún “cristiano de la calle” de hoy se hubiera enterado de algo de lo que allí se dijo.

Y todo porque son dos mundos muy distintos el de la cultura semita y el de la cultura griega. Cuerpo y sangre son conceptos diferentes para judíos semitas y para pensadores griegos o cristianos occidentales. Jesús era un israelita, y además del pueblo. El cristiano occidental helenizado de la edad media o del siglo veinte tampoco hubiera podido asistir a la última cena.

Diccionario bíblico (Heinz Obermayer. Kurt Speidel. Gerhard Zieler. Klaus Vogt.)

Cuerpo.
“Distinguir entre alma y cuerpo, viene de la filosofía griega. Según la mayoría de los textos bíblicos el hombre no consta de cuerpo y alma sino que es cuerpo (soma) y psique (alma, nefés)

La expresión “salvación del alma” no es bíblica. En la biblia se habla y se trata de la “salvación del hombre”. (Es decir, “salvar el alma” es salvar el hombre)

En algunos textos del Antiguo Testamento tardío ya influenciados por la cultura griega (Sab 8,19 Eclo 12,7) aparece la contraposición entre cuerpo y alma. En el NT, cuerpo significa casi siempre “persona viviente”. A pesar de la influencia del griego.

No es bíblico considerar el cuerpo como enemigo.

En S. Pablo “cuerpo de Cristo” es una imagen para expresar la realidad de la “Iglesia”

El semita al hablar del hombre, lo enriquece de tres dimensiones:

*Lo que no se ve: su voluntad, su inteligencia, sus ideas…

*Lo que se ve: el cuerpo, su actividad, sus hechos, su historia, su manera de comportarse…

*La carne: es lo perecedero, lo caduco, lo mortal.

No se ven los pensamientos ni las ideas. Ni los deseos, ni el odio ni el amor. No se ven los sueños ni los miedos. La angustia y la seguridad no se ven. Ni el rencor ni los recuerdos, ni la libertad. Esa vertiente de lo que somos, aunque sea “vida” no se ve. El cuerpo es el testigo trasparente de lo que somos. El cuerpo para un semita no es sólo carne que se pudre. Es la forma de vivir, de actuar, de afrontar el existir.

Aceptar mi forma de vivir, incorporarse a mi historia eso es comer mi cuerpo, como el que come este pan. Porque quien coma este pan, en recuerdo mío, digiere mi cuerpo: mi forma de ser.

Se acabó la antigua alianza. Fin de ese tiempo en el que el hombre identificó su plenitud con el cumplimiento de un sistema de leyes.

Desde ahora en adelante la vida
de un creyente en Jesús será fruto de esta Nueva Alianza. Discípulos son los que viven como Jesús. No el que habla como él, sino el que hace lo que él. Eso es comulgar con Jesús. Eso es comer su cuerpo. Y eso se expresa visualmente cuando comemos este pan en su memoria, “sacramentalmente”, decimos ya los creyentes.

La nueva Ley, su mandamiento, el nuevo testamento se sella con sangre. Los antiguos sellaron el “si” a la Antigua ley con la sangre de animales. Jesús pone su sangre para firmar su Ley. Nosotros debemos estar dispuestos, si fuera preciso, a poner la nuestra por defender la nueva vida elegida, como Jesús. Esta copa de vino expresa, sacramentalmente nuestro “amen”

Los griegos, tan listos ellos, inventaron otra forma de analizar al hombre. El hombre, como todo lo existente, está compuesto de forma y materia (alma y cuerpo). Espíritu y materia dos realidades independientes.

Los escolásticos, tan sabios ellos, sacralizan lo griego. El espíritu es indivisible, incorruptible, y por tanto, el alma es eterna. (¡Toma del frasco, Carrasco!)

De este enfoque filosófico-teológico nace el “palabro” transustanciación. Es decir, todo lo que existe tiene:

Accidentes: la blancura, la dureza, lo grande, el olor, el sabor, peso…

Substancia: debajo de esos accidentes hay algo que no se ve, pero es.

Según el contubernio filosófico-teológico, en un altar después de unas palabras mágicas, pronunciadas por un mago sagrado, en medio de un silencio cósmico, quedan los accidentes intactos, pero la substancia del pan se transforma en substancia de Cristo. Y la substancia del vino en sangre.

¿Qué quieren Vds.? Yo prefiero la sencillez, el simbolismo, la poesía, la ingenuidad, el semitismo y profundidad de aquella mesa de despedida. Allí no hubo ningún rito nuevo. Jesús no inventó ningún rito. Solo una cena, en la que hubo mucha cercanía, traición y mucho amor. Sin teólogos, sin filósofos, ni palabros malsonantes.

Luis Alemán Mur