El papa negro que reconcilió a los jesuitas y Roma

Adolfo Nicolás, que lideró la Compañía de Jesús entre 2008 y 2016, falleció ayer en Tokio a los 84 años. Había nacido en un pueblo de Palencia


El Papa Francisco en un cariñoso gesto con el jesuita Adolfo Nicolás durante una audiencia en el Vaticano en 2014

Tokio. 26 de noviembre de 2019. Unos minutos antes de tomar el vuelo de regreso a Roma, Francisco desayuna en la casa para jesuitas mayores y enfermos. Entre ellos, se encontraba el padre Adolfo Nicolás, el que fuera prepósito general de la Compañía entre 2008 y 2016. Una escena para la historia que sabía a despedida, por lo avanzado de su enfermedad. El primer pontífice jesuita de la historia bendecía al que fue algo más que su «jefe». El Papa blanco se inclinaba ante el «papa negro» avalando su ministerio y sepultando esos desencuentros siempre latentes entre la orden con más peso en la historia de la Iglesia y la Santa Sede. El religioso palentino fallecía ayer en Japón a los 84 años. No precisamente por casualidad. Allí se recluyó después de concluir su servicio como 29 sucesor de san Ignacio de Loyola, porque aquel fue su destino misionero en 1961.

Salvo algunas estancias en Roma y Filipina, se entregó al frente de la provincia «Nipónica», como asesor del Episcopado japonés y moderador de las regiones jesuitas de Asia Oriental y Oceanía. También fue presidente de la Unión de Superiores Generales, el organismo que aglutina a todas las congregaciones religiosas del planeta. El presente líder de los jesuitas, el venezolano Arturo Sosa destacó ayer su «sentido del humor, coraje, humildad». La valentía de Nicolás fue lo que le llevó a seguir los pasos de san Francisco Javier hacia un territorio que siempre se le ha resistido y todavía se le resiste al orbe católico en su expansión. Y de arrojo con dosis de delicadeza también tuvo que echar mano al frente de la Compañía en tiempos convulsos para la vida religiosa en Roma.

Durante el generalato del también español Pedro Arrupe, Juan Pablo II intervino a la ordena…. Y reciente el libro «Los jesuitas: Del Vaticano II al papa Francisco» (Mensajero) de Gianni La Bella, desvelaba que a punto estuvo de ocurrir también en el año 2006 con Benedicto XVI, fruto de un empeño personal del entonces secretario de Estado, Tarsicio Bertone. En ese momento, la opinión de Jorge Mario Bergoglio se convirtió en determinante para evitarlo. Y eso que el cardenal arzobispo de Buenos Aires se mantenía alejado de los jesuitas, por la tensión que generaron al ser provincial argentino durante los años más duros de la dictadura.

Seguir el rumbo

Con este clima, Adolfo Nicolás asumió el timón de la Compañía de Jesús, con bastante mano izquierda, pero sin perder nunca el rumbo de sus predecesores en la opción preferencial por los pobres, la apertura al ecumenismo y el diálogo interreligioso, así como la siempre apuesta por la profundidad intelectual y espiritual en aras de la misión de sus clérigos. Lo que desde luego no imaginaba es que con él se diluiría toda la indigestión vaticana a golpe de fumata blanca. Y es que, a pesar del distanciamiento que todavía mantenía con los suyos, nada más ser elegido Papa en el cónclave de 2013, Bergoglio selló con un cariñoso abrazo una reconciliación sin parangón. No solo entre jesuitas, dando de esta manera carpetazo a las heridas del pasado. Sino entre el sucesor de Pedro y el sucesor de San Ignacio. Hasta hoy. Una paz eclesial nunca vista.