Se enfrentó al Templo. Pero fue culpable porque se lavó las manos. Después del agua, sus manos seguían llorando sangre.

Enfrentarse al Templo, a los saduceos, a los fariseos y a los sacerdotes ponía en peligro su nómina, su puesto. No encontró culpable a Jesús. Pero, al enfrentarse al Templo, se jugaba su salario. No estaba contra Jesús. Pero si lo defendía, el asunto podría llegar tergiversado a Roma. Y Roma es una ciudad que impone mucho respeto. Por eso, luego, andando el tiempo, la Cristiandad la escogió como su sede.

Cuando Pilatos se lavó las manos, no miraba a Jesús. Miraba a Roma. Jesús no le inspiraba miedo. Fue Roma quien hizo de Pilatos el prototipo del cobarde.

“Quien no está conmigo está contra mí”. No es un principio vigente en la diplomacia clerical romana.

Dijo un obispo pequeño y servil: “yo estaré siempre al lado de la autoridad”. Hoy es Arzobispo.

Este buen señor se seguirá lavando las manos como su maestro Pilatos. Aunque el agua sea de Lanjarón.

Luis Alemán Mur