He aquí la palabra. He ahí la clave. He ahí el “Evangelio”.

Y sólo se comprende en propia carne. No es concepto. No es filosofía. Ni siquiera se aprenden en teología. Como las grandes verdades –que son muy pocas- se comprenden con el “pazos”, palabra griega de donde viene empatía, simpatía, psicología, etc. Palabras que siempre llevan el contenido muy rico de experiencia, vivencia como contrapuesto al mero conocimiento de la mente: sufrir con el enfermo, no es sólo conocer al enfermo o su enfermedad; alegrarse con la alegría ajena sólo es posible desde la experiencia. Esto lo saben uy bien os intelectuales, los filósofos, los teólogos, lo sicólogos. Sin embargo, la tiranía de la “idea” olvida el vigor de la vivencia. La solidaridad no es una idea. Es, ante todo, una vivencia.

Y solo se vive en propia carne. Solidaridad y soledad son palabras y realidades que se arrastran. Aprendes lo que es solidaridad cuando la anhelas desde la soledad. Y la soledad es estéril si no alumbra la solidaridad.

Tienes un amigo, un hermano que dice comprender tu dolor, tu situación, pero, después de condolerse, pasa de largo porque si se queda doliéndose contigo, tendría que ser solidario, algo así como meterse en tu pellejo y sufrir contigo o despojarse de su capa para aliviar tu frío y eso ya es el “evangelio” y se corre peligro. La solidaridad cambia la vida. El Evangelio cambia la vida.

Si quieres le puedes seguir llamando amor, caridad. Pero son palabras muy devaluadas por el uso o mal uso. Perdieron la belleza original.

En el atardecer, caes en la cuenta de que la ciencia, el progreso, la misma Fe o se transforman en fraternidad solidaria o se quedan en simple pedantería.

Luis Alemán Mur