Frase evangélica: «Él es de verdad el Salvador del mundo»

1. El evangelio de la Samaritana es una de las escenas más humanas y bellas del cuarto evangelio. Gira en torno a la cuestión de quién es Jesús y cómo se accede a él por medio de la fe. Constituye una iniciación o proceso catecumenal. En el doble diálogo que mantiene Jesús con la Samaritana y con los discípulos, san Juan describe un proceso análogo: revelación misteriosa de Jesús, incomprensión del interlocutor y revelación explícita. En ambos casos, el punto de partida es vital y sencillo: la sed y el hambre. Desde estas necesidades humanas, Jesús revela otros dones: el «agua viva» y el «alimento nuevo». El «agua» es sinónimo de «don de Dios» o de la palabra de Jesús que debe ser «bebida», interiorizada por el discípulo. El «alimento» de Jesús es la voluntad del Padre y el cumplimiento de su «obra», que es la misión cristiana.

2. La Samaritana progresa en el conocimiento de Jesús gradualmente. Al principio, Jesús es para ella un viajero desconocido; después, un judío enemigo; a continuación, un hombre desconcertante; más tarde, un profeta; y, finalmente, el Mesías. Según el credo de san Juan, los títulos básicos de Jesús son «Mesías» e «Hijo de Dios», que se resumen en el de «Salvador del mundo». La Samaritana es prototipo personal que puede representarnos a los cristianos actuales. Hemos heredado unas tradiciones reducidas con frecuencia a un culto formalista dirigido a quien no conocemos. En realidad, vivimos pendientes de nuestra vida, de nuestros «maridajes», divorciados del verdadero amor. Tenemos conversaciones y diálogos, pero rara vez nos dejamos interpelar profundamente por otro, y difícilmente interrogamos al otro. Mientras no coincida con nuestro acento, habla, etnia, cultura o clase social, el otro es, en principio, una especie de enemigo. Muchos hombres y mujeres, aunque vivan próximos como los judíos y samaritanos, «no se tratan».

3. Jesús está en medio del camino, como un caminante más; se identifica con todos y a todos «trata». Siempre está dispuesto al diálogo, a pronunciar palabras de «vida», a revelarse progresivamente. Nuestros niveles de fe o nuestros juicios en relación a Jesús tienen una graduación extensa: es uno más, es alguien que desconcierta, es un profeta que interpela, es el Salvador del mundo… Como su descubrimiento conlleva un proceso analítico de nuestra vida, fácilmente desviamos su palabra dialogante; rara vez llegamos al final, hasta que se diga «todo».

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos dejamos convertir por el Señor?

¿Dialogamos con Él?