Un libro anónimo enviado a todos los obispos embarra la carrera a la cúpula episcopal

Los 87 electores se han encontrado en su correo con un paquete anónimo en el que se les hacía llegar el libro ‘Complot de poder en la Iglesia española’ contra el candidato Omella


 

El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas (d), el cardenal arzobispo de Barcelona, Joan Josep Omella (c), y el exnuncio Renzo Fratini. (EFE)

 

JOSÉ R. NAVARRO PAREJA 02/03/2020

Los obispos afrontan divididos la asamblea plenaria que les reunirá a partir de este lunes en Madrid y que tiene como principal cometido la elección de los cargos directivos de la Conferencia Episcopal para los próximos cuatro años. Pese a tratarse de unas elecciones sin candidatos oficiales y ningún tipo de campaña pública, o quizá precisamente por eso, los rumores y las presiones son constantes y se han multiplicado en los últimos días.

A la injerencia del Gobierno —que hace unas semanas se encargaba de dar a conocer que su candidato a presidente era el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella— se han sumado esta semana otros movimientos en su contra, como el envío de un libro a todos los obispos de forma anónima en el que se le presenta como calculador, manipulador y arribista.

Mientras, desde el sector contrario, el más conservador, el cardenal Cañizares se auto-reivindicaba como candidato —sin decirlo abiertamente— y se desdibujaban las opciones de Sanz Montes, el arzobispo de Oviedo. Una división de sensibilidades que agrupa a los obispos en torno a dos marcados bloques. Uno, que afirma en privado que Omella cuenta ya con todos los votos necesarios y da por cerrada su elección como presidente, mientras que el otro pone en duda ese alarde de fuerza, pero teme que la dispersión del voto entre los candidatos más conservadores pudiera favorecer al final la llegada del arzobispo de Barcelona a la cúpula de la Conferencia Episcopal.

Entre las maniobras para influir en los obispos, la semana pasada se daba un hecho inédito en las elecciones a la presidencia. Los 87 electores se encontraban en su correo con un paquete anónimo en el que se les hacía llegar el libro ‘Complot de poder en la Iglesia española: Barco contra Omella. En defensa propia’, escrito bajo el seudónimo de Jacques Pintor.

La publicación tiene como objetivo inicial la defensa de la figura de Miguel Ángel Barco, un sacerdote reducido al estado laical por una presunta paternidad que él mismo niega. Pero en ese intento de defensa, y esa es la razón por la que sido enviado a los obispos, carga contra el cardenal Omella y lo describe como uno de los principales artífices de la campaña que llevó a la renuncia del anterior arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña.

Para demostrar la inocencia del exsacerdote, el libro difunde numerosos documentos —mensajes de WhatsApp, correos electrónicos, cartas enviadas al Papa, demandas judiciales— que supuestamente demostrarían las maniobras de Omella para derrocar a Ureña y sustituirle al frente del arzobispado de Zaragoza. Aunque muchos dudan de la autenticidad de parte de esos documentos, el propio Omella tuvo que declarar como investigado el pasado verano, en un proceso abierto por el antiguo sacerdote, que finalmente fue archivado. Más allá de la veracidad de los documentos, el extraño y anónimo envío ha logrado poner de actualidad una polémica que acompaña a Omella desde hace años.

Quizá por ello, desde el sector más proclive a su elección, se han apresurado a afirmar que el arzobispo de Barcelona cuenta ya con los apoyos necesarios y que su elección se da ya como hecha entre los obispos. Una demostración de fuerza que cuesta creer si tenemos en cuenta que en las últimas elecciones a presidente, Omella no recibió ningún apoyo de los obispos, y en las anteriores, tan solo uno de ellos apostó por él como candidato. A pesar de ello, en el sector contrario, el de los obispos más cercanos a los planteamientos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, empieza a cundir la preocupación de que la dispersión de votos entre sus candidatos pueda favorecer la llegada de Omella a la presidencia.

Si hace unos días el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, parecía el candidato preferido por el sector conservador, la entrada en escena del cardenal Antonio Cañizares, autoproclamándose candidato, parece diluir sus opciones. El arzobispo de Valencia concedía una entrevista a ‘Religión digital’ en la que confirmaba lo que ya adelantaba El Confidencial: públicamente no se postula como candidato, pero sí está dispuesto a aceptar la presidencia si los obispos le eligen. Cañizares reclamaba un futuro presidente con liderazgo, capaz de coordinar la Conferencia y dialogar de tú a tú con el Gobierno y los diversos sectores sociales. Una descripción en la que él mismo encaja a la perfección, si tenemos en cuenta sus gestiones como vicepresidente en periodos anteriores.

Sin embargo, en contra de las opciones de Cañizares, siguen estando su edad y los problemas de salud que arrastra desde hace años. Cañizares cumplirá 75 años el próximo octubre y tendrá que presentar al Papa su renuncia como arzobispo de Valencia. Habitualmente, el Vaticano suele conceder una prórroga de varios años, pero lo cierto es que si mañana Cañizares fuera elegido presidente, su continuidad al frente de la Conferencia estaría vinculada a que el Papa le revalidara al frente de la diócesis de Valencia hasta casi los 79 años. No sería un hecho extraño, puesto que tanto Rouco como ahora Blázquez fueron ratificados hasta edades similares.

Sin embargo, el hecho de que la presidencia de Cañizares se redujera a un único mandato de cuatro años, sin posibilidad de reelección, o que incluso tuviera que interrumpirse antes por problemas de salud, es visto con preocupación incluso por los obispos más cercanos. Aunque desde el entorno del cardenal de Valencia insisten que está totalmente recuperado de la enfermedad que le debilitó hasta el extremo hace unos años, su hablar entrecortado y un tanto errático en sus apariciones en público no parece confirmar esa mejoría.

En contra de Cañizares pesan su edad, casi 75 años, y los problemas de salud que arrastra

Pero el propio Cañizares no parece preocupado por esa eventualidad. Desde su entorno, insisten en que está dispuesto a asumir el desgaste que supondría la presidencia. E insisten en su posición moderada, con su apoyo a las causas sociales y a los emigrantes, siguiendo los dictados del papa Francisco, y en su capacidad de consenso y diálogo, que siempre le ha servido para mantener buenas relaciones con los ejecutivos socialistas.

Una fortaleza que es, por el contrario, la parte más débil de Sanz Montes, el otro candidato del sector conservador. Su firmeza y radicalidad frente a los postulados del Gobierno son vistas con miedo por algunos obispos que dudan de su capacidad de intermediación. Y en ese sentido, recuerdan su tuit del pasado 8 de enero, el día en que Sánchez prometía su cargo, en el que afirmaba que la “incertidumbre dibuja hoy el horizonte” y pedía a la “Santina, sálvanos y salva España”. A su favor, Sanz Montes cuenta con su edad (65 años), que le permitiría liderar la Iglesia española en los próximos años.

La incertidumbre dibuja hoy el horizonte. Sabemos q tras las nubes y tormentas, el sol amanece devolviendo el color a cuanto la torpeza, la mentira y la vanidad nos había secuestrado. Pido a Dios q ese sol q nace de lo alto alumbre nuestro camino. Santina, sálvanos y salva España

El peculiar proceso de voto que marca el reglamento de la Conferencia podría ayudar a resolver las dudas. Los obispos acabarán hoy su reunión sabiendo quiénes son los candidatos más apoyados gracias a la votación de sondeo que celebrarán esta tarde. Es una elección orientativa, no vinculante, pero a partir de ella ya se puede hablar de unos candidatos oficiales y dará la pista sobre la posible división en el voto conservador.

En función de los resultados, a los obispos les espera una larga noche de negociaciones y pactos para que los candidatos más apoyados lleguen a la votación definitiva del martes con el máximo de posibilidades. La elección de los cargos requiere la mayoría de los presentes, lo que cifra en 44 los votos necesarios para ser investido presidente si ninguno de los 87 obispos y administradores con derecho a voto se ausenta de la sala. Si tras dos votaciones ninguno de los candidatos alcanzara esa mayoría, los obispos pasarían a elegir solo entre los dos candidatos más votados. Si se diera un empate, el presidente sería el candidato de mayor edad.