Lo humano no es propiedad exclusiva de los cristianos. El “humanismo” cristiano puede ser una apropiación indebida más de la creación. Lo específico de lo humano es reconocer al hombre como hermano. Lo específico cristiano es reconocer a Dios en el hermano. Eso sí es ya fe cristiana.

Y el fallo de los cristianos pudiera ser intentar reconocer a Dios en un hombre sin reconocer al hombre como hermano.

En consecuencia: Desde mi imbecilidad, que no es poca; desde mi pobreza, evidenciada en mi anonimato, me atrevo a gritar a los señores musulmanes, a los señores dueños del Vaticano, a las turbas deambulantes de Jehová, a los judíos creyentes o ateos que:

• Aparten de sus preocupaciones a Dios, Alá, Yahvé, Jehová, y que cada uno ponga su particular fotografía de Dios en su mesilla de noche,

• Que en adelante, cualquier religión, cualquier creencia pasada o futura, cualquier eternidad, con paraíso o sin él, cualquier creyente deje a Dios tranquilo, (¡él sabe defenderse sólo!) y se dedique a ayudar al hombre. El hombre necesita desarrollarse, crecer para llegar a ser humano. Y no lo puede hacer si otros hombres no le ayudan.

• Toda religión que no empiece o termine en una mesa de repartir y compartir debería ser excluida de la sociedad de los hombres.

• Finalmente. Todas las religiones existentes deberían depurar sus credos hasta poner como centro de su quehacer, ayudar a los hombres a ser hombres. A partir de ahí, ellos mismos elegirán ser humanos o no.

¿Y las minusvalías?

No perdamos, como puerta de entrada o de salida, la respuesta de Jesús ante una minusvalía.

“Al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento. Le preguntaron sus discípulos: Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego? Contestó Jesús: –Ni había pecado él ni tampoco sus padres, pero así se manifestarán en él las obras de Dios. (Jn 9, 1-3)”

Sin entrar en mayores estudios exegéticos y teológicos sobre estos versículos, algo parece evidente: la minusvalía de un hombre puede ser una manifestación de Dios. Una “epifanía”. En una minusvalía se puede manifestar nada menos que Dios.

Es muy difícil, muy difícil hablar de minusvalías sin referirse a Dios y sin hablar de las bienaventuranzas del evangelio. También es muy difícil hablar de Dios ante una minusvalía. Ni Dios ni las bienaventuranzas solucionan lo que llamamos minusvalías. Pero si la teología no se hace desde los débiles y desde la debilidad, y si la minusvalía no nos manifiesta a Dios, es que no hablamos del Dios de Jesús.

La minusvalía puede ser un doloroso atajo de ida y vuelta hacia Dios. Yo no sé si las minusvalías son defectos de fabricación. Lo que sí he comprobado, no pocas veces, es que son grietas por las que Dios se ha colado a raudales. El Dios del débil es el Dios de Jesús. El Dios del poder es dios primitivo, es dios pagano. Mal negocio para la fe del evangelio querer presentar a Dios junto a los ejércitos, cobijado bajo grandes templos, o deslumbrantes ceremoniales, como signos de su presencia entre los hombres. Una debilidad puede cobijar más a Dios que una Pirámide o una Capilla Sixtina.

La minusvalía es como un examen final, como de doctorado, para responder a las peguntas finales. Qué es el hombre. Qué es un ser humano. Qué es la creación. Qué es Dios. Qué es acción de Dios en la Naturaleza y en la Historia. Cuál es el sentido integral de la vida.

No se lo preguntéis a un teólogo. Preguntadlo mejor al padre de ese hijo con síndrome de Down. Usted y yo hemos comprobado, con frecuencia, que en muchas familias, un minusválido, o discapacitado actúa como “material radioactivo” generando como una contagiosa atmósfera de intensa humanidad.

Jesús, con su respuesta, se quedó como tantas otras veces, en la puerta del misterio. Quizá lo de Jesús no era ciencia, sino fe.

Luis Alemán Mur