“Al llegar, supe que Dios no podía existir”

75 ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DEL CAMPO

Annette Cabelli consiguió escapar de la muerte en Auschwitz porque aprendió rápido el alemán, trabajaba dentro de un hospital y a los soldados alemanes les gustaba cómo cantaba.

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Con apenas 17 años, Annette llegó a Auschwitz agarrada a su madre. Las metieron en un camión con una cruz roja junto a otras mujeres, niños y ancianos, pero apareció una prima suya con un soldado alemán y la sacaron de allí. No volvió a ver a su madre: “¿Ves el humo de esa chimenea? Allí está tu mamá”, le dijo un guardia a Annette unos días después.

Pese a ser tan joven y quedarse sola, Annette Cabelli (Salónica, 1925) logró sobrevivir a Auschwitz. Un total de 1.100.000 personas, en su mayoría judías, no tuvieron tanta suerte y murieron en la cámara de gas. Annette consiguió escapar de la muerte porque manejaba bien los idiomas y aprendió rápido el alemán, trabajaba dentro de un hospital alejada de la intemperie y a los soldados alemanes les gustaba cómo cantaba.

Por un trozo de pan extra, Annette cantaba canciones tristes en ladino (muy similar al español) y en italiano a los soldados alemanes. “Ellos también echaban de menos a sus madres”, afirma esta encorvada mujer de 94 años.

Al ser preguntada por la triste paradoja de esta historia, Annette coge la muñeca del periodista, le mira a los ojos y le canta en susurros:

“¿Dónde estás, corazón,

no oigo tu palpitar.

Es la grande dolor

que no puedo llorar.

Yo quería llorar

mas no tengo más llanto;

la quería yo tanto

y se fue

para nunca tornar”.

En Auschwitz, ella lo cantaba pensando en su madre. Y como cuenta la canción, Annette no lloró ni un solo día en el campo de exterminio. “No tenía tiempo para llorar, tenía que sobrevivir”, cuenta esta judía sefardita en una comida en Madrid organizada por el Centro Sefarad-Israel, con motivo del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz.

Cabelli, que vive ahora con su hija de 70 años en Niza (Francia), ha venido una semana a España para explicar su experiencia personal en Auschwitz. También se ha reunido con la ministra de Exteriores, Arancha González-Laya, y ha inaugurado la exposición ‘Auschwitz-Birkenau’ en el Mes de la Memoria del Holocausto, gestionado por el Centro Sefarad-Israel. Su objetivo principal, nos cuenta con una vocecilla temblorosa, es contar a los jóvenes un pasado que, en muchas ocasiones, no saben que ocurrió. En una reciente encuesta de la CNN, uno de cada tres jóvenes europeos no sabía explicar qué fue exactamente el Holocausto ni el exterminio nazi. Y ante ese drama, los últimos supervivientes de los campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau intentan combatir la desmemoria.

“¡La película está aquí!”

Un ejemplo es la propia Annette Cabelli, quien unas horas antes de la comida con este periodista, relató el horror de Auschwitz ante 900 adolescentes en un auditorio de Alcorcón. Annette fue deportada con 17 años por ser judía desde su ciudad natal, Salónica, al campo de concentración de Auschwitz. Después pasó por los campos de Ravensbrück y Maichow, antes de superar su última gran prueba: las marchas de la muerte de los nazis a punto de perder la guerra en 1945.

“Es posible que a las pocas personas que quedamos vivas y sufrimos Auschwitz no nos quede mucho, yo ya tengo 94 años“, relata Annete con una sonrisa antes de pedir una cerveza. “Hay libros, hay historias… No se puede contar todo lo que pasó. Cada persona tiene su relato único. ¡La película está aquí!”, dice una y otra vez Annette, señalándose la cabeza.

El de arriba no hizo nada por nosotros. Mi mamá creía en Dios, pero al llegar a Auschwitz el primer día, supe que no podía existir

Hace unos años, después de que Annette contara su historia en el campo de exterminio, un niño levantó la mano y le preguntó si después de todo ese sufrimiento seguía creyendo en Dios. Ahora, cuando llega el segundo plato, ella niega con la cabeza: “El de arriba no hizo nada por nosotros. Mi mamá creía en Dios, pero al llegar a Auschwitz el primer día, supe que no podía existir”, afirma.

En el campo, pronto cogió el tifus. La llevaron al hospital. Ese médico le salvó indirectamente la vida: “Le dijo a la capo: cuando vayan a coger a esta señora para llevársela [a la cámara de gas] la dejas, porque se va a morir. Si se muere, que se muera natural“. Annette lo repite varias veces: “Tuve una suerte única”.

“Los alemanes venían al hospital y decían: tú, tú y tú, venid conmigo. No tenía esperanza. Todos sabíamos que tarde o temprano íbamos a morir”, explica con la mirada perdida. Uno de los trabajos de Annette antes de coger el tifus era retirar los cadáveres de los barracones. Recuerda cómo, al levantarlos, emergían ratas gigantes que se intentaban comer lo que quedaba de aquellos cuerpos insignificantes.

Acto seguido, Annette relata la historia de la marcha de la muerte. Iban descalzos, sin ropa y en pleno invierno, casi sin comer ni beber durante días. Parecían un ejército de fantasmas: “El 50% de la gente se quedó por el camino”. Cabelli se inventó que era francesa para que los rusos la dejaran marchar a París. Y allí, sin conocer a nadie, poco a poco volvieron a la vida los pocos griegos que quedaban. Pero un trozo de Cabelli se quedó en aquellos barracones.

La vida de después

Cuando se entrevista a una víctima del Holocausto, la conversación se suele centrar en su experiencia dentro del campo de exterminio. Pocas veces, bien porque se haya agotado el tiempo o por la resistencia de la propia víctima, se habla de su vida de después, como si les atacara la famosa culpa del superviviente.

Su marido, Harry Cabelli, era amigo de su hermano, ocho años mayor que ella, en la escuela griega. Volvieron a coincidir en Auschwitz, antes de que a Harry le mandaran a Mauthausen. Pero lo que podría parecer una historia de amor en medio de la tragedia y muerte acabó siendo una prolongación de la desgracia.

Tras su liberación, Annette se pasó el siguiente año llorando, se casó con Harry Cabelli y tuvo una hija poco después. Su hija mayor, nos cuenta, nació también llorando. “Cuando me fui a París, estuve un año entero llorando. No tenía a mi mamá, no tenía familia y me quedé embarazada”, añade. “La atmósfera en casa nunca fue buena. Mi hija me reprocha lo que hice, pero yo tenía solo 20 años… Cada día había cosas que no podía olvidar: los primeros tiempos después del campo fueron muy malos. Tuve que trabajar mucho para tener una habitación, poder enviar a las hijas a la escuela… Lo pasé muy mal”, relata.

Y continúa: “Los domingos siempre nos reuníamos varios judíos y hablábamos y recordábamos el campo de concentración. Mi hija mayor, desesperada, nos gritaba: ‘¡Solo tenéis amigos judíos, solo habláis del campo y siempre estáis en el mismo ambiente!’. Hablábamos siempre. Siempre estábamos juntos los pocos que quedábamos, era inevitable no hablar de la guerra”. Cuando no quería comer, Annette le decía: “Come, ¡come! Yo a tu edad no podía comer”.

PREGUNTA. ¿Cómo explica a los jóvenes en sus charlas lo que es el hambre?

RESPUESTA. No lo sé. En nuestra sociedad, ya no existe. Cuando pasas dos o tres días sin comer, llega el delirio. Te juntas con varias personas y comienza el delirio. Nos juntábamos en los barracones y empezábamos a decir lo que comería, lo que cocinaría mi mamá… Hablábamos todo el rato de comida.

P. ¿Qué hacía para paliar el hambre?

R. Me colaba en la cocina de los alemanes y pasaba a gatas. Me podían matar, pero tenía tanta hambre que me daba igual. Me colaba para coger varios trozos de pan. Cuando volvía, repartía un poco.

Termina la comida. Annette se deja fotografiar, sonríe y, ayudada de un bastón, sale del restaurante. “Voy como una cebolla”, dice al resto de acompañantes, justo antes de recordar al periodista que en 2017 consiguió su pasaporte español gracias a la Ley de Nacionalidad Española para Sefardíes y que se reunió con Felipe VI. Annette camina muy lento. El frío es incómodo. En la esquina, surge un viento gélido y Annette se para, agacha la cabeza y aguanta un par de minutos para coger fuerzas.

Todas las historias de los campos de concentración son únicas, todas llenas de una trágica y desconcertante fatalidad. Primo Levi contaba que uno de sus grandes temores era volver a casa después del campo de exterminio, contarlo y que nadie escuchara. Que los familiares se volvieran completamente indiferentes. “Para nosotros, hablar con los jóvenes es cada vez más difícil. Lo sentimos como un deber y a la vez como un riesgo: el riesgo de resultar anacrónicos, de no ser escuchados“, decía el escritor y superviviente de Auschwitz.

Annette Cabelli ha decidido dedicar los últimos años de su vida a luchar contra el olvido. “Mi hija me pregunta hasta cuándo voy a seguir viajando y dando charlas”, culmina. “Yo le digo que hasta el último suspiro”. Esta viejecilla invencible, como la calificó hace un año Miguel Ángel Ortega Lucas en un artículo de ‘Ctxt‘, tan solo quiere lanzarnos un simple mensaje a través del reflejo de su miserable pasado: Auschwitz sucedió. Por lo tanto, Auschwitz puede volver a ocurrir.