“El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados”

Prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos desafía”

 


Los pequeños niños Jesús en la Plaza de San Pedro

 

En el ángelus del domingo ‘Gaudete’ (alegráos), el Papa Francisco, tras bendecir a los niños Jesús de la plaza, recuerda que “el Adviento es un tiempo de gracia”, para “prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos desafía”, porque “el Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados”.

Catequesis del Papa antes del ángelus en traducción propia


Escena del belén del Vaticano

 

Pero el hombre de Dios mira más allá, porque el Espíritu Santo hace que su corazón sienta el poder de su promesa y anuncia la salvación: “¡Ánimo, no temas! Aquí está tu Dios, […] Él viene a salvarte” (v. 4). Y entonces todo se transforma: el desierto florece, el consuelo y la alegría se apoderan de los perdidos, los cojos, los ciegos, los mudos se curan (cf. vv. 5-6). Esto es lo que se realiza con Jesús: “los ciegos vuelven a ver, los cojos andan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, el Evangelio es anunciado a los pobres” (Mt 11,5).

Esta descripción nos muestra que la salvación envuelve a la persona entera y la regenera. Pero este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña, presupone siempre una muerte a nosotros mismos y al pecado que hay en nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la base de la predicación del Bautista y de Jesús; en particular, se trata de convertir nuestra idea de Dios.

Y el tiempo de Adviento nos estimula a hacerlo precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: “¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Pensemos: toda su vida Juan esperó al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera. Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: nadie es más grande que él entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11). Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.

El Adviento, tiempo de gracia, nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe cada día. Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos desafía, que nos implica y ante el que se impone una elección. El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres que “son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros”. (Carta Apostólica Admirable signum, 6).

Que la Virgen María nos ayude para que, al acercarnos a la Navidad, no nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en nuestros corazones para Aquel que ya ha venido y quiere volver a venir para curar nuestras enfermedades y darnos su alegría”.