Siempre que nos acercamos a Dios, ya sea al investigar el origen de todo, ya sea desde situaciones límites de la historia, ya sea en los espasmos de la naturaleza nos topamos con esas preguntas. ¿Dónde está el Creador Padre?

Hasta en el Evangelio, cuando Jesús se ve sólo, en su cruel e injusta muerte, pregunta por su Dios. Y no encontró respuesta.

He ahí la gran dificultad: encajar a Dios en la creación; encontrar a Dios en la historia. ¿Presencia o ausencia de Dios? ¿El Dios omnipresente, el Dios ausente o el Dios intermitente? Más que un misterio en sí mismo, la presencia de Dios a pesar de ser total e integral, es imperceptible para los ojos y la mente del hombre.

Y ahí va el pobre creyente dando tumbos entre el vacío de un ateismo tentador y la luminosidad oscura del misticismo.

Si desde antiguo se prohibió fabricar imágenes de Dios, simplemente porque sería una sandez, con mayor razón nunca nadie debería atreverse a dibujar la idea que Dios tiene de cualquiera de los hombres, con nombre y apellidos. ¿Qué piensa Dios de mí? ¿Qué piensa Dios de los diferentes pueblos y razas? ¿Qué piensa Dios de los intelectuales desarrollados? y ¿de los primitivos retrasados? ¿Qué piensa Dios de los budistas, de los musulmanes, de los cristianos, de los ateos? Esos adjetivos: budista, cristiano, musulmán, ateo, judío ¿determinan, por sí mismos, la idea que Dios tiene de cada hombre?…

¿Cuál es la hoja de ruta de la Historia?

¡Silencio, por favor! El único que pudiera responder, no responde. Callemos los demás.

Signos de presencia.

Grave error medir la presencia de Dios en una ciudad por el número de templos o de cruces en los montes. Grave error calificar de atea a una sociedad por la ausencia de manifestaciones o simbologías religiosas. En cambio, en una ciudad en la que:

– impere la justicia y la libertad de las personas, – sea real la igualdad de oportunidades para todos los que, con su esfuerzo y su trabajo, quieran desarrollarse, – y en la que los débiles reciban protección.

En esa ciudad ha triunfado la luz colándose entre las nubes. Ahí triunfa la memoria de Jesús. Haced esto en memoria mía. Creyente o no creyente, nadie debería negar, ni dudar de que el Evangelio y la fe en Jesús han aportado justicia a la sociedad, libertad a los hombres y defensa de los débiles. Esa es la esencia de lo cristiano. Eso es presencia de Dios. Aunque esa presencia no elimine el pellizco que implica vivir la fe.

¡Difícil lección esa de encontrar a Dios en medio del griterío de los hombres! La presencia de Dios, la cercanía de Dios, la vivencia de Dios no es cuestión de ciencia deductiva ni experimental. Es cuestión de fe. Si la tienes, cuídala. Además de ver con los ojos de tu cara, de ver con los ojos de la razón, tendrás que tener un tercer ojo, el de la fe, para descubrir otra dimensión real. ¡Cuida también esa vista!