Dios no hace al hombre

El ser humano no nace terminado de las manos de Dios, ni sale terminado del vientre de su madre. No nace hecho. Tiene que hacerse. Nace im-perfecto.

De ahí que, enseguida, cuando caiga en la cuenta de que “es”, se sienta insatisfecho. Y al reconocerse como no terminado sentirá pánico. Nadie sabe cual será el final de su historia. Ni él mismo. Ese niño crecerá al elegir. Llegará a ser individuo cuando ejercite la inquietante riqueza de su libertad. Ese niño trae consigo una maravillosa posibilidad: ser humano en plenitud. Y hasta podrá parecerse a Dios Padre.

Y eso dependerá (a) del soplo invisible del Espíritu Creador, (b) de la comunidad humana en la que crece, de la que es solidario y (c) de su libre decisión como individuo.

También podrá romperse, o quedarse a medio camino. Perder las coordenadas de su grandeza y de su pequeñez. Creerse lo que no es. No aceptar lo que es – un proyecto de hermano – .O enamorado de sí mismo, sumarse a la masa de egoístas y ególatras que nunca encontraron su razonable plenitud humana, por el único camino posible: la fraternidad.

Ese niño, recién nacido, al que besa su madre, guarda la posibilidad tensionada de acabar como un hermano de los hombres, o como un animal carroñero y solitario. Bien merece que la comunidad le respete, lo cuide y ayude a no tener

un corazón ambicioso,

ni unos ojos altaneros;

ni pretenda grandezas

que superan su capacidad;

sino que acalle y modere sus deseos. Salmo 130

El pesimismo tenebroso y sádico de los catecismos medievales, que son los que actúan todavía hoy, carga, además, sobre las espaldas tiernas del recién nacido, una culpa y un castigo. Una culpa que no cometió y un castigo que no mereció. Y todo eso lo hemos aprendido, y lo hemos enseñado durante siglos. Nuestra fe ha crecido sobre el resbaladizo terreno de leyendas, que no supimos interpretar:

  • por errores, más o menos comprensibles, en la lectura e interpretación de las Escrituras,
  • por la transferencia a la teología dogmática del pesimismo personal de algunos personajes tan influyentes como Agustín.
  • por haber historificado una simple leyenda mito,- presente, bajo diferentes formulaciones, en todas las culturas,- con la pretensión de clarificar el origen del mal y la maldad humana.

Eliminada, por la investigación científica, del registro matrimonial la pareja Adán – Eva; poblado el “Paraíso” de dinosaurios; y convertida la manzana en una agradable compota, el desarrollo del conocimiento, y la honestidad del sentido común, nos exigen una remodelación radical de la guía para entender lo cristiano.

Llamamos, por tanto, pecado original al hecho de no nacer terminado, ni por el vientre de cada madre, ni por las manos de Dios. En latín suena mejor. No ha nacido un factum. Ha nacido un fieri. Ese niño nace condicionado y solidario con la masa humana. Un bebé no es más que una incógnita. Un algo sin terminar. Un proyecto. O mejor, una aventura. Sólo al Dios Amor se le ha podido ocurrir semejante disparate: poner en circulación una criatura
inteligente y libre, cuyo final dependerá también de ella misma.

Peligrosa aventura, pero bellísima. Peligrosa, porque ese bebé que llora y sonríe puede llegar a ser un Hitler, un juguete roto, y causar muchos accidentes. Y bella, porque ese proyecto de ser humano puede llegar a ser un Francisco de Asís o simplemente mujer anónima, hombre anónimo, como tantos miles de anónimos, que fermentan, con su levadura, la masa humana, al modo como los millones de florecillas perfuman y colorean esta tierra nuestra.

Cuando ese niño comience a ser adulto, cuando se mire a sí mismo y descubra su yo, después de asustarse, y de sentir el miedo de su soledad, tendrá que decidir él. Tendrá que aceptar a Dios o rechazar a Dios. Tendrá que incorporarse a los demás, o idolatrarse a sí mismo. Ese es el bautismo. Y su decisión tendrá que ser pública, en sociedad, como hombre integrante de la comunidad humana. Una comunidad preñada de desventuras acumuladas, odios arrastrados, y luces fascinantes en las que él no participó, pero que tendrá que asumir. Una comunidad en la que intervendrá para aumentar la amargura, o sembrar estrellas y sueños.

Ese pequeño necesitará toda la ayuda de la sociedad, todo el aliento. Lo que nunca necesitará será el sermón moralizante y amenazador, la cantinela barata que acreciente su miedo y su grieta de insatisfacción. Sentimientos de miedo y “culpa” que podrían convertirse en el mejor sistema para hundirlo.

No lo manoseéis como muñeco de peluche. No le transfiráis vuestros miedos. Él trae los suyos, en su fragilidad congénita de creatura. Podrá llegar a ser una persona: pobre, rico, listo, simple, pero humano. O quedarse en el camino como espiga tronchada.

El niño, como todo lo que es vida, viene de la Fuente de la Vida. Pero Dios no lo hace humano. Ha de hacerse humano entre los humanos. Hasta Dios tuvo que aprender a ser hombre. “Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y favor ante Dios y los hombres”. Luc
2, 52. No queráis hacerlo cristiano antes de que sea humano. Todos necesitamos incluso de mayorcitos, junto a nosotros, quien nos anime, quien abra nuestra visión a lo positivo, y que nos haga ver que, a pesar de todo, la vida es genial (¿verdad, Silvia?). A veces pienso que dentro del coto cerrado eclesiástico abunda más el infantil pietismo cristiano (¡!) que el ser humano suficientemente desarrollado.

Luis Alemán Mur