El programa de Francisco puede fracasar, el de Müller está ya fracasado

X. Pikaza 25.08.2019

Conocí al Cardenal G. L. Müller (nacido el 1947), antes de ser nombrado obispo (año 2002), siendo miembro de la Comisión Teológica Internacional (1998‒2002), cuando el Prof. Olegario G. de Cardedal, le traía a la facultad de teología de Salamanca, donde yo entonces profesor.

Era un hombre culto, recio “dogmático” al estilo tradicional, sensible a la causa de los “pobres” (era conocida su relación con Gustavo Gutiérrez). Leí por entonces con cierta pasión su Katholische Dogmatik. Für Studium und Praxis der Theologie (Herder, Freiburg 1995, de más de 900 páginas), traducida pronto al castellano Dogmática. Teoría y práctica de la Teología (Herder, Barcelona 1998).

Debo indicar que esa obra me empezó gustando, pero en la línea de lo que había sido me pensamiento anterior, unos 20 años atrás.. Me pareció el último el último intento “dogmático” por condensar y sistematizar un tipo de visión cristiana de la realidad, en la línea de los grandes clásicos alemanes, pero sin la creatividad de K. Rahner o el vuelo gnóstico de U. von Balthasar… De todas formas, que tras leer más de 500 abandoné su lectura, hasta el día de hoy, pues me pareció (¡quizá me equivoco!) una obra déjà vue, algo ya visto, ya sabido, como dicen los franceses.

Tuve ocasión de repasar de nuevo su contenido cuando estaba preparando mi Diccionario de Pensadores Cristianos (Verbo Divino, Estella 2010), pero al final no me atreví a incluir su obra entre los teólogos más significativos de ese momento, y ahora lo lamento; sería bueno haberlo colocado al lado de Ladaria o de G. de Cardedal, de Greshake o de otros autores significativos del mundo. . Quizá esa omisión se debe a lo que he dicho: Me parecía una obra ya vista, un pensamiento no significativo para el nuevo cristianismo, en la línea de J. Ratzinger (cuyas obras él ha preparado para la publicación), pero sin su toque a veces eminente y su vuelo especulativo.

Sólo ahora (verano 2019) he vuelto a leer, ahora sí, con pasión (pero también con gran tristeza su documento «Sobre el concepto de Revelación presente en el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonia» (publicado en  https://infovaticana.com/2019/07/16/muller-explica-los-errores-del-documento-del-sinodo-amazonico/ ) y su reflexión más teológica sobre  El proceso sinodal en Alemania y el sínodo de la Amazonía (https://infovaticana.com/2019/07/26/muller-la-secularizacion-de-la-iglesia-es-la-causa-de-la-crisis-y-no-su-solucion/).

Visión general. Introducción

No puedo decir nada novedoso sobre la función de Müller al frente de la Congración para la Doctrina de la Fe (2012‒2017), cargo que desempeñó los 5 años preceptivos, no siendo nombrado para un segundo quinquenio, como se podía haber esperado (siendo sustituido por su segundo, Mons. L. Ladaria). No sé por qué no le nombraron de nuevo (cosa por otra parte hubiera sido normal, en la línea del Papa Ratzinger). Pero también es normal que el Papa Francisco quisiera darle las gracias al acabar su tiempo, buscando para el cargo a un hombre más afín, o más receptivo y fiel (y mejor teólogo) como Luis Ladaría SJ.

He leído muchas cosas sobre el tema, sobre su “hipotético” enfrentamiento con el Papa, sobre sus posibles manejos en la Curia Vaticana, sobre su deseo de desautorizar al Papa en el campo de la administración normal y extraordinaria de la Iglesias (diciendo que no es un teólogo, que no sabe lo que hace…).  Podría decir (sospechar) muchas cosas, pero no me gustan en esta campo las sospechas y las habladurías…

He estado hace un par de meses en su lugar de nacimiento (Mainz‒Maguncia); algo me han dicho, algo he hablado sobre él con varias personas, pero, como sigo, mi aportación no pasaría de las murmuraciones, no sólo sobre él, sino sobre su posible grupo de contestatarios anti‒papales. Por otra parte, no he tenido ningún contacto directo desde el 2001/2002, y es evidente que estamos en contextos y lugares teológicos (eclesiales) muy distintos. Sólo puedo atreverme a decir algo sobre su Teología.

Visión particular, una teología sin “Jesús histórico”.

Éste es mi juicio, mi único juicio… Los dos últimos documentos del Card. Múller, arriba citados, no han más que confirmar lo que había sospechado el años 2000/2001, leyendo su dogmática.

Yo estaba buscando por entonces una nueva “base bíblica” para la teología en general y para la vida (administración ministerial) de la Iglesia en general. En esa línea escribí un libro titulado Sistema, Libertad, Iglesia (Trotta, Madrid 2001), y después una Historia de Jesús y unos Comentarios a Marcos y Mateo (Verbo Divino 2012, 2013, 2017), con el intento de buscar la raíz evangélica de la Iglesia.

Eso es lo que sigo echando en falta en la teología del Card. Müller y en su forma de entender el despliegue y la “deriva” actual de la Iglesia Católica que, a su juicio, ha perdido o está perdiendo el rumbo de su tradición magisterial, doctrinal y administrativa. En este contexto me atrevo a disentir de su postura y criticarle, con el respeto que me merece su trayectoria teológica y eclesial. Y lo hago en cinco puntos:

  1. Müller tiene razón cuando afirma que en ciertos estamentos de la Iglesia hay una deriva secular y quizá anti‒evangélica, aunque quizá no esté bien interpretada. Ciertamente, muchos tienden a ver la Iglesia como una institución socio‒religiosa que debe ajustarse al patrón dominante de lo “políticamente correcto”. No se puede negar que hay un tipo de “posible vaciamiento” cristiano, una falta de profundidad evangélico, como si en el fondo todo nos diera lo mismo. En ese sentido, algunas críticas de Müller son pertinentes. Parece claro que ciertos aspectos de la iglesia dominante (sobre todo en Alemania) pueden ser criticados.
  2. Pero ese riesgo de la Iglesia, que a su juicio es el mismo, con ligeros matices, en Alemania que en Amazonia, no se resuelve acudiendo a una tradición secundaria (o, mejor dicho, a tradiciones que son en el fondo marginales, como decía el Card. Y. M. Congar). Perdónese la expresión vulgar: Pienso que el Card. Müller está “cogiendo el rábano por las hojas”, no por su tronco vivo. La crisis de iglesia y de vida es más honda, no se arregla con mantener intactas ciertas estructuras y formas sacramentales La más honda tradición de la Iglesia no son unos ministerios sacralizados de forma poco evangélica, ni una liturgia separada de la vida‒real de Jesús, ni una especie de poder clerical y dogmatico separado de la savia evangélica de fondo.
  3. El problema central del Card. Müller está en su abandono o ignorancia de la historia real de Jesús. Ciertamente, él apela a la “historia de Jesús”, pero no a su historia‒historia (a la raíz de su compromiso mesiánico, a su crítica más hondo del sistema sacral del templo, a su libertad creadora, a su oración, a su compromiso con los pobres…). Me da la impresión de que el Card. Müller quiere recuperar una historia “domesticada” en forma de sistema sacral, no la historia real luminosa y sangrante de vida de Jesús. En el fondo de su teología y visión de la Iglesia late, a mi juicio, el argumento de algunas eclesiologías “papalistas” del siglo XIX: Jesús ha dejado su poder a Pedro y a un tipo de Iglesia tradicional jerárquica, y se ha ido; por eso, él ya no interviene, la que debe intervenir es la Iglesia que hay. Parece que Müller no siente la necesidad apasionada visto en cierto “dogmática y eclesiología” post‒gregoriana, post‒tridentina y post Vaticana I‒II (leída en forma reactiva) es lo que vale, lo que queda. Así lo sentía hace un par de meses, en su Maguncia natal, con la gran catedral del pacto de Iglesia‒Imperio tras la guerra de las investiduras.
  4. En esa línea, la visión y el programa de Müller me parece no sólo reactivo, sino peligroso, no en teoría, sino si toma el poder eclesial. Querer mantener la iglesia tal como está, como si fuera una fortaleza amenazada por peligros semejantes en Alemania y Amazonia me parece condenarla a muerte. Sólo vive lo que cambia, desde la raíz del evangelio. Ciertamente, un programa de transformación incluso tan débil como el que propone el Papa Francisco tiene sus peligros, pero al menos abre un camino, arriesga una misión, y puede fracasar…, pero también abrir caminos nuevos de evangelio. Pero el programa del Card. Müller está ya condenado de antemano. Es como decir que la Iglesia no tiene  futuro,  no tiene más salida que mantenerse en un tipo de almenas sin posible repuesto o renovación, hasta que los guardianes de la fe acaben todos muriendo.
  5.  En contra de eso, pienso que es absolutamente necesario volver al evangelio, no para abandonar la buena y gran tradición, sino para recrearla a la luz del mensaje y vida de Jesús (¡siempre la historia de Jesús, vivida de un modo pascual…!). No se trata, sin más, de abandonar un tipo de ministerios actuales, sino de recrearlos desde el evangelio, de forma que surgirán unos nuevos en la línea de las mujeres de la pascua, de los primeros helenistas… y también de los judeo‒cristianos. Pero antes que los ministerios está la vida, la experiencia de Jesús, su pasión de evangelio, desde los más pobres. Esto es lo que me parece que falta en el programa del Card. Müller. No he querido juzgarle en modo alguno como persona. No sé si está tramando algo “oculto” contra el Papa y su “deriva” amazónica (¡yo diría que no, pienso que es un hombre de fe y de respeto por la institución!)… pero tal como aparece en cierta prensa su postura (su bandera) me parece menos evangélica, en el sentido radical de la palabra.

    Esta crisis ocasionada por una salida masiva de la Iglesia y por el declive de la vida eclesial (baja participación en la misa, pocos bautismos y confirmaciones, seminarios vacíos, desaparición de monasterios) no puede superarse mediante una mayor secularización y autosecularización de la Iglesia. La gente no volverá a la comunidad salvífica de Cristo, o participará en la Divina Liturgia y los Sacramentos porque un obispo sea amable y alentador -cercano a la gente y siempre dispuesto a expresar banalidades-; lo hará, volverá, porque reconoce su verdadero valor como medio de Gracia. Si la Iglesia intenta legitimarse ante un mundo descristianizado de una manera secular presentándose como un lobby religioso-natural del movimiento ecológico, o como una agencia de ayuda para migrantes que dona dinero, lo único que hará es perder aún más su identidad como Sacramento universal de la Salvación de Cristo, y no recibirá el reconocimiento que tanto anhela por parte de la corriente dominante de izquierdas y verde.

    El proceso sinodal que se está llevando a cabo en el ámbito de la Conferencia Episcopal alemana está vinculado con el sínodo de la Amazonia por razones eclesiales y políticas, y para influenciar la reestructuración de la Iglesia universal. Además, en ambos eventos los protagonistas son casi idénticos; incluso están financiera y organizativamente unidos a través de las agencias de ayuda de la Conferencia Episcopal alemana. No será fácil controlar esta bola de demolición. Después, nada será ya como era antes; se ha dicho incluso que ni siquiera será posible reconocer a la Iglesia. Así habló uno de los protagonistas, revelando el verdadero objetivo.

    Tanto el Instrumentum Laboris como el proceso sinodal en Alemania cuentan, para salir de la crisis de la Iglesia, con una ulterior secularización de la misma. Cuando, en el conjunto de la hermenéutica del cristianismo se fracasa empezando por la autorrevelación histórica de Dios en Cristo y se incorpora la Iglesia y su liturgia a una visión mitológica del mundo entero; o cuando se convierte a la Iglesia en parte de un programa ecológico para rescatar el planeta, entonces la sacramentalidad y, sobre todo, el ministerio ordenado de los obispos y sacerdotes en la sucesión apostólica, estallan en el aire. ¿Quién querría construir una vida que requiere una dedicación total sobre una base tan inestable?

    Deriva de la «misión divina de la Iglesia», como estableció de manera fidedigna el papa Juan Pablo II, que la Iglesia no tiene autoridad para administrar las sagradas órdenes a las mujeres. No es una conclusión que deriva de la historia, sino de la constitución divina de la Iglesia. Esto se aplica a los tres grados del sacramento. Se ha convertido en una costumbre en general, y en el uso de la Iglesia, utilizar la palabra abierta «siervo» en su versión griega diakonos como el término técnico para el primero de los grados de la ordenación. Por lo tanto, no tiene ninguna utilidad hablar ahora de mujeres diáconos no-sacramentales, estableciendo así la ilusión de que se está recuperando la institución pasada -pero sólo temporal y limitada regionalmente- de las diaconisas de la Iglesia Primitiva.

    Sólo tienen dificultades con este enfoque quienes consideran que la Iglesia es, a lo sumo, una institución secular y, por consiguiente, no reconocen el ministerio ordenado como una institución divina. Estas personas reducen a quien tiene este ministerio cristiano a mero funcionario de una organización religioso-social. En este caso qué fácil es exhortar a los fieles con las palabras: «Obedeced y someteos a vuestros guías, pues ellos se desvelan por vuestro bien, sabiéndose responsables; así lo harán con alegría y sin lamentarse, cosa que no os aprovecharía» (Heb 13, 17).