Purísima y Asunción son como el Cero y el Infinito

La Asunción de María empieza en el seno materno

Como resultado de la unión de Joaquín y Ana, se forma en el seno de Ana una vida nueva incipiente. Al consumarse la concepción (que no es un instante, sino un proceso largo) tras la implantación del pre-embrión en el útero materno, corazón y cerebro irán unificando la nueva vida, llamada a ser morada del Espíritu…

 La trayectoria desde la Purísima Concepción a la gloriosa Asunción es una curva ascendente desde el cero hasta el infinito. Estas serían las dos metáforas mejores para expresar poético-matemáticamente la riqueza simbólica de los dos dogmas de la mariología.

En la devoción mariana de la religiosidad popular se dividieron las opiniones de los que pensaban con categorías de pensamiento helénico. Unos decían: su cuerpo vuelve al polvo y su alma va al cielo. Otros decían, como en la escenificación del misterio de Elche, que bajan los ángeles y se la llevan en cuerpo y alma al cielo. Incluso una tradición más heterodoxa osaba decir que ese traslado aéreo se realizaba sin pasar por la muerte: era la tradición de la Dormición de María.

Pero los que pensaban más bíblicamente, como Pablo, no hablaban de cuerpo y alma, sino de cuerpo, alma y espíritu. Mejor dicho, de cuerpo animado corruptible y mortal, que albergan un espíritu-semilla de inmortalidad, destinada a transformarse, al pasar por el trance de la muerte, en cuerpo glorioso o cuerpo espiritual.

A quien cree que somos templo del Espíritu Santo y que el espíritu de nuestro yo profundo es esa semilla de inmortalidad, plantada por Dios en el interior de la nueva vida que se formó en el seno materno, no le importa más vida larga que corta; sabe que puede decir: yo no puedo morir aunque mi cuerpo animado corruptible muera, porque mi espíritu-semilla de inmortalidad no puede morir; como cantamos en la Misa de difuntos, no me pueden quitar la vida que con la muerte no se pierde, sino se transforma. Morir es nacer y despertar a la vida eterna. La semilla de inmortalidad que el Espíritu Santo plantó en nuestro interior ha vivido toda la vida como un feto que ahora en el momento de la muerte biológica nace para la vida definitiva y verdadera.

Preguntaban los amigos de la liturgia por qué en la fiesta de la Asunción se lee el evangelio de la visita de María a su prima Isabel. Les parecía poco apropiado un evangelio de dos embarazos para una solemnidad de muerte y asunción.  Creo que, al contrario, es muy apropiado. Isabel, embarazada de Juan, dice que, al recibir la visita de Maria, embarazada de Jesús, el feto dio saltos en su seno. Magnífica metáfora de la venida del Espíritu Santo en el pentecostés de toda madre que comienza a sentir latir el corazón del bebé en su seno: las primeras “pataditas”, y la expresión de alegría brota de su incipiente sistema nervioso.  Pero esa nueva vida no es solo corazón que late y cerebro que reacciona. Ese corazón destinado a unificar la circulación y respiración de ese organismo, y ese cerebro llamado a unificar su actividad mental, no bastan para esa nueva vida pueda decir “esto soy yo” desde su yo profundo.  Lo decisivo para la constitución del Sí mismo de esa nueva vida es la infusión en ese cuerpo animado de un espíritu-semilla de vida eterna.

Volviendo a la Asunción: cuando María muere, no se duerme solamente, sino muere de verdad y la entierran como a su hijo Jesús. Pero al morir su cuerpo animado corruptible y mortal (corazón que deja de latir y cerebro que cesa su actividad mental), el espíritu-semilla de inmortalidad  (es decir, el yo-en-el-Espíritu Santo) es asumido, ascendido, transformado hacia la vida eterna en el seno de la vida divina.

Con razón dijo el papa Pío XII al proclamar la Asunción que la Asunción de María es una participación en la resurrección de Cristo y una anticipación de nuestra propia transformación en la resurrección.

Todos podemos decir que nuestro Pentecostés fue la venida del Espíritu Santo al interior del feto que consumaba la concepción (aproximadamente hacia el final del segundo mes del embarazo). Ese feto salió del útero materno para entrar en el útero social de esta vida terrena. Cuando llegue la muerte, ese feto de divinidad (del que todos están embarazados) nacerá transformado en cuerpo glorioso para vivir eternamente en Dios.

El misterio de la Asunción empieza por tanto en el misterio de la concepción por obra y gracia del Espíritu Santo de toda criatura que es concebida por la unión de los progenitores. Todos nacemos  gracias a nuestros progenitores y gracias al Espíritu Santo. Ni la Purísima Concepción ni la Asunción son excepciones o privilegios sino símbolos grandiosos del misterio del “Cero y el Infinito” en el seno de la Vida de la vida.