Cristianos con salsa de Antiguo Testamento y paganismo


Los israelitas se montaron un tinglado religioso nacionalista. Entre sus tribus hubo hombres geniales que dieron un paso de gigante en el conocimiento de la Divinidad. Y gracias a esos creyentes se fue desarrollando una primitiva y básica teología. Dios no era un Monstruo, un Genio. Dios era un Yo que amaba al hombre. Un tanto raro y difícil, pero amigo del hombre. Ese fue el primer gran descubrimiento. Abraham descubrió a Dios. Moisés formó un pueblo. Los profetas lucharon para que el pueblo no olvidara a Dios.

Ese Dios era un Señor, no una Señora. Un detalle gramatical que no sabemos o no podemos corregir. De ahí que, hoy, sigamos creyendo en masculino y nos resulte casi ofensivo “bajar” al femenino. Craso y lógico error de aquellos primitivos: identificar a Dios con la mitad del ser humano: el varón: Un dios macho. Cojan ese hilo y llegaran a los gravísimos errores que ha cometido y sigue cometiendo el poder eclesiástico romano. No sabe pensar en femenino. Porque el poder es terco y egoísta y modifica sólo lo que le interesa.

Otro gravísimo error cuyas raíces pudren el Antiguo Testamento, y arrastramos en la iglesia católica, es la teología de la elección.

El pueblo israelita es el elegido.

Yahvé reina y gobierna.

Yahvé elige a los jefes de su pueblo.

Yahvé ama a su pueblo más que a ningún otro pueblo.

Ese credo israelita fomentará la soberbia del pueblo y la sinvergozonería de sus jefes.

Y lo más grave, transmitirá a toda la humanidad, sin depurarse, una imagen radicalmente equivocada de Dios.

La Iglesia romana ha heredado esa soberbia israelita: ahora somos nosotros – los católicos – el pueblo elegido. El Espíritu Santo interviene directamente en la elección de nuestros jefes, y somos los únicos que poseemos la Verdad. El arca de Noé es nuestra.

El hecho de que Jesús fuera judío no implica que los que creemos en él, e intentamos seguirle, tengamos que integrar en nuestro pensamiento o en nuestra fe los contenidos del Antiguo Testamento. “Se os ha dicho, pero Yo os digo…”.

La trastienda de nuestro credo nos ha llevado a un compendio de afirmaciones simplistas. Un tumor adherido al enrejado de la mente, pronto a reventar y destrozar la vida. Un tumor en nuestra fe. Un credo sin digerir, sin depurar, sin crecer es para el hombre peor que unos grilletes, peor que un sida o un cáncer con metástasis.

Luis Alemán Mur