La prueba del algodón para cualquier religión o para cualquier institución política es comprobar si el núcleo de su actividad se centra en cuidar y defender al hombre, o se dispersa en otras sublimes zarandajas.

Por ejemplo, si la ONU cierra los ojos, discursea o llora como cocodrilo bien alimentado ante el genocidio de Uganda o Sudan, y se enriquece con el plan de petróleo por alimentos mientras Sadam gasea a miles de kurdos e irakíes, la ONU está corrompida. No es el hombre su objetivo, sino el provecho de sus funcionarios.

Por ejemplo, si todavía en la madurez del siglo XXI, la religión Islámica se dedica a la alabanza de Alá el magnánimo y misericordioso, mientras mata a hombres por el honor de Alá, o extirpa un sólo clítoris a una mujer, el Islamismo es una religión demoniaca. Está corrompida, quizá por haberse estancado en su crecimiento, y se ha situado al margen de la historia.

Por ejemplo, cuando la religión Cristiana, llámese protestante, ortodoxa, anglicana o católica, se cuida más de Dios que del hombre, o le preocupa más la Verdad teórica que el hombre, o cuando se gasta dinero y medios en el culto a Dios mientras queda un hombre con hambre, en esos “cuandos” el cristianismo está corrompido.

La objetividad histórica nos obliga a reconocer que precisamente la corriente cristiana está inmersa, desde hace tiempo, en un proceso de depuración (o de maduración) tal que para algunos – la rama clerical – huele a catástrofe, y para otros – las comunidades de base – es el comienzo de una floración evangélica. Unos, los que tienen pánico, creen que sufrimos un abandono masivo de Dios; otros, con más esperanza, piensan que no es abandono de Dios, sino que emerge y se extiende con exigencia la fraternidad humana como expresión de la fe en el Padre. Y esa es la base y el final del cristianismo. La prueba del algodón.

Apéndice

“¡Houston, tenemos un problema!”

“El Verbo se hizo carne” Es decir: Dios se hizo hombre. Bajó del cielo, nació de una Virgen. Es decir, una mujer fecundada por el Espíritu Santo. El “fruto” salió del vientre de la mujer sin fractura de himen. Virgen antes, en y después del parto. Unos ángeles llevaron la noticia a los pastores y una estrella trajo a los reyes desde el lejano Oriente.

Todo porque aquel niño era Dios. Conocía el pasado, el presente y el futuro. Sabía más que los doctores.

De mayor hizo muchos milagros. Como era Dios, podía más que la física. Y con los milagros demostró que era Dios. Ninguna enfermedad se le resistió. Ni la muerte. Multiplicó las hogazas de pan. Transformó el agua en vino. Pudo más que las olas de un lago.

Cuando él quiso se entregó para que lo mataran. Porque su Padre, que también era Dios, le exigió que pagara con su sangre por los crímenes de los hombres. Su padre necesitaba sangre para poder perdonar. Y a última hora sintió mucho miedo y le pidió a su Padre que si era posible, lo librara de la muerte. Pero su Padre se calló y no hizo nada.

La cosa se arregló al final porque su Padre lo devolvió a la vida.

Esto que acabo de resumir es Teodicea porque explica quién es Dios.

Es Cristología porque explica quién es Jesús.

Es Soteriología porque explica quién trajo la salvación.

Es Vida Eterna porque explica cómo se consiguió.

Y yo, si esto es así, afirmo:

No quiero a un Dios que mata a su hijo.

Ni a un Hijo que tiene que jugar con la naturaleza para demostrar que es Dios.

No quiero una salvación a costa de la vida de un inocente.

Me sobran los milagros. Me sobra la sangre.

Mi Dios no es ese Dios. Y ese no es Jesús.

¿Y los Evangelios?

Antes de argumentar con los evangelios, estudie Vd. qué son los evangelios, qué son los géneros literarios, estudie todo el caldo histórico, religioso, mental, formas de expresión de un pueblo y de una época y de una cultura, y puede que entonces empecemos a hablar el mismo leguaje.