Resucitar el Credo.

Considero que los cristianos deberíamos tener la valentía y la humildad suficiente para asumir,

            que nuestras “formulas de fe” no iluminan, ni proclaman hoy nada ilusionante, ni productivo.

que el “catecismo”, ya sea el de Ripalda o el de Wojtyla, no es más que el resumen de una fe medieval.

que la estructura en la que cuajó la Iglesia de Jesús, hoy no sólo no es válida sino contraproducente. La desaparición de la cristiandad ha desconcertado al clero, alto y bajo. Y no encuentran su nueva identidad. Los más inteligentes y sanos luchan por encontrar un nuevo modelo de iglesia, o soportan, con silencioso fatalismo, su anacrónico papel. Otros, los fanáticos simplones se retuercen contra la perversa sociedad, y se esfuerzan por reconstruir la edad media, haciendo un enorme daño a los creyentes y al mensaje de Jesús.

El credo que recitamos en las misas se nos muere en los labios. Se ha convertido en un runruneo sin vida. Ritualista. No os asustéis, ni os culpéis de confesar vuestro aburrimiento.

No se discute el grado de verdad de lo que se proclama o se reza. Es su inutilidad vital.

Que sí hombre, que me lo creo todo. Pero es que no me sirve de nada.

“que la Iglesia es Santa, Católica, y Apostólica”. Pues será. ¿Y qué?

“nacido del Padre antes de todos los siglos:

Dios de Dios, Luz de Luz….

engendrado, no creado…

bajó del Cielo…

y subió al Cielo

y está sentado a la derecha del Padre…

Y en el Espíritu Santo

que procede del Padre y del Hijo…”

No tengo objeciones, ni parciales ni totales. Me acostumbré a creer y me trago los dogmas como los antibióticos, de golpe y sin masticar. Pero de tanto dogma ya no me hacen efecto. Y entre tanto dogma se me ha perdido Dios. Me han estropeado el estómago, y arrastro la apatía de la existencia, esperando a que pase, bajo mi ventana, el Maestro y me diga aquello de “Zaqueo, baja. Hoy quiero comer contigo.

El Credo es una obra de museo. Lleno de historia del occidente cristiano. El resultado de estudios y enfrentamientos. Luce viejas heridas no cicatrizadas. Pero el tiempo tritura basílicas de piedra, obras de arte y catedrales de ideas. Los años no se llevan bien con el dogma.

El Credo se nos muere en la vitrina. Cuando se globalizan las grandes y antiguas culturas. Cuando brotan, junto a nosotros, otros modos, otras maneras de afrontar la existencia con palabras nuevas, ritmos nuevos. Cuando se mezclan los sudores de todos, cuando occidente y oriente caminan hacia un punto de encuentro sin prever el estallido, todos tan diferentes y tan iguales: humanos, no extraterrestres ¿es posible un credo cristiano entendible, creíble, ilusionante?

El Imperio Romano cayó por invasión de los pueblos del norte, llamados bárbaros. La historia parece repetirse, pero no miméticamente. La Europa occidental bien estructurada, rica, educada, cristiana, puede caer por simple transfusión de sangre. Sangre de razas distintas, nuevas músicas, filosofías extrañas, dioses nacidos en otras culturas y otros pueblos. A Europa empieza a dolerle el estómago, se viste de lagarterana o de laica barata y guarda sus fronteras con una OTAN.

Pero la nueva invasión no llega sólo en aviones kamikazes. Viene en pateras o con turistas de lujo. Ocupan los Holliday Inn, o limpian retretes o estaciones de Metro. Y se mean en los muros de nuestras catedrales provocando la indignación de Oriana Fallaci. Poco a poco se cuartea la vieja Europa. El velo de las niñas en los colegios sacude a Francia. Y se cambian velos por cruces. Pero las cruces también hieren. Y esto va más rápido que el movimiento de las placas tectónicas. Amanece una era nueva. Se presiente el terremoto.