Ha llegado la hora de la madurez. Pasó el tiempo en el que los Señores Cardenales, Obispos, Párrocos y demás funcionarios amamanten al pueblo fiel con su jerga y leche caducada. El creyente tiene que arriesgarse a vivir su fe sin la cobertura de la institución clerical. Seas águila o gorrión tendrás que dejar el nido si quieres plenitud.

La institución eclesiástica fue, desde antiguo, especialista en la formación de niños. Puede que esa especialidad haya deformado el sistema eclesial. De educar a los niños pasó a educar a sus seguidores como a niños. Los creyentes crecen y, a veces, son primeras figuras en todos los campos: políticos, técnicos, académicos, sociales, profesionales. Pero en las cosas de fe no crecen. El fiel cristiano sigue siendo un niño toda su vida. Ante una verdad religiosa, primero mira al clero (párroco, obispo o papa) y su niñez – patológica, que no evangélica – le lleva a repetir lo que oye. Tiene miedo a pensar. Se tergiversó el evangelio: “si no os hacéis como chiquillos”. Esos chiquillos son figura de los creyentes que toman por norma el servicio. Mt. 19, 14.Comentario Juan Mateos.

El “infantilismo” no tiene nada que ver con la fe. En los asuntos de fe, no se renuncia a la madurez. Es escandaloso lo que pretenden de los cristianos algunos obispos: madurez y sabiduría en todos los órdenes de la vida, pero bebés de cara a la fe. Con una madre cariñosa – la Jerarquía – que le suministra el biberón.

Doloroso comprobar que los bautizados en el cristianismo abandonan a Dios cuando llegan a la adultez, al constatar, consciente o inconscientemente, que la institución eclesiástica impide el crecimiento y la maduración en la fe.

Luis Alemán Mur.