Puedo hablar porque no presumo de haber conseguido ninguna Verdad terminada

Soy un simple caminante con barro en los pies, mucho sudor en el rostro, niebla en la mirada, y sé qué es eso de la angustia que provoca el vacío ontológico de la existencia. (Si alguien me acusa, con razón, de pedante por eso del vacío ontológico de la existencia, propongo una traducción vulgar: angustia provocada por el continuo olor al propio excremento)

A quienes escribo, les recuerdo una buena nueva, que sigue siendo buena y sigue siendo nueva: cambiad de paradigma, cambiad de mente (los griegos decían: “meta-noia”). No perdáis la fe. Cada uno, desde su historia, dentro de la historia y por encima de la calderilla histórica de cada día, creed en Dios Padre. Creed también en Jesús y a Jesús. La fe es un reto para cada uno. La fe es un desafío personal que incluso el mismo Jesús tuvo que afrontar para poder seguir a su Padre:

“Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros?

“¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?” Lc. 2,49

La pobre María y el pobre José temblaban al notar que su hijo se estaba haciendo un rebelde.

El gran obstáculo lo encontró en el Templo, en los sacerdotes y en la Ley. El templo, los sacerdotes, la ley eran un algo que proporcionaba paz, seguridad y cohesión al pueblo creyente. Un vano intento de suplantar a Dios.

Las religiones pretenden llenar el vacío humano con leyes, prácticas, normas, ritos, sacrificios, señales de tráfico, sucedáneos de seguridad. Algo para agarrarse sobre todo en tiempos de miedo. Y nos agarramos a esas prácticas, a esos ritos, a esas costumbres cuando nos muerde el vacío ontológico, o se nos agarrotan las alas al dejar el nido para comenzar a volar.

La fe en el Padre es, sin embargo, como una seguridad insegura en el vacío. No hay ritos, costumbres, leyes o medicamentos mágicos para hacer viable la inviabilidad de la existencia. No hay sustitutivos de Dios. En eso cayó el pueblo israelita. En eso se traduce la religiosidad musulmana. Y en eso se ha convertido, para muchos, el catolicismo. Ofrecer sacrificios y holocaustos, cumplir determinadas leyes, dedicar determinados tantos por cientos de mis riquezas, cumplir los preceptos de la Santa Madre Iglesia …así se compra la mirada bondadosa de Dios. Un Dios Dueño, Contable e Inspector, cobrador de facturas y pagador de deudas.

Las religiones acartonan al hombre, lo esclavizan, lo encarcelan, lo empobrecen, lo ciegan, lo matan, compran su alma. Al hombre no lo libera una doctrina, ni un templo con sus sacerdotes, ni unas mezquitas con sus ulemas, ni unos ritos, ni unos sacrificios. La fe es creer en alguien, abrirse a Alguien. Y cuando ese Alguien resulta ser un Padre nace una comunidad, una familia de hijos. Jesús es el primer hijo que enseña a ser hijo y a ser hermano. Y todos juntos: eso es Iglesia:

“Cada vez que os sentéis a la mesa, sabed que estoy con vosotros.

Repartiros el pan y el vino.

Perdonaros, quereros como yo os he querido.

Formad una familia, cuyo centro sea el Padre,

porque mi Padre es vuestro Padre.”

Luis Alemán Mur