Lo humano es difícil de conseguir

Repetir los ritos. Repetir los textos bíblicos. Repetir y repetir cumplir la ley de cualquier canon moral de cualquier religión, aunque sea la católica, es simplemente repetir la historia.

Y la historia no ha sido, en ninguna sociedad libre, una fábrica de muñecos. La historia fue siempre y debe seguir siendo la gran maestra y formadora de seres humanos.

La historia es, por definición, evolución. Los pesimistas identifican la evolución no como crecimiento sino como camino hacia la muerte. Lo humano se ha fraguado, o se sigue fraguando en una historia que se mide en cientos, miles o millones de años. Nuestras raíces provienen de la vida animal. No convendría olvidar nunca de dónde venimos. Seremos o no hijos de Dios. Pero lo constatable es que nuestra historia humana es evolución de la animalidad. Y eso es bello. Aunque nos dé miedo.

Luis Alemán Mur

“Nunca me encontré con nadie al que pudiese condenar”

E. Drewermann. Teólogo, sacerdote, psicólogo

Con el paso del tiempo, vi venir hacia mí gentes afligidas de diferentes males psicosomáticos: relaciones amorosas conflictivas; candidatos al sacerdocio avergonzados al descubrir su homosexualidad; un hombre que desde hacía años mantenía una relación con una empleada y que calló enfermo cuando su mujer se enteró… Nunca me encontré con nadie al que pudiese condenar. Todos estaban humillados y enajenados de sí mismo; todos metidos en situaciones sin salida en la que eran culpables sin quererlo. Me fui dando cuenta de que muchas realidades no pueden aprehenderse únicamente a través de la conciencia, la razón o la filosofía. Ni siquiera a través de una filosofía existencial. Evidentemente, este era el campo del psicoanálisis. Y me decidí a entrar en él. Ignoraba entonces que tendría que aprender muchas cosas sobre mí mismo y este descubrimiento provocó una enorme tensión. Dos mundos se enfrentaban en mí. Mientras que la teología que había aprendido, apelando al supuesto ejemplo de Jesús, me mantenía al lado de los demás, ahogando mi propio interés, el psicoanálisis me empujaba hacia mí mismo, hacia un sano egoísmo. El psicoanálisis me hacía descubrir la legitimidad de la propia felicidad. De tal forma que, si fracasaba en mi propia felicidad, mi esfuerzos en favor de los demás podían ser vanos. Es decir, el psicoanálisis me ponía ante una serie de descubrimientos contrarios al cristiano que creía ser.

  • ¿Ser sacerdote no consiste ante todo en ser útil a la Iglesia? No es frecuente oír decir que la primera motivación de un cura es ser útil a los hombres.

– Ese fue mi único motivo. En aquella época me hubiera gustado también ser médico. Lo ideal hubiera sido estudiar primero teología para después ejercer la medicina igual que Albert Schweitzer. Sabía, sin embargo, que era ilusorio querer conjugar las dos cosas. Ciertas leyes de la Iglesia lo prohíben. ¿Pero no es lo único necesario curar a los hombres como hizo Jesús? Los relatos de los milagros del Nuevo Testamento me resultaban familiares y cercanos. Y todavía lo son. Pero para comprender realmente estos textos tuve que revisar toda la teología que había aprendido. Y es que, desde siempre me decía a mí mismo: estos relatos no pueden proceder únicamente de una superstición; nos hablan con una verdad auténticamente humana. Y sin embargo, la forma en la que nos son presentados por la Iglesia no se corresponde con esta verdad.