MUJERES SACERDOTES ¿POR QUÉ NO? 2º parte

 


María José Arana rscj.31Ene2019

ABADESAS

No hay duda de que las mujeres también fueron ministros de la confesión y especialmente las abadesas.

Honorio III, en el siglo XIII, escribe a la “hija amadísima, Abadesa Jotrense (Sagra Toledo ahora diócesis de Getafe), que es cabeza y patrona de los presbíteros” Pero el año 1210 el Papa Inocencio III lanzó una reprimenda a los obispos de Burgos y Palencia porque que las abadesas “bendicen a sus propias monjas, oyen confesiones de sus pecados y, leyendo el Evangelio, presumen de predicarlo públicamente” … (en J. M. ESCRIVÁ DE BALAGUER, La abadesa de las Huelgas, Madrid 1988, 150-151).

Doña Urraca Díaz de Haro abadesa (enterrada en el monasterio de San Salvador de Cañas)

En una Capitular de Carlomagno (s VIII): “se ha oído que algunas abadesas, contra la costumbre de la Santa Iglesia de Dios, dan bendiciones (sacramentales) e imposiciones de manos y signos de la Santa Cruz sobre las cabezas de los varones, y también velan a las vírgenes con la bendición sacramental; lo cual…” y hay otros textos que lo refuerzan: …”lo que parece cierto que significaba otorgar la penitencia o absolución, lo que comporta necesariamente la confesión de los pecados” (C. CHARDON Historia de los sacramentos, Madrid 1800, t. II. P 549).

San Donato de Besançon escribió unas normas para las abadesas en las que Vacadard y otros interpretan la posibilidad de que las abadesas pudieran confesar a sus religiosas. Lo mismo San Basilio en la Regla para monasterios, la Regla de San Columbano, algunos textos de Balsamón, y otros.

Pero es particularmente expresiva la historia que se narra en la vida de Santa Burgundofora (siglo VII) de las dos monjas fugitivas que no quisieron confesarse con su abadesa y murieron sin absolución que se da por supuesto de que era válida.

En fin, éste es un “territorio” importante para descubrir la historia. Como también lo es la cuestión del a) poder de jurisdicción de las abadesas, b) el “poder de las llaves”, y c) restos del poder externo de las religiosas.

En el prólogo del libro sobre “la abadesa de las Huelgas”, Escrivá de Balaguer escribe: “Voy a hablar especialmente de su JURISDICCIÓN cuasi episcopal ‘vere nullius’ que le permitía obrar en su territorio separado, como un obispo en su diócesis”. El Padre Florez: “Con jurisdicción plena, privativa, cuasi episcopal, vere nullius, y con poderes reales”… y, añade “ejercía esta doble jurisdicción en pacífica posesión como es público y notorio“… Cuando la célebre abadesa de Pedralbes (Clarisa) se opuso a la entrada de los visitadores en su monasterio se le declaró en suspensión de oficio porque “le privaron del poder de las llaves” luego lo tenía!!! De esta forma  analizan también otros autores a las abadesas de Fontevrault, La abadesa jotrense, la de Montvilliers, la de Notre Dame de Troyes, Whitby, Shaftesbury, Magdeburgo, Conversano, y otros monasterios europeos.

Analizar el poder de jurisdicción de las abadesas, el poder abacial en general y el debate que ha habido intentado negar poderes a las mujeres abadesas después del siglo XIII, es interesantísimo y da muchas pistas para las cuestiones que analizamos.  

También hay otros signos en las vestiduras y objetos monacales: entrega de las llaves (a las abadesas e incluso a las seroras vascas), roquete y la muceta de los canónigos (agustinas y benedictinas), la “mitra” de las abadesas mitradas, anillo y báculo abacial, la cruz pectoral y los demás signos abaciales que significan el poder de jurisdicción como los abades varones. También otros como la “estola diaconal” el manípulo etc…

Podríamos seguir profundizando no sólo esta cuestión sino otras muchas en esta línea, bien interesantes: Datos de la Iglesia Primitiva y las iglesias domésticas, Los Doce y el Discipulado, la diaconía, la profecía y otras muchas cuestiones.

 Pero especialmente entrar en esa cuestión de Duns Scoto: “porque el mismo Cristo no lo instituyó así y ordenó que las mujeres no fueran ordenadas” y desde ahí hacernos la pregunta: ¿es tan evidente que Jesús no quiso a las mujeres como sacerdotes??? ¡Cuantísimas cosas podríamos responder en este sentido cuando precisamente en Jesús encontramos el fundamento para la dignificación de las mujeres y el ejercicio pleno del discipulado!! Una novedad y un trato increíble para ellas! Pero otra vez será.

Por otra parte ya decíamos al comienzo que el encontrar rastros de mujeres presbíteras, diáconas etc… aunque palpitante y de mucha utilidad, sin embargo no sería la razón o el motivo principal para ordenar mujeres en la Iglesia y que tampoco se trata de reproducir una copia exacta del pasado en el hoy… sino más bien de hallar las semillas y la Fuerza íntima del Espíritu en el Evangelio y en la Tradición primera. Es necesario evidenciar el carácter dinámico y activo de Evangelio y Tradición y leerlos escuchándolos en el hoy.

Porque además queremos unas ordenaciones EN UNA IGLESIA  que DEBE CAMBIAR escuchando al hoy, escuchando a la sociedad, al mundo de hoy, a las mujeres, y a la misma Iglesia, escuchándose a si misma.

ESCUCHAR A LA SOCIEDAD CIVIL, A LA IGLESIA Y A LAS MISMAS MUJERES.

¡Tuve una alegría inmensa con la concesión del Premio Nobel de la Paz 2018!: un médico ginecólogo congoleño y una mujer kurda ex-esclava, ambos, protectores de las mujeres y activistas contra la violencia machista de la que cada vez somos más conscientes y estamos más concienciadas/os! Y además, me gusta mucho que sean un varón y una mujer!!!

  1. Sí, hay que escuchar al mundo Occidental que va en avanzada con respecto a nuestra Iglesia y escuchar también a otras iglesias, lo cual, lo primero, es una clara contradicción con el Evangelio. ¡Porque la Iglesia Católica debería de ir en la avanzada y no a la zaga respecto a la sociedad civil!
  2. Hay que escuchar a las mujeres que tienen algo muy importante que decir y están hablando en movimientos feministas dentro y fuera de la Iglesia.
  3. Hay que escuchar a la misma Iglesia, a su laicado, a tantas personas, grupos, comunidades… que están elevando su voz pero no son escuchadas.

Y hay que escuchar y percibir desde dentro  a la situación íntima de la misma Iglesia que se empobrece clamorosamente por la falta de la aportación femenina en los lugares de actuación en la Iglesia visible, en los espacios de pastoral, liturgia, en su magisterio…, en las decisiones, orientaciones, en la misma forma y talante de ser Iglesia.

  1. No cabe duda de que la sociedad civil va por delante en la causa de las mujeres. Concretamente este año, como ya venimos señalando ha sido especial en esta materia y se ha dicho de mil formas que este siglo XXI será el siglo de las mujeres. Sí, tenemos que mirar y calibrar el avance que la sociedad civil propone. No hace mucho acudí a un Congreso sobre “Democracia e Iglesia” con la intervención de gente muy importante y de mentalidad diversa (desde algún cardenal a políticos de distintos colores); María Teresa Fz de la Vega (presidenta del Consejo de estado y exvicepresidenta de gobierno) insistió en la importancia de la igualdad de género en una auténtica democracia e instó a la Iglesia en tomarse en serio la cuestión “incluso en el SACERDOCIO” …

Porque además no es casual el hecho de que la sociedad civil y, por supuesto, la Iglesia, adolezcan de falta de un tipo de valores y relaciones más en consonancia con “lo femenino”, y acusen una gran descompensación y desequilibrio relacional… Esta situación nos está queriendo comunicar algo y hemos de escucharlo.

Jorge Costadoat, sj. alerta de una cuestión apenas tenida en cuenta: “sin duda la voz de los movimientos feministas de hace ya más de cien años constituye una palabra de Dios a la que la Iglesia debe poner atención” (Atrio, 8, III, 2017), ¡Magnífico! ¡Oir la voz de las mujeres en la sociedad civil y el eco que permanece desde hace casi dos siglos en los muy diferentes movimientos feministas y también no estrictamente feministas pero movimientos concientizados de las mujeres del mundo!.

Es verdad, a pesar de lo mucho que queda por hacer, sin embargo hay que mirar a la sociedad civil y ver el lugar que ocupan las mujeres, ellas están en todos los lugares –ya hasta en el ejército y tenemos ministras de defensa!!!- y estamentos etc… , ver todo ello y además hemos de constatar una mentalidad mucho más avanzada en el tema.

  • Hay que escuchar la situación íntima de la misma Iglesia.

Este verano –y no sólo este verano, ahora mismo- me estoy desesperando buscando curas para decir misa en nuestro convento y eso ¡en un Madrid!. Cuando dicen que no hay curas etc… y se quejan yo les digo que haberse preocupado antes y haber trabajado para que así NO FUERA…

 Sabemos que contamos con un clero escaso y anciano… Y este clero tan escaso para un laicado generalmente mayor y del que, por supuesto, la mayoría son mujeres –no hace falta contarlas porque salta a la vista- que se esfuerzan  en el servicio de Iglesia sin ninguna clase de RECONOCIMIENTO. La falta de jóvenes es también evidente y a menudo, cuando los hay, son muy conservadores…  Indudablemente la tentación es “echar mano” de las mujeres para múltiples funciones y trabajos “subalternos“, porque además, ellas, en general, lo hacen muy bien y suelen ser muy disponibles y hasta incondicionales (cuando son mayores).

El Papa Francisco dijo a las Superioras Generales: “la Iglesia necesita que las mujeres entren en el proceso de toma de decisiones” pero como decíamos ¿cómo entrar si no cambia la estructura y el acceso a esos lugares sigue siendo la condición de varón y de sacerdote?. ¿Cómo entrar en una estructura que ha prescindo totalmente de ellas?

Pero esta incorporación plena de las mujeres requiere también un cambio en la estructura eclesial, es decir, un cambio estructural y eclesiológico.

Ante esta cuestión, el “Colectivo de Mujeres en la Iglesia de Cataluña”  expresa su deseo de que “el servicio diaconal femenino e, incluso, la ordenación sacerdotal de las mujeres, no signifique sencillamente una repetición de los modelos existentes, ni que, como cualquier otro servicio eclesial, venga a reforzar la estructura piramidal de la Iglesia, modelo contrario al deseo de una ‘Iglesia de iguales Y tienen razón, porque en realidad se requiere un modelo, una estructura eclesiológica distinta “que no repita exactamente” los modelos, sino que avance hacia ese cambio tan necesario.

         Sin embargo este cambio no debería, no puede hacerse sin ellas. Por lo tantono habría que esperar a cambiar para que las mujeres entren en la estructura y en el ministerio eclesial, por el contrario ¿No debería ser  la inclusión de “lo femenino”, de las mujeres en la Iglesia, algo que verdaderamente CAMBIE Y MODIFIQUE  significativamente la estructura eclesial? Esto, ¿no debería ser una especie de impulsor de cambio? Pero sobre todo a ellas debe reconocérseles  el derecho y el deber de participar activamente y de aportar su ser y hacer en una tarea tan fundamental como es la aportación a una modificación estructural que la Iglesia tanto necesita

Ahora bien, todo esto es bien importante pero vamos a intetar entrar más a fondo:

La Iglesia debe escucharse a sí misma, sus carencias más profundas.

Como decíamos, la Iglesia se empobrece clamorosamente por la falta de la aportación femenina en los lugares de actuación en la Iglesia
visible, en los espacios de pastoral, liturgia, en su magisterio…, en las decisiones, orientaciones, en la misma forma y talante de ser Iglesia. La Iglesia se empobrece íntimamente.

         La conocida carmelita, Cristina Kauffman, detectó muy claramente esta descompensación eclesial y el consiguiente empobrecimiento íntimo; vamos a leerlo con máxima atención “El hecho de que todas las decisiones últimas en la Iglesia se tomen sólo por los varones es un grave desequilibrio que no deja brillar la verdad en la Iglesia en todo el esplendor, ni deja fluir toda la corriente de vida para bien de todos”[8].

         Willigis  Jäger, que además es varón, lo detecta en una dimensión tan importante como es la de la mística, pero que afecta a una forma de ser Iglesia“Un problema central de nuestras Iglesias es el hecho de que apenas enseñan el gran tesoro de su tradición mística y espiritual (…). Me he dado cuenta muchas veces de que las mujeres están más abiertas a una experiencia mística que los hombres”[6]…  Y busca la solución correcta: “Tenemos que volver a activar las fuerzas femeninas que se han ido perdiendo durante siglos de sistemas patriarcales. Sólo surgirán si despertamos en nosotros/as las fuerzas originarias del cuidar, sanar, observar,  sentir… despertar la intuición, Compasión, dedicación, entrega, amor…  Lo femenino nos proporciona el acceso a nuestra  naturaleza más profunda”[9]

        Ciertamente la Iglesia necesita escuchar a fondo e interiorizar sus propias carencias. Desde ahí habrá de reflexionar sobre el servicio presbiteral o/y diaconal integrar lo femenino… Las mujeres no son ni mejores ni peores que los varones, son diferentes, unos y otras se necesitan mutuamente y desde ahí han de aportar para el enriquecimiento del Cuerpo total de Cristo en la realidad eclesial.

El mismo Juan Pablo II  reconoció en “Vita Consecrata” esta necesidad de lo femenino en los varones y en las estructuras, una necesidad mutua. Después de aceptar que las mujeres reivindiquen incluso en la Iglesia (un milagro), dice : ” Es obligado reconocer que la nueva conciencia femenina ayuda también a los hombres a revisar sus esquemas mentales, su manera de autocomprenderse, de situarse en la Historia e interpretarla y organizar la vida social, política, religiosa, eclesial”… (Vita Consecrata, Juan Pablo II).

La falta de esta aportación produce ese desnivel tan peligroso.

         Pero además hay que constatar que un servicio presbiteral y diaconal en una Iglesia de Comunión y de Caridad implica una mística de servicio en caridad, misericordia, compasión… todas esas actitudes del cuidar, sanar… en empatía, intuición, entrega… tan en consonancia  con esas fuerzas femeninas “a despertar”… a integrar… y que tanto ayudará al ser comunitario de hombres y mujeres en la Iglesia.

         Recuperar el presbiterado y/o el diaconado eclesial para las mujeres no significa “la panacea de todos los bienes“, pensar así sería además de simplista, injusto; pero sí es un paso no sólo importante, sino fundamental para caminar hacia esa “comunidad de iguales” querida por el mismo Jesús, una “casa común” más acogedora, que debe ser la Iglesia…, con un tipo de relaciones más cálidas, cercanas, igualitarias… comunitarias…

         Un equilibrio relacional que sepa armonizar lo femenino y lo masculino en un Cuerpo.

         Volvamos a las palabras del Papa Francisco para completar esta imagen de Iglesia tan necesaria hoy y siempre, para adentrarnos en las necesidades de curación en la Iglesia:

«Yo veo claramente qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad. Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla…” (Papa Francisco). Esto es muy importante porque: “hay que curar las heridas. Después podremos hablar de lo demás. Hay que curar sus heridas, curar sus heridas,… y hay que comenzar desde abajo” (Papa Francisco en entrevista con Antonio Spandaro director de Civiltá Cattólica).

Quizás sea también ésta una de las primeras a tener en cuenta y realizar con la cuestión de las mujeres en la Iglesia: curar tanta herida acumulada en la mujeres, si, pero no sólo en ellas. Es una  tarea delicada y muy urgente; hace falta mucho tacto, mucho amor, mucha comprensión. Sí, también las heridas de la Iglesia y en la Iglesia…

A las mujeres se les ha reconocido precisamente esta habilidad especial para curar, cuidar, para “atender desde abajo”, en realidad éste es un auténtico servicio diaconal y pastoral…  ¿Se les reconocerá ahora este papel, este carisma cuidador y sanador de la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia?

     Hay que tener en cuenta que hay heridas que no se pueden curar más que aplicándose con  actitudes muy especiales y, poniendo manos a la obra para buscar realmente los remedios y actitudes, necesarios para encontrar caminos y formas nuevas.

     Caminos que los varones no pueden ni deben buscar ni imponer ellos solos. Es una tarea compartida… Esto conlleva un proceso arduo, trabajoso, pero también gratificante. Las mujeres tenemos ahí, una responsabilidad, una aportación indeclinable.

La Iglesia tiene la obligación de escucharles y recibir de ellas este carisma especial.

Las Teólogas feministas son una voz importante a escuchar. Vienen hablando desde hace tiempo, investigando, descubriendo, dialogando… vienen comunicando muchas cuestiones en todos los ámbitos de la Teología y la espiritualidad, que estaban ocultas y que es necesario escuchar muy atentamente.

     Yo he trabajado mucho, ahora menos, pero también lo hago por esta cuestión y las otras que afectan a la situación de la mujer en la Iglesia antes lo hacía pensando más en mí, en mi vocación sacerdotal , además de por conciencia ¡claro! Lo hacía y lo hago por el bien de las mujeres y de la misma Iglesia; Pero, ahora ya sé que lo he de hacer como aquellos “testigos” del Antiguo Testamento que enumera la Carta a Los Hebreos y que dice “en la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las promesas, viéndolas y saludándolas desde lejos” (Hbr. 11, 13)… es decir, para las generaciones futuras y ¡estoy contenta del papel que ha tocado a nuestra generación!!! ¿por qué no?; cada uno/a de nosotros hemos de aportar en el poquito de historia que nos toca vivir…

        En un mundo tan necesitado de todo esto, en donde la igualdad, la liberación, el reconocimiento de la dignidad humana son tan urgentes…,, en el que  es necesario un renacimiento espiritual que comunique energía y vitalidad, incluso supervivencia a este mundo nuestro.

Necesitamos un cambio de conciencia y la Iglesia debería colaborar más y marcar señales más proféticas y arriesgadas, también dentro de sus propias estructuras, en el camino de liberación de las mujeres y de los seres humanos más necesitados de ello. La Iglesia debería ir, en todos estos asuntos, en la avanzada, y no a la zaga de la sociedad civil. No sólo predicar sino realizar y realizarlo en sí misma. Éste es un reto serio que tiene ante sí la Iglesia. La desigualdad daña a la misma Iglesia y afecta a su credebilidad… Porque, sin duda, la Iglesia tendría que ejemplificar en sí misma las relaciones igualitarias y fraternales del Reino.

Como veíamos antes, Benedicto XVI, después de reconocer el problema jurídico que existe en el Derecho Canónico para tomar decisiones jurídicamente vinculantes, asegura: “Desde este punto de vista hay límites”, y añade, “pero creo que las mismas mujeres, con su empuje y su fuerza, con su superioridad, con su “potencial espiritual” sabrán hacerse espacio. Y nosotros deberemos intentar ponernos a la escucha de Dios, para que no seamos nosotros a impedirlo”… (Benedicto XVI, 5, VIII, 2006). Esto es importantísimo.

Me encantaría hablar con el Papa Benedicto del alcance de estas palabras y mostrárselas al Papa Francisco y ver con ellos su responsabilidad: “para que no seamos nosotros a impedirlo” y también la de ellas, porque “con su empuje, con su fuerza, con su potencial espiritual… sabrán hacerse espacio“.

En cierta manera es una forma de invitarnos a trabajar por ello, a “hacernos espacio”… y esta invitación nunca se había dado…

Hay que curar sus heridas” (Papa Francisco) La Eucaristía podría y debería ser el lugar real y simbólico de reconciliación, de curación y de reconocimiento, signo de esa humanidad nueva, visible, verdaderamente Cuerpo de Cristo; de la Humanidad entera, de lo femenino y lo masculino, de las diferentes razas, pueblos y sensibilidades… La nueva Humanidad que anhelamos y que se va gestando poco a poco.       

Ciertamente: “La Iglesia tiene necesidad hoy, de recuperar la visión cósmica, ecológica, positiva y optimista de la Eucaristía y celebrarla en una liturgia que exprese la alegría del cielo en la tierra y la espera del festín en el Reino de Dios”[10], sin embargo no es fácil que esto se realice significativamente mientras existan discriminaciones dentro del ámbito eclesial.

Es decir, su visibilidad y significación no será clara hasta el día en que la Iglesia  ensanche la mesa eucarística del altar y considere ahí a las mujeres no sólo como comensales de pleno derecho sino reconociendo en ellas la posibilidad de que, como María, hagan presente a Cristo en el mundo, transformando los dones creados, en su Cuerpo, para la reconciliación de este mundo dividido.

El festín eucarístico podría ser así mucho más claramente lugar de reconciliación y signo y anticipo de aquellas relaciones igualitarias y fraternas del Reino que en él se proclaman.

Quisiéramos que la Eucaristía, presidida y animada por hombres y mujeres, fuera verdaderamente el lugar simbólico y expresivo de esa anhelada curación y reconciliación humana, en la que hombres y mujeres, re-conocidos, re-encontrados mutuamente se solidaricen totalmente en la Iglesia para salvación del mundo, como signo y anuncio de una creación pacificada. Porque “la Humanidad no puede reconocerse a sí misma más que en la perfecta identidad de lo masculino y lo femenino como imagen de Dios[11] y lo que es mucho más serio, difícilmente Dios podrá reconocerse en una humanidad partida.


[1] K. RAHNER, La incorporación  a la Iglesia según la Encíclica de Pío XII ‘Mistici Corporis’, en Escritos de Teología, Madrid, 1863, tomo II p. 15.

[2] MJ ARANA, Mujeres Sacerdotes ¿por qué no?, Reflexiones históricas, teológicas y ecuménicas, Madrid, 1994, edic. Claretianas. P. 12.

[3] Castelgandolfo, 5, VIII, 2006.

[4] K. RAHNER, Diccionario Teológico, Barcelona 1870, p.  740. L. PACOMIO, Diccionario interdisciplinar. Salamanca, 1983, IV, v. Tradición.

[5] Por ejemplo: The Hadrianum Sacramentary 786 AD, y otros muchos documentos.

[6] Es importante lo que dice de ellas J. A. LIZARRALDE: “aunque nunca fueron sacerdotisas, gozaban de algún modo del foro eclesiástico” y, tanto él como G. HENAO y M. LARRAMENDI, las ven como descendientes de las diaconisas antiguas.

[7] ATTO DE VERCELLI, P.L. 134, PP 113-115

[8] C. KAUFFMAN,  “Renacer desde la Contemplación”, entrevista grabada en video para la XIX Semana de Vida Religiosa de Bilbao, abril, 2001.

[9] W. JÄGER,  En cada hora hay eternidad. Palabras para todos los días, edit. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004, p. 148.

[10] Ibidem.

[11] G. LAFONT, Dios, el tiempo y el ser, Salamanca, 1991.

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