Sueño con que las Iglesias cristianas abandonen la fecha de 25 de diciembre como celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret

Comencemos con el texto de un dibujo que, creo, era del inefable Cortés: “Si la gente pensara seriamente en lo que significa que Dios se encarne: que se ponga radicalmente de parte de los más pobres y demuestre que la única religión verdadera es el amor verdadero, si la gente pensara de verdad a qué les compromete decir que Dios nació en Belén…, probablemente no se pondrían tan contentos cuando llega Navidad”.

Cuando Fidel Castro decidió suprimir las navidades, medio mundo se le echó encima por ateo y anticristiano. Concedo que medidas de ese tipo no pueden imponerse dictatorialmente. Pero queda pendiente otra pregunta: ¿verdaderamente era esa medida “anticristiana”? ¿O, como pasaba cuando acusaban a Jesús de “blasfemo”, era más profundamente creyente que la de sus acusadores? Veámoslo un momento.

El nacimiento de Dios, ¡del mismo Dios!, en pobreza y desamparo humanos, lo hemos convertido en un aquelarre de consumo inútil, que ya no revela nada de la solidaridad de Dios con nosotros, sino de nuestra insolidaridad con los otros. Visto desde ese divino “amor hasta el extremo” (como dice un evangelio), lo que debería ser la fiesta de lo humano, se ha pervertido en la fiesta de lo inhumano. El establo es sustituido por algún “Corte inglés”; la compañía del buey y la mula por la del cochinillo y el cava.

Los socialmente despreciados (pastores) y los extranjeros (magos), únicos que, según el evangelio, perciben y anuncian el nacimiento de Dios, son hoy unas figuras bucólicas bien vestidas y unos “reyes”. Por eso no tienen ya nada que anunciarnos, como no sea que la vida carece de sentido y que sólo podemos llenar ese vacío consumiendo. La noche fuera de la ciudad “sin lugar en la posada”, se ha travestido en las arterias bien iluminadas de nuestras urbes, donde se malgasta energía para animarnos a derrochar dinero. La solidaridad de Dios que se revela dándose hasta el anonadamiento, la pervertimos en solidaridades artificiales que rifan objetos de famosos.

Cada año, familias que se reunían por inercia, bajo ese eslogan de celebrar el cariño y la unión familiar, se despiden más distanciadas y más enemistadas, sobre todo si ha andado de por medio el dinero. Al final, una publicidad detestable nos escupe una pésima parodia de Bécquer diciéndonos: “Navidad eres tú”. Así es cómo la fiesta del amor, se traviste en fiesta del egoísmo.

Guinda de toda esta perversión puede ser aquel tristemente célebre belén del hospital de Castellón, dado a conocer el año pasado por estas fechas: 90.000 € anunciados por algún ángel moderno, y no precisamente a los pastores ni a los enfermos… Si esto no es blasfemia y herejía que venga la Congregación de la fe y que lo diga.

Concedo que no siempre fue así. Muchos villancicos todavía reflejan poética e ingenuamente ese encuentro de la mejor humanidad en lo sencillo, y de lo material como expresión (no como sustitución) de lo espiritual. Lo que hoy denuncio es fruto de esa inevitable “entropía”, que es también una ley de la historia y no sólo de la física. Y que se agudiza al descristianizarse la sociedad.

De manera sencilla y nada agresiva, eso debería preocuparnos a los cristianos. ¿Sería absurdo que todos aquellos que creen en (y celebran) el nacimiento del mismo Dios en el abandono y la pobreza, convirtieran esos días sagrados en jornadas de total renuncia al consumo, de intensificación de la presencia solidaria entre las víctimas de este mundo cruel, y de plena reconciliación y perdón entre nosotros y con todos los seres humanos?

¿Días en que se nos repitieran algunas palabras bíblicas como: “Escucha pueblo creyente, nuestro Dios es solamente uno; ámale con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas”… O “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”? Dejemos pacíficamente que quienes no tienen otro dios se entreguen al consumo desenfrenado. Quizás incluso, si nosotros renunciamos seriamente a consumir en esos días, les haremos un favor por aquello de que al disminuir la demanda, baja también el precio de la oferta.

Puestos a soñar, podría suceder que las Iglesias cristianas, que no deben pretender imponer su fe ni cambiar eso a la fuerza como Fidel Castro, se plantearan seriamente la posibilidad de abandonar la fecha de 25 de diciembre como celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret. De hecho, Jesús no nació ese día ni sabemos en qué día fue. Se eligió esa fecha para transformar la fiesta pagana del nacimiento del sol. Pero quizás es tiempo de dejar que la sociedad no cristiana recupere aquella fiesta pagana y trasladar la navidad cristiana a otra fecha: quizás un mes después, por aquello de que estaremos en plena cuesta de enero.

Así, además, las fiestas laicas del solsticio de invierno pasarían a ser, para la liturgia cristiana, nuevos días de “adviento”, que preparan para el nacimiento de otro Sol que nunca se enfriará.