Las primeras comunidades creyentes en Jesús, teologizadas por Pablo se distinguían “orgullosamente” como comunidad santa frente al mundo pagano y al mundo de la ley. La santidad de la Iglesia de los cristianos provenía de Cristo el que venció a todo pecado. Creer en Jesús es entrar en el mundo de la santidad.

Pero esa fe no anula la posibilidad de ser un canalla, un pederasta o un cobarde. Sin embargo el oír con frecuencia que somos parte del pueblo santo nos ha hecho olvidar que llevamos siempre la libertad de ser canallas, egoístas o simples cerdos sin evolucionar.

La historia de la Iglesia y nuestra personal historia es argumento abrumador de esta humillante realidad: Somos una Iglesia de pecadores. No convendría olvidarlo nunca ni presumir de santidades fatuas.

Luis Alemán Mur.