¿No es éste el carpintero?

Por lo general, los hombres buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso. Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con «un carpintero», hijo de María, miembro de una familia insignificante. Alguien ha dicho que «la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). No sabemos «reconocer» a Dios en lo ordinario de la vida.

La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret nos descubre, sin embargo, que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, el Ser todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de «legítima defensa» (F.  Nietzsche). El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía D. Bonhoeffer, «Dios está en el centro de nuestra vida, aun estando más allá de ella».

A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana.  En nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera.

Cuando un hombre o una mujer ahonda con lealtad en su propia experiencia humana, le es difícil evitar la pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos «Dios». Lo que necesitamos es unos ojos más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste sólo en tener «espíritu observador» sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia. Dios «no está lejos de los que lo buscan». Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.