Leí hace tiempo unos recuerdos autobiográficos del entonces juez Fernando Grande-Marlaska. Me resultaron muy dolorosos. Tanto él como su madre habían sufrido con enorme amargura al descubrir que desde pequeño él no era “normal”. Y si apareciera la verdad que llevaba oculta, la sociedad en la que se movía: profesores, amigos y demás familiares lo rechazarían con más o menos sorna. Sin embargo, lo que más le dolía era el recuerdo amargo de su madre. Para él, “salir del armario” fue vivir. Era un juez de reconocido prestigio.

Fernando Grande-Marlaska estaba ya orgulloso. Yo, sin conocerlo, me sentí orgulloso incluso después del paso a ministro. Creo que un Juez de su categoría no gana nada metido a político. Pero eso es otro asunto. Para mí, Grande Marlaska es el gran orgullo.

Sólo le pediría que no rebaje su enorme triunfo y personalidad metiéndose en la farándula y chabacanería que ensordece nuestras calles.

Luis Alemán Mur