La Hemorroísa

La mujer de las frecuentes hemorragias mantiene un conflicto con la Institución, es decir con la Ley. Todo provocado por un desajuste con su vida sexual. Seguramente su angustia y su miedo aumentaban el desajuste.

La Institución utilizó lo sexual para destrozar su vida íntima y su relación con la sociedad. La convirtió en una inválida. En una impura. Algo así como una leprosa invisible. No vale como mujer. Nunca ha podido ser feliz. Ley y sexo la han destrozado.

El sexo está detrás de grandes desastres íntimos, sociales, políticos, eclesiales, económicos, familiares. Hay quien se separa de Dios por culpa del sexo. Hay quien compulsivamente se agarra a Dios huyendo del sexo. No es fácil encontrar una religión que haya encontrado una integración del sexo en la vida de los hombres o mujeres.

Pudiera ser que no sea específico de las religiones decretar nada sobre el sexo. Quizá el sexo sea tan íntimo, tan personal que sólo el hombre -ya transformado en humano- sea quien tiene la responsabilidad de decidir su camino, siendo honesto con su conciencia, y con los hombres, desarrollados ya como humanos (hermanos); y no solo animales con corbata.

(Por favor, léanse de nuevo los párrafos anteriores, despacio).

En el comentario al evangelio sobre la hemorroisa, se cita el libro del Levítico. El mismo capítulo 15 aludido es todo él un discurso de Dios sobre las hemorragias de la mujer y gonorreas del hombre: “El Señor habló a Moisés y a Aarón. Decid a los israelitas…”

Y le da Dios a Moisés y Aarón una larga charla sobre hemorragias, gonorreas, poluciones, lavatorios… (primera versión de los confesonarios).

No habla Dios sólo de la mujer. También habla sobre el varón:

“Cuando un hombre tenga una polución, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. También la ropa o el cuero adonde haya caído el semen, se lavará y quedará impuro hasta la tarde.
Si un hombre se acuesta con una mujer y tiene una polución, se bañaran los dos y quedarán impuros hasta la tarde”  Etc. v. 16-18

Es decir, que el sexo ha provocado todo lo que ha provocado, sobre la base teológica iluminadora del Levítico, libro escrito por el clero a la vuelta del destierro de Babilonia. El Levítico, es decir, el clero emergente de una catástrofe, tiene la osadía de poner en boca de Dios unos cursillos sobre las hemorragias femeninas y gonorreas masculinas. Y los clérigos de aquel tiempo, se buscan, para refrendar sus tesis, a Moisés y al sacerdote Aarón.

L. Alonso Schökel en la Nueva Biblia Española, se pregunta en la introducción al libro del Levítico: “¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo?”

En efecto, una víctima de ese Levítico, cuyo nombre no aparece en los evangelios, se ha pasado toda su vida (doce años: “doce” es símbolo de un todo) sometida a una Institución que la mata. Le ha robado, o al menos le ha amargado la vida. Y se encuentra con Jesús.

Se había gastado un dineral en soluciones falsas. Su vida era una noche en soledad, no aguanta más. Se salta las reglas, rompe con la Institución religiosa. Se acerca a Jesús, toca su orla, sabiendo que lo dejará impuro según la Ley vigente. Y cuenta en público toda la verdad podrida que lleva dentro. Esa valentía y esa fe en Jesús le salvan:

“Hija, tu fe te ha salvado. Márchate en paz y sigue sana de tu tormento” Mc 5, 34

No sabría decir en qué libro y página Eugen Drewerman, sacerdote, especialista en las escrituras, teólogo católico, médico psicoanalista (perseguido como es habitual por Roma) narra “un evangelio similar”. Se trataba de un señor Cardenal, atormentado por dentro. Acudió a su consulta para someterse a un psicoanálisis. Después de varias sesiones fue descubriendo y desembuchando toda su verdad, todos sus miedos, todos sus remordimientos. Al final, ya con el estómago de su vida vacío, se echó a llorar como un niño. Se sintió un hombre nuevo. A este Cardenal que se atrevió a mirarse hacia dentro, también le salvó su valentía y su fe. Nadie hizo un milagro. Salvo que la fe y la valentía sean un milagro. Y se marchó sano de su tormento.

El caso es que Jesús, con su actitud ante la hemorroisa, quiebra la ley y la historia. Y deja a la mujer ser mujer.

Han pasado dos mil años y todas las religiones siguen, aún, con sus burkas encubriendo la feminidad. A ellas, los levíticos de Roma le siguen prohibiendo el altar, presidir eucaristías, predicar a Jesús. Y esto, en el catolicismo, religión que se tiene por culta y más adaptada a los tiempos. La mujer sigue siendo discriminada en el Derecho Canónico. Y sigue así porque los Aarones y Moiseses de hoy dicen que recibieron la verdad, directamente de Dios. Incluso del mismo Jesús. ¡Qué ironía! Como aquellos ignorantes e interesados levíticos.

Cuando hablan de alianzas de civilizaciones yo me pregunto si estarán dispuestos a aliarse con una sociedad política en la que las mujeres siguen sometidas, esclavas, e impuras. No es un pecado sólo de religiones. Es un crimen de la sociedad y de la historia. Además de Vaticanos, es cuestión de ONU.

El Levítico, S. Jerónimo, el que tradujo la Biblia al latín llamada Vulgata, y S. Agustín, sabio contemporáneo de Jerónimo, fueron los principales ideólogos del lío sexual que domina la moral católica, hoy vigente. Santos levíticos.
Una moral descolocada de la historia y de la antropología, fundada no sólo en el miedo al cuerpo sino a la Creación, ha desencuadernado no sólo la teología moral y dogmática sino al hombre como varón y como mujer y a su relación con Dios.
Pero no se preocupen, el mundo levítico de Roma seguirá hablando, condenando con voz alta y firme, y fornicando en silencio.

Y mientras, los levitas, los escribas, los fariseos, los sacerdotes del Templo tan satisfechos. Ellos sacrificaban a Dios los becerros, las vacas, los pichones, las palomas, manejaban los dineros de los fieles, dirigían el gran negocio de la eterna reconstrucción del Templo, oraban tantas veces como hiciera falta.
Pero el pueblo seguía paralítico, ciego, hambriento, con su Ley a cuestas, con su “derecho canónico” que quemaba de raíz todo crecimiento. Mucha ley, muchas normas, mucho control, pero sin vida.

La hemorroisa no era una pecadora. Era una víctima de su religión. La moral vigente fue destrozándola poco a poco. Vivía su religión sin haberse encontrado con Jesús. Su religión no le servía nada más que para hacerla sufrir. ¿De qué le sirvió creer en Yahvé?
Tuvo que saltarse la Ley para encontrar a Jesús. Y junto a Jesús, su vida, su crecimiento, su salvación. El evangelio es, en primer término liberación. La palabra liberación –la teología de la liberación- no gusta en la nueva Jerusalén romana. Sin embargo fue el centro de la acción y predicación de Jesús.

La palabra liberación no se utilizaba porque no existía. La palabra bíblica es éxodo. Toda la acción de Yahvé con su pueblo es un esfuerzo de éxodo: salir de toda esclavitud. Sentir y vivir la libertad. Condición imprescindible para ser hijo. Ser hijo del Padre común es el proyecto de la creación del hombre.
Ninguna ideología, ninguna religión, ningún becerro por muy de oro que sea, ningún derecho canónico tendrá sentido si castra la obra del Creador.

Aquella mujer tuvo la valentía y la fe para saltarse incluso su religión, para ejercitar su libertad y tocar a Jesús. Jesús no le falló. De víctima pasó a ser libre.

¡Qué triste una religión, sea cual sea, sin Jesús!

Pero la consecuencia de esta página del evangelio debería o podría hacernos temblar a todos los que nos dedicamos a esto de la fe o teologías. Mejor será proponerlo en forma de pregunta. ¿Ha existido, en la historia de los hombres, algo más esclavizante que las religiones?

¡A cuántos no nos ha dejado vivir nuestra religión!

De ahí, que en el fondo de todos los fondos, el cristianismo no sea equiparable a una religión. Sí, ya sé que teólogos más temerosos exigen y añaden muchos matices a esta afirmación. Yo pienso y pensaré que ser cristiano es escoger a Jesús, aquel de Nazaret. El que liberaba, el que sanaba, el que convertía a los hombres en hermanos y enseñaba a llamar a Dios, Padre.

Sobre ese escoger a Jesús de forma personal, (ese “bautismo”) intransferible y permanente comenzó todo. Enseguida se generaron familias de creyentes en el mismo Jesús.

Después emergen los “episcopoi” palabra griega que no señalaba a los sucesores de los míticos
doce, sino que eran encargados de las cuestiones de administración, económicas y vigilancia. Y sobre ellos, no específicamente sobre la fe y pensamiento de Jesús, aparecen las agrupaciones de iglesias cercanas. Al modo de las provincias romanas que son el origen de la Cristiandad. Los “episcopoi” se convierten en los sucesores de los Apóstoles. Nace el Derecho Romano.

Y la cristiandad tiene, no cabe duda, mucho en su haber. Quizá ningún otro movimiento como la cristiandad ha colaborado tanto en el desarrollado del hombre.

Pero igualmente la cristiandad debería reconocer que se ha aprovechado de Jesús. Se ha convertido en un centro de poder: político, social, económico. Y en nombre de la cristiandad se ha subyugado y sigue subyugando al hombre. No en la edad media, ni en la inquisición. No hay que ir tan lejos. Por ejemplo, a su cargo hay que apuntar las masas de hemorroisas y “hemorroisos” que hoy pueblan sus iglesias.

Y es un auténtico sacrilegio utilizar el nombre de Jesús para maniatar, silenciar, paralizar, castrar, esclavizar, aumentar los súbditos de Roma. Difundir el mensaje de Jesús, evangelizar no es imponer la cristiandad al mundo oriental, africano etc.

Se trata de desatar lenguas trabadas, iluminar ojos apagados, infundir vida a los muertos, hacer andar a los cojos, expulsar ideologías endemoniadas, liberar intimidades encadenadas. Ayudar a conseguir el proyecto de un ser humano.

Siempre me ha parecido la mayor osadía de Dios el haber puesto en circulación una criatura, inteligente y libre. Tanta osadía que todos los que no somos Dios, buscamos algún modo de controlar, cuando no castrar la obra de Dios.

Y el hombre nace tan soberano, que nadie puede privarle el derecho de equivocarse.

Por encima del hombre, sólo su conciencia. Y en su conciencia, Dios

Luís Alemán Mur