Domingo de Pentecostés

Juan 20,19-23:

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor

“AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas.”

La “fiesta” del Espíritu Santo que celebramos los cristianos a los cincuenta días (Pentecostés) después de la Pascua de resurrección fue una idea del evangelista Lucas con la intención de acoplar nuestro calendario al de los judíos. Parece que tanto Lucas como otros muchos sintieron miedo de no tener ninguna estructura de religión al abandonar el Templo y el judaísmo.

«Paz a vosotros».

Este es el gran saludo de Jesús resucitado. Como unas señas de identidad para todo creyente en Jesús. Aunque a simple vista nos parezca no creíble, sin embargo la fe nos puede ayudar para descubrir que en el mundo de las personas o ha entrado la paz o es posible la paz. Toda religiosidad que no termine en la paz, no es religiosidad cristiana.

«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

El resucitado lo comprende todo. Jesús ya no vive de la fe. Vive de la visión. Su misión en Palestina ha terminado. Pero deja a los suyos para continuar hasta el final del Tiempo. Hoy ya han pasado miles de años y su presencia sigue actuando. Han sido los suyos quienes lo hacen presente en cualquier parte. Los de ahora llevamos la responsabilidad y la plenitud de hacer presente a Jesús. Aunque luchemos con tanta imperfección y pecado propio y ajeno.

“Recibid el Espíritu Santo”

Somos débiles, pero contamos con la fuerza de Dios. Hacer oración es creer que Dios va en nosotros. ¡Que pueda más el Dios que llevamos dentro y que no vemos, que la realidad que vemos!

A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

No hace falta sacrificar inocentes en ningún altar.

Hay que anunciar el perdón de unos a otros. Así llegará el perdón que necesita la sociedad: “Y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Ha llegado la era del perdón.

Luis Alemán Mur