“La teología debe afinar estas palabras que el Papa hace bien en usar”

Xabier Pikaza: “El diablo no es una persona, sino un mito y un símbolo”

“Lo que importa no es definir al diablo en teoría, sino luchar en este mundo contra lo diabólico”

Xabier Pikaza,


Papa: “Jesús nos enseñó pedir que el poder del diablo no nos domine” RD

El Papa como “pastor cristiano” hace bien en emplear esos términos (persona, no mito, ni símbolo, ni idea…), pero la teología debe precisarlos, con la ayuda de la Biblia y de la tradición cristiana

Según comenta hoy (9.4.18) RD: “El Papa dice que el diablo ‘es un ser personal’ y ‘no un mito, un símbolo o una idea'”. Acepto sin más lo que dice el Papa, insistiendo con él en la importancia del diablo (como puse de relieve en la postal de hace cuatro días: “Exorcismo 1”: 4.4.18).

Pero el Papa, que es “pastor”, no tiene afinar críticamente las palabras, mientras yo que soy un pobre “teólogo” debo hacerlo, por cuestión de oficio:

a. Así cuando él dice que el diablo es un “ser personal” yo debo matizar. Estrictamente hablando, personas son los seres humanos, y en otro sentido más hondo “persona el Dios” (¡tres personas!). Respecto al diablo es mejor no entrar en el debate, y decir que es ciertamente una “entidad”, y que es “real” (real y poderoso), pero sin decir que es persona o no. Personalmente me inclino a pensar, con la Biblia y con la gran Teología, que no es persona, en sentido estricto.

b. El Papa añade que el Diablo no es un mito ni un símbolo… Aquí me atrevo a disentir, por el valor de las palabras… Pienso que el diablo es un “mito”, pero no en el sentido de “puro cuento”, de simple “fantasía”. Mito no es lo contrario a realidad, sino la realidad en sentido intenso. En esa línea añado que el diablo es un símbolo, es decir, una realidad de gran valor significativo, un principio de realidad (en sentido humano y social profundo).

c. El Papa dice, finalmente, que el diablo no es una idea… Ciertamente, el diablo no es una idea, en el sentido débil del término… No es puro fantasía mental, en la línea de un “espiritismo débil”. Pero en sentido profundo, el diablo es una “idea poderosa”, de tipo individual y (sobre todo) social. Está vinculado con el mundo de “ideas” de los hombres, pero de las ideas trans-personales, sociales…

Repito en esa línea que el Papa como “pastor cristiano” hace bien en emplear esos términos (persona, no mito, ni símbolo, ni idea…), pero la teología debe precisarlos, con la ayuda de la Biblia y de la tradición cristiana, acudiendo, al mismo tiempo, a la psicología y a la historia de la cultura y de las religiones. En esa línea se sitúan las reflexiones que siguen, que forman parte de mi Diccionario de las tres religiones, donde he dado gran importancia al tema.

Siga leyendo quien piense que el tema merece la pena, aunque quiero decir ya desde ahora que lo que importa no es definir al Diablo en teoría, sino luchar en este mundo contra lo diabólico, como hizo Jesús de Nazaret.

1. Judaísmo

1. Introducción. La Biblia de Israel no posee una doctrina consecuente sobre Satán, a quien presenta básicamente como un tipo de fiscal (acusador, tentador) de su propia corte angélica (cf. Job 1-2; 1 Cron 21, 1; Zac 3, 1-2).

Satán no es un dios perverso, frente al Dios bueno (como suponen algunos tipos de dualismo, de origen quizá persa, que aparecen de algún modo en la literatura de Qumrán). No es tampoco un ángel malo, creado así por Dios, sino que ha empezado siendo un espíritu bueno que realiza funciones que son propias del mismo Dios. Pero, en un momento dado, por influjo de tradiciones del entorno religioso o por evolución de la experiencia israelita, los mismos judíos han elaborado en sus libros apócrifos una visión muy precisa de Satán, a quien consideran ya como un ángel perverso, enemigo de Dios. La razón de ese cambio y de esa perversión satánica se puede atribuir a tres factores.

(a) Deseo sexual. la tradición de Henoc y del libro de los Jubileos supone que algunos ángeles supremos bajaron al mundo para saciar su deseo sexual con mujeres y así se pervirtieron, convirtiéndose en enemigos de los hombres, como seguiremos viendo.

(b) Desobediencia. Un apócrifo judío, titulado “Vida de Adán y Eva”, supone que Dios mandó a los ángeles que sirvieran a los hombres; pero algunos de ellos se negaron, rechazando el mandato de Dios y convirtiéndose así en diablos.

(c) Envidia y rebelión directa contra Dios. La tradición más conocida, que ha pasado a gran parte de la teología posterior, supone que Satán, el ángel más perfecto (llamado también Belial o Luzbel, se rebeló contra Dios, queriendo ocupar su lugar, pero fue derrotado por Miguel, que permaneció fiel a Dios (cf. Dan 12, 1; Ap 12, 7-9). En ese sentido se suele interpretar la elegía de Isaías contra Babilonia: «Cómo has caído del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Has sido derribado al suelo, tú que debilitabas a las naciones» (Is 14, 12) o la endecha de Ez 28, 13: «Estabas en el Edén, jardín de Dios…».

2. Los dos rostros de Satán. Tradición de 1 Henoc

El libro que más ha desarrollado la satanología israelita antigua es 1 Henoc, apócrifo judío de los siglos III al II a. C., que empieza hablando de un ángel perverso llamado Semyaza (1 Hen 6, 3), para destacar después el influjo de Azazel (o Asael) a quien 1 Hen 8, 1 señala expresamente como «el décimo de los jefes» (cf. 1 Hen 6, 7; 8, 1), pero que en la tradición bíblica (Lev 16, 8) aparece como una especie de demonio del desierto que recibe (¿y origina?) los pecados del pueblo.

En 1 Hen 9, 49, esos dos satanes aparecen en paralelo, como difusores de secretos celestiales, violadores de mujeres, culpables de la sangre que se derrama sobre el mundo. Posiblemente, su dualidad y unidad perversa debe explicarse a partir de la convergencia de tradiciones diferentes, pero ella juega también un papel importante en el proceso de caída de los hombres.

(a) Azazel se muestra, por un lado, como instigador y causa principal de la perversión: «Se ha corrompido toda la tierra por la enseñanza de las obras de Azazel; adscríbele toda la culpa» (1 Hen 10, 8). Es claro que los hombres resultan inocentes; son víctimas de un mal que les invade. Culpable es Azazel, personificación del principio satánico o perverso de la vida. Por eso ha de ser arrojado a la tiniebla, enterrado en el desierto (cf. Lev 16, 8), consumido por el fuego del gran juicio, para que se vivifique (cure) la tierra por la acción de Rafael, medicina de Dios (1 Hen 10, 4-8).

(b) Semyaza aparece después como causante de esos mismos males y ha de ser luego juzgado (atado, sepultado, consumido para siempre) mientras surge para el mundo un nuevo tipo de justicia ya definitiva. Su antagonista es Miguel, representante de la lucha y victoria de Dios sobre los males de nuestra historia (1 Hen 10, 11-22).

3. Satán y la caída de los Vigilantes

1 Hen 6-36 vincula a Satán (Semyaza y Azarel) con los Vigilantes, es decir, los ángeles custodios que Dios había puesto para «enseñar al género humano a hacer leyes y justicia sobre la tierra». No se sabe si ellos eran custodios personales, es decir, guardianes de cada individuo, como enseñará más tarde una tradición judía y cristiana muy documentada o guardianes de la humanidad en su conjunto (tal como está centrada en Israel).

La “Vida de Adán y Eva” (versión latina) dice que Dios creó a los hombres a su imagen y, por medio de Miguel, dijo a los ángeles: «Servidme y adoradme en ellos»; pero algunos ángeles se negaron a cumplir esa orden, convirtiéndose en seres satánicos.

El libro de 1 Henoc se sitúa en otra perspectiva, afirmando que los Custodios violaron a las mujeres:

  • «En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos…Le respondieron todos: Jurémonos y comprometámonos bajo anatema…Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él juraron y se compro¬metieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel… Tomaron mu¬jeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas» (1 Hen 6, 1-7, 1).

Los ángeles de Dios, que (conforme a Job 4, 14) tenían que haber sido maestros y custodios de los hombres, se han vuelto sus opositores o pervertidores: desearon tener lo que les faltaba; mujeres e hijos. Así corrompieron y siguen corrompiendo a los hombres, a través del deseo sexual y la violencia armada.