LA CENA

Juan 13,1-15:

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando…

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»

 

¿QUÉ COMULGAMOS?

Papa Francisco.

 

*”El deseo de dejar en el centro de su corazón a Jesús”,

*Comulgar significa pensar como él, amar como él, ver como él, caminar como él”.

 

Desde luego no comemos huesos, venas, carne de Jesús. Una de las acusaciones de los romanos de los primeros tiempos contra los cristianos era de antropófagos. Llegaron a la conclusión de que “comían” a su fundador. Y la culpa de la acusación la tenían los cristianos por no saber explicar lo que hacían cuando comulgaban. Y esta ignorancia se ha prolongado durante muchos siglos. Aún hoy, la explicación catequética a los niños de siete años para su primera comunión sigue siendo antropofágica. Y con ese enfoque increíble se sigue en la mayoría de sectores católicos.

 

El “misterio” lo tapa todo, lo digiere todo. Cuando nos asalta algo incomprensible, un absurdo, acudimos a lo misterioso. Es un misterio. El misterio es el recurso de la ignorancia o de la pereza.

 

Aquí no negamos el misterio. ¡Claro que existe e incluso nos invade el misterio! Pero el recurso gratuito a lo misterioso nos traslada a tiempos primitivos.

 

“Esto es mi Cuerpo”: Esto es mi forma de actuar; esto es mi forma de ser humano; esto es mi forma de pensar y de amar; esta es mi vida.

“Este es la sangre de mi alianza nueva”: Con ella firmo mi compromiso con los hombres. Y así queda firmada la nueva forma de ser hijo del Padre y hermano de los hombres.

 

No es que cuando comulgas te conviertas en un sagrario o un cáliz. Es que cuando comulgas, si has comprendido lo que haces, al salir del templo sales más capacitado para mirar a los demás de otra forma, el dinero tendrá otro valor, la muerte tendrá un sentido. Incluso puede que te atraiga el enfermo, puede que no te importen tanto los que mandan, puede que no tiembles ante el mañana, puede que mires al mundo y su historia con esperanza.

 

Y hoy domingo, a pesar de lo mal que los cleros organizaron la cena del Señor, a pesar de lo rollo que fue la homilía, a pesar del sin fin de ritos realizados con monotonía y sin sentido, a pesar de los ropajes pretensiosos que vestía los que presidieron la cena llamados, paganamente, sacerdotes; a pesar de tantos pesares tú te pusiste en cola y comiste una hostia, redondita y demasiado bien hecha, en recuerdo del pan que distribuyó el Maestro. Comulgabas su querer, su amar, su mirar, su adhesión al Padre.

 

Con frecuencia, la historia lo enreda todo. Todo menos tu fe sencilla como la de aquellos personajes del evangelio.

 

Luis Alemán Mur