Ya tienen en la curia del Vaticano un milagro
en la cuenta de Pablo VI

 

Ya tenemos fecha para la canonización de Pablo VI. Y no me extrañaría que la misma oficina de milagros de la Curia haya abierto ya carpeta con el nombre de Benedicto XVI.

Es curioso que los últimos Pontífices, a partir de Pacelli, sobresalen por su declarada santidad ya sean escorados a derechas o a izquierdas. Montini (Pablo VI) el más izquierdoso, no sobresalió por su valentía. Pero ya está en pista de despegue. Llegó a papa como resultado de indignantes manejos de la Curia Romana. .

La lucha debió ser tan dura que el cardenal Testa cuando salió del cónclave comentó: «Han sucedido cosas horribles. Tengo que pedir al Papa el permiso para contarlas para poder liberarme.» Parece ser que fue él, antes de morir, quien contó toda la triste historia de aquella elección. (Giancarlo Zizola en su libro ¿Qué Papa? la triste historia de aquella elección).

Es cierto que el candidato de Juan XXIII era Montini al que mandó un telegrama horas antes de morir. Pero precisamente por eso, el cónclave estaba decidido a no votarlo. Los votos del grupo conservador confluyeron desde el principio en el ex nuncio en España, Antoniutti, que tenía todo el apoyo del Opus Dei. Ya en el discurso a los cardenales antes del cónclave el curial Tondini hizo un retrato del nuevo Papa que debía ser lo opuesto a Juan XXIII. Este había condenado a les «profetas de desventuras» y Tondini hizo del mundo el cuadro más pesimista posible. El cardenal Siri, en la catedral de Génova, había dicho que serían necesarios muchos años para rehacer lo que Juan XXIII había estropeado en la Iglesia.

En este clima, ya en las primeras votaciones, ‘Montini obtuvo treinta votos y Antoniutti veinte. El otro candidato más votado era Lercaro. Eran votos de los extranjeros más abiertos que veían en Lercaro un sucesor de Juan XXIII por su gran espíritu evangélico. Ya por la tarde del primer día de votaciones los votos de Lercaro pasaron a Montini ante el temor que pudiera ser elegido Antoniutti, pero a pesar de todo, Montini no lograba obtener los votos suficientes. Los progresistas ya no tenían más votos. La elección se quedó congelada.

Entonces la curia hizo una maniobra: presentó la candidatura del curial Roberti para indicar que de ninguna manera habrían votado a Montini. Los electores de Montini se encontraron entre la espada y la pared: o aceptar a Roberti, que era un conservador, o aceptar el desafío hasta que explotara la situación.

Y la situación explotó como ninguno se lo imaginaba: el cardenal Testa, curial, prefecto de la Congregación de las Iglesias Orientales, pero de una enorme rectitud moral, indignado ante el espectáculo que se estaba realizando en un cónclave que debía estar inspirado por el Espíritu Santo y saltándose a la torera todas las normas más sagradas del cónclave que prohíben severísimamente intervenir durante una votación, rompió el silencio para pedir que se abandonase aquel juego humillante, y pidió que se votara por Montini, ya que poseía los votos de la mayoría y había sido en realidad el candidato de Juan XXIII.

Algunos cardenales se indignaron. Otros pidieron que se anulara la votación, pero lo cierto es que en otros hizo impresión y desde aquel momento empezaron a aumentar los votos de Montini, el cual aseguró a los conservadores que se mantendría fiel a la tradición. A Cicognani le aseguró que lo mantendría como secretario de Estado. Fue decisiva la «conversión» del anciano Ottaviani, presidente del Santo Oficio. Parece ser que fue quien convenció a algunos curiales a votar a Montini abiertamente «para poder condicionar después su pontificado ». A pesar de todo. Montini fue elegido sólo con el margen de tres votos.

Posteriormente, el viejo y duro Ottaviani no perdonó a Pablo VI que le pidiera la dimisión del Santo Oficio, que era como el Ministerio del Interior de la Iglesia. Fue durante años el cardenal más potente de la Iglesia y el eclesiástico con mayor influencia en la política italiana. Los observadores dicen que bastaba una tarjeta de Ottaviani para hacer temblar a un ministro.

Convencido de que sin él Pablo VI no hubiese sido Papa, cuando se vio relegado de su feudo de poder dijo con amargura: «Seré viejo, pero quién sabe si él no morirá antes que yo.» De hecho Ottaviani, en estos días no quiere recibir a nadie y deberá vivir el cónclave a través de la televisión sin poder influir como elector por «culpa de Pablo VI», que impidió con el nuevo reglamento participar a quienes han cumplido los ochenta años.

Ottaviani, casi ciego y con pocas fuerzas físicas, no ha perdido su antigua vena polémica. De hecho, protestó violentamente porque a la primera «congregación» de cardenales reunida para el gobierno normal de la Iglesia y para preparar las cosas del cónclave, no fueron invitados los ochentones. Según Ottaviani, no pueden votar pero no está escrito en el reglamento que no puedan asistir a estas reuniones, en las cuales, como, sabe el muy experto cardenal, se prepara la verdadera elección del Papa. El problema aún no ha sido resuelto.


En ese ambiente de cobardes compromisos para conseguir el papado y mantenerse en él se comprende la publicación de la encíclica Humanae vitae, que le otorga el título de Pablo píldora. Y la Sacerdotalis caelibatus, promulgada en craso menosprecio de la colegialidad y manifiesta repugnancia de la mayoría de los obispos. Dos muestras evidentes de la enorme cobardía que ha traído a la Iglesia grandes prejuicios.

Pero ahora la curia romana lo declara santo de la Iglesia.

 

Para escribir este artículo he releído el País publicado el 12 de agosto de 1978, el libro de Han Küng Verdad controvertida, y lo que he podido de Memorias y .de Giancarlo Zizola ¿Qué Papa? la triste historia de aquella elección.

Luis Alemán Mur