El papa Francisco: repensar la Iglesia

    El 29 de diciembre de 2017, en una alocución dirigida a la Asociación de teólogos italianos, el papa Francisco los invitó a “repensar la Iglesia para que sea conforme al Evangelio que debe anunciar”, y a “repensar los grandes temas de la fe cristiana dentro de una cultura en profunda mutación”.

Esas palabras me confortaron y me hicieron vibrar una vez más. Solo soy, ahora más que nunca, un humilde amateur de la teología, pero eso quise y eso quiero: repensar la Iglesia con todas sus estructuras desde el evangelio de Jesús, que no fue cristiano ni fundó ninguna Iglesia, y repensar el cristianismo con todos sus dogmas desde la mutación cultural que nos ha tocado vivir. Repensar, reformar y revivir.

Por eso me llegan al alma tantas veces las palabras de este papa, con su tino jesuita y su simplicidad franciscana. Y por eso me permito a veces decir con libertad lo que sigo echando de menos en él. Un papa evangélico como Francisco no se merece enemigos, pero tampoco necesita abogados. Y salta a la vista que tiene muchos enemigos y abogados: los primeros le hacen daño, y los segundos no le ayudan.

Así pues, desde mi más profunda simpatía, formularé mis dudas, cuando van a cumplirse 5 años de pontificado –cinco años son hoy muchísimos–: ¿Bastan el ritmo y el programa de sus reformas? ¿Basta ser una buena persona o un buen cristiano para ser un buen papa? ¿O basta ser un buen papa para reformar la Iglesia?

    Pero empezaré por reconocerlo con mucho gusto y gratitud: hacía muchos años que no escuchábamos a un papa profeta como éste, que olvida de repente las viejas obsesiones de la ortodoxia, la sexualidad, la indiferencia religiosa y el relativismo moral, y pronuncia palabras en las que late el corazón liberador del Evangelio; palabras nuevas llenas de aire limpio, de agua fresca; palabras fuertes que denuncian el neoliberalismo financiero que eleva murallas y cierra fronteras, que lo domina todo con su “economía que mata”; palabras que reclaman una “valiente revolución cultural” y llaman a la Iglesia a no ser aduana, sino puesto de socorro para los heridos; palabras que proclaman que la causa de la Tierra y de los pobres es la misma causa. Creo en el poder de su palabra para que la justicia y la paz se abracen en la Tierra, y podamos vivir todos.

    Y eso es lo esencial para la Iglesia, para el cristianismo, para cualquier religión, no lo pongo en duda. Pero ¿cómo podrá la Iglesia responder a su misión o cómo podrá anunciar el aire y la liberación de Jesús, si no se reforman profundamente todas sus estructuras anacrónicas –empezando por el mismo papado–, sus doctrinas obsoletas, sus lenguajes trasnochados? Pues ahí, a mi modo de ver, el papa Francisco se queda corto, muy corto, lo digo con pena. Repensar y reformar la Iglesia exige mucho más.

Baste un ejemplo. En su encuentro con los obispos de Chile durante su reciente viaje a ese país, el papa Francisco les pidió que cuiden de que sus seminaristas de modo que éstos renuncien “a la tentación de cualquier forma de clericalismo”. Oportuna alerta, a la vista de lo que pasa. Pero justo en la frase siguiente añadía: “El sacerdote es ministro de Jesucristo”. “Sacerdote ministerial”, varón y célibe, representante de Cristo cabeza, único habilitado para absolver pecados y presidir la eucaristía, gracias a la ordenación recibida del obispo, sucesor de los apóstoles elegidos por Jesús: pura teología clerical que rebaja al laico, y a todas las mujeres de golpe, a un rango inferior.

Pues bien, con esa teología que divide la Iglesia será imposible evitar el clericalismo, por mucho que se empeñen –los clérigos– en “promocionar a los laicos”, siempre subordinados, e incluso asciendan a alguna mujer hasta el cardenalato (no sacerdotal, claro está), y se plantee, como acaba de sugerir la Santa Sede, la ordenación de algunos ‘viri probati’, varones casados de edad avanzada y de virtud probada, para poner remedio a situaciones de “emergencia sacramental” por falta de sacerdotes.

Mientras no se invierta y democratice desde la base el modelo de Iglesia y se derogue el papado, mientras siga vigente el mismo Derecho Canónico y persista la misma teología dogmática, todo seguirá o volverá a ser igual, por mucho que el papa Francisco sea una excelente persona, un cristiano ejemplar y un buen papa o un papa bueno, que lo es.

José Arregi