Ayer, lunes 8 de enero, a las 20 h. y cuando menos me podía imaginar semejante cosa, sonó en el teléfono de mi casa una llamada sin número, de origen desconocido. Yo ni descolgué el teléfono. A los pocos instantes, la llamada se repitió. Venía del Vaticano. Y quien me llamaba era el Papa. Me puse nervioso. No sabía si aquello era una broma de cualquier insensato o quizá el reclamo de una agencia de publicidad.

Pronto salí de dudas. Era claramente la voz del Papa Francisco, que notó enseguida mis vacilaciones. Y me dijo con su voz clara y precisa: “Soy el papa”. Cosa que repitió dos o tres veces, ante mi evidente inseguridad, turbación…, ¿qué sé yo?

¿Por qué me llamó? Me figuro que todo se debe a una cosa muy simple. Hace unos días, en un Encuentro (celebrado en Madrid) de periodistas de asuntos religiosos, pude saludar a un importante amigo personal de Jorge Mario Bergoglio, que, en los pocos minutos que pudimos hablar, me aseguró que le llevaría en mano al Papa el último libro que he publicado, La Religión de Jesús. Comentario al Evangelio diario, para el presente año. El libro está dedicado al Papa Francisco. Y esto – me figuro yo – es lo que ha motivado la llamada papal. Aunque la verdad es que el Papa no me hizo mención alguna, ni de este libro, de ningún otro asunto.

Francisco fue derechamente – en los diez minutos que duró la conversación – a lo que él quería. Que fueron dos cosas. Primero: “Quiero agradecerle
lo que Usted está haciendo por mí”. Cosa que me sorprendió, dado que bien poco es lo que yo puedo ayudar al Papa. Y lo principal que me dijo y en lo que me insistió varias veces: “Rece Usted por mí. Porque lo necesito mucho”. Me llamó la atención la insistencia del Papa en este ruego. Sin duda alguna, el Papa Francisco se siente necesitado y pide oraciones para que la fuerza del Señor le ayude a salir adelante.

El Papa es consciente de que lo que da de sí la condición humana no basta, para sacar adelante la mejor solución a la cantidad y gravedad de los problemas que entraña el papado en estos momentos. Si por algo se distingue el Papa Francisco, es no sólo por su cercanía a los más desamparados de este mundo, sino sobre todo por su identificación con los pesados problemas que agobian a tantos desamparados. Francisco lo siente así, sin duda alguna. Le sobran motivos al Papa para pedir ayuda, del cielo y de la tierra. Porque ha tomado en serio el proyecto de salir adelante, cargado – como vive – con el peso excesivo de la demasiada ternura.