Estamos en vísperas de elecciones en Cataluña. Y en vísperas de Navidad en toda España y en todo el mundo cristiano. Pues bien, las cosas se han puesto de tal manera, que sobran razones para afirmar que, en este momento y concretamente en España, lo más urgente es evangelizar a este país entero.

Me explico. Evangelizar no es simplemente predicar la fe, como dice el Diccionario de la Rae. Ni se reduce a un asunto de curas, que es lo que normalmente piensa la mayoría de la gente. Evangelizar es propagar la forma de vivir que nos enseña el Evangelio. Y digo que es urgente evangelizar España porque eso es lo más apremiante que necesitamos los habitantes de este país, sean cuales sea las ideas políticas, históricas, económicas, religiosas o sociales, que tenga cada cual.

Cuando Jesús de Nazaret predicó y propagó su Evangelio, no predicó ni enseñó una nueva religión. ¿Cómo iba a predicar una religión un individuo que fue perseguido, odiado, sometido a juicio y condenado a la peor de las muertes, precisamente por los dirigentes oficiales de la religión? ¿Qué religión enseñaba Jesús de Nazaret que no pudieron soportarlo, ni a él ni a sus enseñanzas, precisamente los dirigentes oficiales (sacerdotes y doctores de la Ley) que eran los máximos responsables de la religión a la que, según se dice, perteneció Jesús y predicó Jesús?

La noche en que Jesús se despidió de sus discípulos y compañeros más cercanos, quiso hacerlo cenando con ellos en la intimidad, cuando vio que su muerte violenta era cuestión de horas. Pues bien, en aquella cena de despedida, Jesús les impuso a sus discípulos (y a la Iglesia entera) un mandato capital: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros” (Jn 13, 34-35).

Es importante caer en la cuenta de que el evangelio de Juan relata este mandato justamente en el mismo sitio y en el mismo momento en que los otros evangelios informan de la institución de la eucaristía. O sea, entre el anuncio de la traición de Judas (Jn 13, 21-32; Mc 14, 17-21 par) y la predicción de la negación de Pedro (Jn 13, 36-38; Mc 14, 27-31 par). Es decir, para el último de los evangelios, el que se escribió con más años de reflexión y experiencia (a finales del s. primero), el mandato de la eucaristía (“haced esto en recuerdo mío”, para que me tengáis presente y os acordéis de mí), ese recuerdo y esa presencia se nota y se palpa en el cariño mutuo que se tienen los que creen en Jesús, aquellos para los que el Evangelio está presente en sus vidas.

Esto supuesto, ¿por qué les dijo Jesús que este mandamiento era “nuevo”? ¿En qué estaba la novedad de este distintivo de los cristianos? Jesús siempre había enseñado que el primero y principal mandamiento es el amor a Dios y al prójimo, inseparablemente unidos ambos amores (Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 27). Aquí el evangelio de Juan rompe con la tradición religiosa de Israel. Y pone el distintivo, que califica a los cristianos, en el solo amor a los seres humanos. De forma que es en esto en lo que se distinguirá y se conocerá quién es cristiano y quién no lo es.

Evangelizar es asumir, no el “laicismo” (negación y rechazo de Dios), sino la “laicidad” más radical. Traducir en realidad que a Dios lo encontramos en todo lo verdaderamente humano. Y solamente en lo auténticamente humano.

Esto supuesto, insisto en mi afirmación inicial: urge evangelizar España. Y digo que esto es tan urgente porque, a mis muchos años, puedo asegurar que nunca vi a España tan rota, tan dividida, tan enfrentada, como ahora la ve todo el que tenga los ojos abiertos a la realidad en que vivimos. La convivencia se ha hecho penosa y difícil, con frecuencia insoportable. Es verdad que ahora no quemamos conventos, templos y centros culturales como se hizo en Granada, en los años 30 al 36. Pero también es cierto que ahora la sociedad española está más fragmentada y, en cuestiones muy fundamentales, más enfrentada que en los años que precedieron a la Guerra Civil.

España se ha convertido en un país de fanáticos. Uno de los más prestigiosos escritores de Israel, Amos Oz, ha dicho con razón que “la esencia del fanatismo reside en el hecho de obligar a los demás a cambiar”. Gane quien gane las elecciones del próximo día 21, ¿será posible convivir en Cataluña a partir del día 22? ¿Cómo se ha permitido que las cosas se pongan de manera que ya nos resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, convivir juntos todos los ciudadanos de este país? Y conste que la culpa, de haber llegado a esta situación, la tenemos todos.