Creer en Dios o creer en Jesús.

Aldo Conti y las memorias secretas del cardenal Martinetti

Escribe Antonio Piñero

El título de esta postal es el título de un libro, cuyo autor es Roger Armengol (Ediciones Carena-Acidalia, Barcelona 2017, rústica, 317 pp. 15×21. ISBN: 978-84-16843-60-2) de cuya obra he escrito alguna vez en este medio. R. Armengol es doctor en Medicina, psiquiatra, humanista, que ha sabido conjugar su trabajo con una gran afición a la literatura, Lucas, música, la filosofía y el estudio del cristianismo, del Nuevo Testamento y en concreto de los Evangelios Para mí ha sido una sorpresa, y muy agradable el haberme encontrado con este libro, pues su lectura es más que interesante e informativa. No es una novela, ni un ensayo, sino una suerte de diálogo platónico, por la profundidad y a la vez amenidad con la que se abordan algunos temas de filosofía y de religión, en forma moderna, naturalmente con sus propias variantes. Los personajes son ficticios –la acción transcurre en 2040 pero a través de los nombres y algunas actuaciones de los personajes principales, el lector avisado puede adivinar quién se escinde detrás de ellos en la iglesia actual.

En la ficción, en el verano de 2040, dos amigos pasan unos días en la casa de uno de ellos, en la Toscana. Los dos resultan ser cardenales de la Iglesia católica. El ambiente estival, sereno y solitario, es propicio para charlas sobre todo porque uno de ellos empieza notar síntomas de una grave enfermedad. Hablan naturalmente de la Iglesia, pero no mucho, sino ante todo de arte y literatura, filosofía y los fundamentos, de la existencia o inexistencia de Dios, Jesús, los Evangelio, Pablo de Tarso y de los orígenes del cristianismo.

Uno de ellos, Aldo Conti, acaba declarándose ateo… ¡un cardenal de la Iglesia católica!, y ofrece las razones de la ruta, no muy angustiosa ciertamente ya que goza de cierta paz interior, que le ha llevado a ese pensamiento. El otro expone también las dudas sobre la fe y su manera de comprender la figura de un Dios, ce cuya existencia no duda, aunque sostenga que debe entenderse de otra manera. Y los dos, a pesar de los pesares, son personas muy comprometidas con el futuro de la Iglesia y su papel en el mundo. Los dos sostienen que si la Iglesia –en el ámbito de los fundamentos teológicos– sigue manteniendo un estricto dogmatismo, decaerá en su influencia muy pronto, no sólo en el ámbito de lo estrictamente religioso, sino también en su influencia en el desarrollo de la cultura, incluida la del espíritu. Los dos opinan que la dogmática de las Iglesia se fundamenta grandemente en la teología elaborada por Pablo de Tarso y ambos consideran que el futuro prevalecerá lo que puede salvarse del mensaje de Jesús, pero sin los añadidos de Pablo.

Los amigos están muy interesados en el arte. Piensan ante todo que la buena literatura salvará a la humanidad de ciertos desvíos de filósofos y teólogos y proponen que el arte contribuye a una mejor intelección del ser humano. Argumentan que el arte no es solo placentero, sino que tiene también un efecto saludable que favorece el bienestar general de las gentes.

Aldo Conti expone algunas razones sobre la inexistencia de Dios y otro de los personajes habla del embrollo de la creación del universo por parte de Dios. ¿Se hubiera podido crear un mundo mejor? Si hay Dios, contra Leibniz se opina que ciertamente la divinidad pudo haber creado un mundo mejor para sus criaturas. Otro tema, tan querido por la teología del Antiguo Testamento, “¿Puede Dios intervenir en la historia de los seres humanos?”, se discute con argumentos por las dos partes. Un tema candente hoy es el del Diseño inteligente o evolucionismo; ¿puede el mensaje de Jesús deshacer las ideas sobre lo absurdo de la vida y llenarla de sentido?

En relación con Jesús, el autor va desgranando gran parte de lo que él cree su pensamiento general y lo considera un profeta apocalíptico pero que él mismo nunca pensó que él fuera el mesías-rey de Israel, y lo argumenta por medio de uno de los personajes del Diálogo: es muy difícil que Jesús se creyera el Mesías de Dios. Puesto que considera que Jesús fue muy inteligente y sabio es difícil concebir que se creyera el Cristo. Los evangelios, cuando ponen en boca de Jesús su mesianidad, son muy poco precisos o categóricos como debieron haber sido ante un fenómeno tan importante; también el Evangelio de Juan anda por las ramas. Es muy posible que donde los evangelistas dicen: «Tú lo has dicho», quizás resuene lo que pudo ser original: «Ellos lo dicen».

Al tener tanta estima por Jesús, hay poca estima, o quizás ninguna por Pablo de Tarso. Al autor le ocurre lo mismo que en el caso de Sócrates y Platón, y sostiene que Jesús fue un crítico declarado contra el abuso del poder, económico, político y religioso, del poder de Roma, del de los sacerdotes del Templo. Es muy verosímil –sostiene el autor– que a consecuencia de ello, y tal vez puesto que la gente empezó a decir que estaba dispuesta a seguir al maestro Jesús, Roma –con el acuerdo del Sanedrín– lo ejecutó por haber anunciado (por medio de la predicación del reino de Dios) la pronta caída del Imperio y haber estimulado o enardecido en esta dirección a algunos o a muchos… o que era intolerable en un Israel controlado por el Imperio. Mas, por otra parte, después del descalabro del Maestro en la cruz, tenemos a un Pablo –el primer seguidor importante de Jesús y que marcará el camino a seguir– que antes que criticar al poder, recomienda precisamente la sumisión al poder (Rm 13,1-7), o tolera que se tengan esclavos (Carta a Filemón). Pablo no explica casi nada del posicionamiento ético y teológico de Jesús de manera que si no se hubieran escrito los evangelios sabríamos muy poco de Jesús y Pablo no sabía que se fueran a escribir.

La teología y soteriología, doctrina de la salvación, de Jesús es sencilla: anuncia el fin de los tiempos en el que creían y esperaban muchos de los judíos de su tiempo, la llegada del reino de Dios y la necesidad de arrepentirse y entrar en él. Y se acabó; no hay más. Pero Pablo monta o inventa un nuevo plan de Dios; inventa o recoge una teología muy retorcida que más que un plan de Dios parece un teatrillo de Dios. Si lo que propone Pablo lo vemos como una obra de teatro trágico, tenemos lo siguiente: Dios envía a su hijo y mesías para que sea ejecutado, de este modo Él calma su ira –el autor entiende que Pablo lo piensa así en Rm 5,8-10 (“la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!”); 1 Tes 1,10 (“…Cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero, y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la Cólera venidera…”).

Ya calmado la divinidad, muy airada con la humanidad, resucita a su hijo cuyo sacrificio, al parecer, permite que él, el Padre, perdone a los seres humanos. Pero esto no acaba aquí, se necesita que en un segundo tiempo el Hijo, ahora ya glorificado y lleno de poder delegado, establezca la Jerusalén celestial en este mundo (este es discutible, ya que muy probablemente el mundo futuro para Pablo es totalmente ultramundano). Al parecer el Padre no pudo delegar su poder al hijo en su primera venida. A un Dios todopoderoso no le hace ninguna falta montar estas complicaciones. Es impropio de Dios organizar este teatro. El autor, a través de los dos personajes de su “Diálogo” que en esto coinciden, no cree en Dios y su increencia, en parte, se basa en las creencias que circulan por el mundo cristiano debido a la influencia de la teología paulina.

Seguiremos el próximo día con la exposición de las tesis que pertenecen a la parte de la historia que nos interesa, y sobre todo con la contraposición Jesús – Pablo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero