Tania Grasnianski desvela el destino de los “Hijos de nazis” (Esfera de los Libros)

Martin Adolf Bormann: el ahijado de Hitler que se hizo sacerdote

Matthias Göring, sobrino nieto del lugarteniente del Führer, se convirtió al Judaísmo

Jesús Bastante, 29 de agosto de 2017 a las 10:38

En 1961, Martin Adolf partió como misionero católico al Congo. “Permaneció allí muchos años y vivió algunos hechos traumáticos. Fue torturado y sometido a simulacros de ejecución. No le tenía miedo a la muerte, pero la tortura lo hirió para siempre”




un número tatuado en Auschwitz, Presos en Auschwitz-Birkenau;

Gudrun, Edda, Martin Adolf, Niklas, Matthias…. Hijos de Himmler, Göring, Hess, Frank, Bormann, Höss, Speer o Mengele, los responsables de los mayores crímenes de la Historia de la Humanidad. Sus padres y tíos hicieron el mal absoluto, y sus descendientes llevarán para siempre el estigma del Holocausto.

Son los “Hijos de nazis”, un brutal relato de Tania Grasnianski, publicado por La Esfera de los Libros. Niños judíos marcados con un número tatuado en Auschwitz-Birkenau; Bergen-Belsen, Mauthausey otros campos de exterminio nazis. 01

Entre los relatos, destacan dos: el de un sacerdote, y el de un converso al Judaísmo. Los hijos del horror, que encontraron en la fe una salida restaurativa.

Adolf Hitler fue el padrino de Martin Adolf, el primogénito de Martin Bormann, el secretario particular del Führer y considerado su heredero. Su nombre marcó, para siempre, la vida del joven ahijado del mayor criminal de la Historia.

Pronto, el joven Martin Adolf fue enviado a un internado donde creció en el marco disciplinario estricto de una educación nacionalsocialista, marcando el definitivo distanciamiento con el resto de la familia. El final de la guerra le pilló con 15 años y se refugió en el anonimato, acogido por una familia católica y rural. No se sabe con seguridad si Bormann murió cerca del búnker de Hitler en Berlín, en 1945, como apuntarían unas pruebas de ADN.

Martin Adolf supo del Holocausto, y de la decisiva participación de su padre en la Solución Final al término de la guerra. “En momentos en que el tribunal de Núremberg condenaba a su padre a muerte in absentia, Martin Adolf encontró su salvación en Dios. Abrazó plenamente el cristianismo, al que su padre había combatido encarnizadamente. El joven intentó comprender la aversión de su padre por la Iglesia católica. Porque fue Martin Bormann quien instituyó medidas para restringir el poder de la Iglesia”, subraya Tania Crasnianski.

En 1947, el hijo de Bormann se bautizaba, y en 1958, tras estudiar con los jesuitas, se ordenaba sacerdote. “No odio a mi padre -confesó en su día-. Durante muchos años, aprendí a diferenciar entre mi padre como individuo y mi padre como político y oficial nazi”. En 1961, Martin Adolf partió como misionero católico al Congo. “Permaneció allí muchos años y vivió algunos hechos traumáticos. Fue torturado y sometido a simulacros de ejecución. No le tenía miedo a la muerte, pero la tortura lo hirió para siempre”, subraya la autora.

En 1971, sufrió un grave accidente de coche. “Cuando volvió en sí, junto a su cama había una mujer, una religiosa que lo cuidaba (…). Se enamoraron a primera vista“. Ambos colgaron los hábitos y se casaron. Él continuó su trabajo teológico, que fue reconocido en toda Alemania durante el postconcilio. Preguntado en los años ochenta por el “muro de silencio” que hubieron de levantar los descendientes de los responsables de la masacre nazi, Martin Adolf Bormann reveló que “yo tuve que guardar silencio, callarme, por miedo justificado o injustificado de ser descubierto y perseguido como hijo de mi padre, y de que me acusaran de todos los crímenes cometidos por el régimen nazi: crímenes que conocí después. Con mis padres, nunca tuve la oportunidad de hablar del pasado, y de la responsabilidad que ellos tuvieron en ese pasado”.

Matthias Göring, sobrino nieto de Herman Göring, el jefe de la Luftwaffe y lugarteniente de Hitler, se convirtió al judaísmo. A los cuarenta años -destaca la autora- , decidió usar una kipá y una estrella de David, comer kósher y celebrar el Sabbat. “A comienzos del siglo XXI, tras la quiebra de su gabinete de fisioterapia, su esposa lo abandonó; desesperado, estuvo a punto de suicidarse (como su tío abuelo, condenado en Nüremberg por el Holocausto). Rezó para que Dios acudiera en su auxilio y creyó haber recibido señales que lo llevaban a Tierra Santa. Decidió ir a Israel e integrar la comunidad de las víctimas”.

“No me siento culpable”, afirma Matthias. “Existe una culpa espiritual en nuestra familia, en la nación alemana, y es nuestra responsabilidad declararlo abiertamente. Creo que Dios ha tomado esta oportunidad de usar mi nombre para cambiar algunas cosas en el corazón de los otros”.