Nos preocupa más el hecho de la violencia y sus aterradoras consecuencias, que las causas que originan y justifican la mentalidad y las ideas que llevan a los terroristas a matar con la conciencia del deber cumplido. Y es evidente que, si no atajamos las causas y la mentalidad que la justifica, por más policías que tengamos, la violencia terrorista seguirá campando a sus anchas. Quienes pierden el miedo a que los maten, matarán a otros.

    Como es lógico, un fenómeno humano de estas dimensiones, no se puede desentrañar en un breve artículo como éste. Por eso me limito a decir algo sobre una de las causas que motivan la violencia. Me refiero a la religión.

    Se dice que los terroristas, por más que les laven el cerebro y los droguen, le pierden el miedo a la muerte porque saben que morir matando por la religión, eso es lo que les abre las pertas del paraíso para gozar sin fin. ¿Qué pueden hacer las fuerzas de seguridad del Estado ante un sujeto que lleva en lo más hondo de sí mismo semejante convicción?

    Y es que, según creo, no hemos pensado a fondo que la misma base del cristianismo es un asesinato, la muerte inocente del hijo de Dios (W. Burkert). No olvidemos nunca que “el sacrificio es la forma más antigua de la acción religiosa” (H. Kühn), como ha demostrado sobradamente la paleontología y sus ciencias afines. Así que está más que demostrado que lo primero, en la historia del “hecho religioso”, no es Dios, sino el sacrificio: matar una vida. En realidad, “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. van der Leeuw). Por eso, no nos debería sorprender que, analizando pacientemente el Antiguo Testamento, “en cerca de mil pasajes se habla de que la ira de Yahvé se enciende y castiga con la muerte y la ruina” (R. Schwager; J. A. Estrada).

    No es posible analizar aquí este fenómeno más despacio. Sólo quiero indicar que, como es sabido, en el islam, el yihad es “un concepto problemático” (J. J. Tamayo). Porque, como ya señaló Abu al-Mawduli, este concepto justifica la guerra santa en la idea de que el Islam es un sistema integral que tiene como objetivo eliminar los demás sistemas falsos en el mundo.

    Pero, en la religión, es determinante no sólo “el sacrificio”, sino además “el dogma”. Esta palabra designaba, en la Antigüedad, los “decretos imperiales” a los que cabe otra respuesta que el sometimiento incondicional. Someter sobre todo la mente. Es verdad que en el N.T este concepto no es fundamental. Pero, a medida que el cristianismo se fue organizando como “institución religiosa”, inevitablemente el “dogma” fue ganando en importancia y presencia en la sociedad y en la vida de los fieles. El Magisterio de la Iglesia precisó y delimitó las verdades que han de ser aceptadas como verdades “de fe divina y católica”: no sólo las que se contienen en la palabra de Dios, sino que además son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ya sea en un concilio ecuménico, en una definición papal o por el Magisterio ordinario como tales verdades de fe (Conc. Vaticano I. DH 3041).

    Un dogma tiene que reunir estas condiciones. No todo lo que se dice en los sermones, en los catecismos, en una encíclica… es “dogma de fe”. Cosa que es lamentable y desconcierta a mucha gente.

    En cualquier caso, lo más importante, cuando hablamos de este asunto, es insistir en que está bien comprobado que las religiones, cuando son enseñadas y vividas como debe ser, mejoran las conductas de la gente. Y, por lo que se refiere a un cristiano (como es mi caso), lo que veo con más claridad y seguridad es que el Evangelio nos enseña que Jesús se dio cuenta y defendió, hasta la muerte, la grandiosa afirmación del profeta Oseas (6, 6): “Misericordia quiero y no sacrificios”. La “religión de Jesús” es única y exclusivamente la “religión de la bondad”, de la paz, del bien, que lucha contra el sufrimiento.