Por un fin a las mentalidades machistas que distorsionan la fe

“Si Jesús se encarnó en un varón, ¿la salvación que nos trae es igual de efectiva para las mujeres?”

“En los Evangelios la presencia de las mujeres es mucho más importante de lo que nos han hecho creer”

Las mujeres han sido más propensas a vivir el lado de sufrimiento y resignación que puede verse en la cruz, y menos el lado de profecía y compromiso

“Cristología feminista”. Este concepto causa gran desconcierto. Cristología se refiere al estudio sobre Cristo. Pero, ¿feminista? El término feminista produce gran rechazo. Casi siempre se asocia a la pérdida de la “feminidad”, es decir, a las mujeres que parece quieren acabar con los varones y viven un libertinaje en muchos sentidos.

No harán falta mujeres que sean así y algunas de estas que se llamen feministas. Pero no hay un solo feminismo y no todos se inscriben en esa descripción que acabamos de hacer.

En realidad, el feminismo en su significado original es un movimiento social que ha luchado por los derechos humanos de las mujeres y ha conseguido establecerlos en las legislaciones de los países, garantizando que sean reconocidos y se pueda exigir su cumplimiento. Como lo dice el Papa Francisco, “si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos” (Amoris Laetitia, 54).

Ahora bien, como en este momento, ya gozamos de estos derechos, perdemos “la memoria histórica” de un pasado de muchos siglos durante los cuales, las mujeres no fueron ciudadanas, ni gozaban de derechos. Por eso cobra sentido hablar de feminismo. Por una parte, para recordar cómo fue que llegamos a tener derechos y, por otra, para seguir trabajando porque esos derechos lleguen a todas las mujeres de todas partes del mundo.

Pero no basta que la ley brinde condiciones de igualdad. Más difícil que cambiar leyes, es cambiar mentalidades. Y la mentalidad machista -introyectada en varones y mujeres- hace más difícil esa puesta en práctica de los derechos de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia.

Pero ¿qué tiene que ver todo eso con la teología y, concretamente, con la cristología? Pues bien, en las últimas décadas se ha tomado conciencia de que hablar sobre Dios no es algo ajeno a la realidad y por eso han surgido muchas preguntas sobre de qué manera la religión contribuye a transformar las situaciones que no son dignificantes para las personas. Y, en el caso que nos ocupa, de qué manera lo que decimos sobre Cristo contribuye a la dignidad de la mujer. En este sentido es que al tratado de cristología se le añade la palabra feminista.

Alguno pensará que no hace falta hacerse preguntas en ese sentido porque el mensaje de Cristo es liberador siempre. Por supuesto que sí. Pero, a veces, la manera cómo se enseña y cómo se vive, no ha ido en esa dirección.

De varios temas trata la cristología feminista. Tal vez el más conocido, es la relación que Jesús establece con las mujeres y la misión que les confía. Parece obvio, pero esto no ha sido siempre así. La figura de los discípulos ha sido tan sobrevalorada que la presencia de las mujeres se ha considerado accesoria.

Es en tiempos recientes que se destaca el papel de María Magdalena como la primera a la que Jesús se le aparece una vez resucitado. No es que no estuviera en la Sagrada Escritura. Pero no se le daba la importancia que tenía. O la confesión de fe que hace Marta, la hermana de Lázaro: “Yo creo que Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Jn 11, 27), es igual a la que hace Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Pero la de Pedro se ha predicado insistentemente, la de Marta es ahora que comienza a tenerse en cuenta. Y, así se podrían invocar muchos otros ejemplos del evangelio, donde la presencia de las mujeres es mucho más importante de lo que nos han hecho creer.

Pero otros temas también son importantes. Y si Jesús se encarnó en un varón, ¿la salvación que nos trae es igual de efectiva para las mujeres? Tal vez nunca lo habíamos pensando, pero no es una pregunta irrelevante. De hecho, algunos Padres de la iglesia y teólogos tan importantes como Santo Tomás, no dudaron en decir que la mujer era un varón imperfecto o que la mujer solo se salvaría si de alguna manera su alma se hacía varonil. Todo esto hay que estudiarlo con detenimiento y es necesario hacer precisiones. Pero lo que no se puede negar es que el prejuicio contra las mujeres ha sido real y algunas posturas eclesiásticas no han favorecido la igualdad de mujeres y varones.

Sobre los títulos dados a Jesús, todos conocemos el de Mesías, Logos, Hijo de Dios, etc. Pero la Sagrada Escritura nos habla de otro título, el de “Sabiduría de Dios”. Este título no se ha predicado con la misma fuerza que los demás y la ventaja que tiene es que al ser una palabra de género gramatical femenino, nos permite entender que lo femenino también expresa la realidad de Dios.

Finalmente, la cruz de Cristo siendo tan importante y central en la fe cristiana, necesita una comprensión adecuada a los condicionamientos sociales. Las mujeres han sido más propensas a vivir el lado de sufrimiento y resignación que puede verse en la cruz. Menos el lado de profecía y compromiso que fue lo que hizo que Jesús fuera condenado a la muerte en cruz. Cuando se mira la cruz desde la dinámica de recuperación de la dignidad de las mujeres se comprende que la predicación de la cruz tiene que tener más el aspecto de compromiso que el de aguante y resignación a su suerte.

En otras palabras, no es que el feminismo haga que la fe sea liberadora para las mujeres. La fe es liberadora por ella misma. Pero como la fe es encarnada, mientras culturalmente no haya transformación de mentalidades, la fe se distorsiona más de lo que pensamos. Y al intentar articular estos aspectos con las necesarias transformaciones que la realidad de la mujer hoy nos presenta, se abren nuevas dimensiones que potencian la experiencia de fe y la hacen más significativa para el mundo de hoy