“No es el fin de la espiritualidad, sino de los dogmas y creencias”

José Arregi: “El fin de las religiones en su forma actual se dará más pronto que tarde”

“En cuanto a la Iglesia, pensar que podrá bastar con cambios de estilo me parece un engaño”

¿Tienen todavía las religiones algo que ofrecer? Solo a condición de que acierten a rescatar el tesoro de sabiduría que se oculta en sus viejas tradiciones y textos, despojándolos de ropajes y lenguajes ya inservibles

Es conocida la pintura egipcia de la tumba de Sennedyem, de hace 3.200 años aproximadamente: un campesino labra la tierra con un arado tirado por una yunta de vacas, o de una vaca y de un buey. Viví muy de cerca ese mundo tan próximo y lejano a la vez. Así se labraba la tierra en nuestro viejo caserío y en casi todos los demás hace 60 años, e incluso hace solamente 50. Era otro mundo.

Y como se labra la tierra se imagina el cosmos. Según cómo sea el sistema de producción de los bienes que consumimos, así serán en buena medida nuestra visión del mundo y nuestras relaciones sociales, nuestras filosofías y religiones, toda la cultura. “Cultura”, “cultivo” y “culto” tienen la misma raíz, las mismas raíces en la tierra en la que hemos brotado y que somos.

Digo todo ello para destacar la profunda mutación religiosa que exige de nosotros la radical mutación cultural que estamos viviendo. Todas las grandes tradiciones religiosas vivas de hoy -religiones de la India, budismo, judaísmo, cristianismo, islam…- hunden sus raíces en culturas propias de hace milenios.

Entonces tenía sentido -era “creíble”, coherente con la visión del mundo- hablar de cielo-tierra, de ángeles y demonios, de muchos dioses o de un único Dios Creador, de cuerpo y alma, reencarnación y resurrección, de tiempo y eternidad, de más acá y más allá, de culpa y perdón, de nacimientos virginales y otros milagros o sucesos “sobrenaturales”, de expiación y gracia, de salvación y condenación eterna, de dogmas revelados y ritos necesarios, de ministros sagrados, siempre varones…

Pero en los últimos 50 años, desde el mundo agrario hasta el mundo postindustrial de la información, del conocimiento y del cambio acelerado, la cultura en que vivimos ha cambiado más que en los últimos 5.000 años, o que incluso en los últimos 10.000, desde el inicio de la agricultura en Mesopotamia, Egipto, China…

En la cultura en que vivimos y que se extiende por doquier, las religiones con sus dogmas, creencias e imágenes milenarias, tocan a su fin. No es el fin de la espiritualidad o de la sabiduría o de la cualidad humana profunda, sino de los sistemas religiosos tradicionales. Y no nos engañemos: el fin de las religiones en su forma actual se dará más pronto que tarde en todos los continentes y países, allí donde se difundan la universidad y las ciencias. En lo que se refiere a la Iglesia católica, pensar que podrá bastar con cambios de estilo, reformas curiales y nuevos nombramientos episcopales me parece un engaño y una gran irresponsabilidad.

Está en juego la vida, la humanidad, la comunidad de los vivientes. La propia especie Homo Sapiens -aparecida, nos dicen ahora, hace 300.000 años en Marruecos- se encuentra en un momento crítico, pues ya se están diseñando una especie viva o unas máquinas inteligentes más poderosas que él. El hiper-humanismo o el transhumanismo están a la vuelta de la esquina. Las posibilidades son insospechadas y las amenazas, terribles. Si no es para bien de todos los vivientes, será para exterminio de todos.

Volvamos a la pintura de la tumba egipcia. Llama la atención la postura del campesino: ostensiblemente encorvado sobre su arado, levanta la fusta sobre las vacas en ademán de azotarlas. Encorvado, levanta la fusta. No sabemos cuál de los dos es más esclavo: el animal o el humano. O la tierra que labran. Es el precio de la agricultura. ¿Es el precio del desarrollo? Y lo malo es que, después de 3.000 años, seguimos en las mismas, e incluso vamos a peor: nunca hemos esclavizado tanto la tierra ni hemos sido tan esclavos los unos de los otros.

¿Tienen todavía las religiones algo que ofrecer? Solo a condición de que acierten a rescatar el tesoro de sabiduría que se oculta en sus viejas tradiciones y textos, despojándolos de ropajes y lenguajes ya inservibles. El Espíritu creador y liberador que movió a Jesús ha de ser liberado de las formas viejas que lo aprisionan, como brota la vida del grano que desaparece en el seno de la tierra.