El problemazo de las vocaciones al sacerdocio

“Poco a poco habrá que ordenar casados”

“Al no solucionarse el problema, las consecuencias son gravísimas”

Josemari Lorenzo Amelibia,

Cuanto más corra el tiempo, más difícil será la solución, porque la fe empobrece; las costumbres se paganizan


Sacerdocio como servicio

Nuestro país ha sufrido en estas últimas décadas el fenómeno de una disminución drástica de sacerdotes: alrededor de unos 22% secularizados solamente en las décadas de los 70 y 80; por cada veinte fallecidos hay una o dos ordenaciones.

La merma de nuevas vocaciones es abrumadora: a mediados del siglo XX los seminaristas llenaban los seminarios españoles; hubo en aquellas décadas hasta quince mil; hoy, apenas 1500. La edad media del clero oscila en nuestra patria de entre 65 y 75 años, según diócesis: excesivamente alta, ya que sólo el 10% de los sacerdotes es menor de cuarenta años. Dentro de pocos años, la edad media será 45 a 50 años, porque habrán muerto ya la mayoría de los ancianos.

El sacerdocio es uno de los pocos sectores profesionales, donde no es preciso guardar cola para encontrar un puesto de trabajo. Todo lo contrario: en algunas diócesis los obispos están supliendo la carencia de sacerdotes con diáconos casados.

¿Y qué funciones tienen estos señores? Algo así como las de un monaguillo de primera o un sacristán mayor. No pueden decir Misa ni confesar; suplen al párroco en algunos ministerios, como entierros, comuniones y tal vez bodas; dejan descansar un poco al cura de almas. Y pueden dedicarse a quehaceres que un seglar cualificado podría realizar.

Los obispos, hace ya mucho tiempo, han dado la voz de alarma: hoy todavía existen sacerdotes, aunque los más son de edad avanzada. Al no solucionarse el problema, las consecuencias son gravísimas, por la dificultad de mantener y extender nuestra fe. Y esto ocurre hoy, el día de mañana no sabemos hasta dónde se podrá llegar.

Desean las jerarquías de la Iglesia que no quede el rebaño sin pastores. Llevan años intentando abrir espitas vocacionales, mas no logran su propósito. Ni la promesa colectiva de clérigos junto a sus obispos en la mañana del Jueves Santo, ni los planes diocesanos de pastoral vocacional, consiguen apenas mover la voluntad de jóvenes que ingresen en el seminario.

Al parecer, una de las causas que motivaron a Juan Pablo II a conceder escasísimas dispensas a los clérigos para contraer matrimonio, ha sido el temor a quedarse con un ejército sacerdotal empobrecido y envejecido. Dicen que Paulo VI se lamentaba hondamente de haber abierto tanto la mano: habían dejado las filas clericales muchos y, con frecuencia, de los mejores.

Varios miles de sacerdotes que un día contrajeron matrimonio, se ofrecieron a la Iglesia para desempeñar el ministerio oficial. Eran los pastores sin rebaño. Pero la jerarquía cerró sus oídos. Ahora, aunque los acogieran, poco se iba a solucionar: muchos han muerto; la mayoría de los que quedan son ya ancianos.

A los reiterados ofrecimientos de estos pastores sin rebaño han respondido los prelados con el silencio, o con esta frase: “No está en nuestras manos otorgarlo”. ¿Se pueden despreciar olímpicamente miles de vocaciones reales, mientras se lanzan campañas para reclutar algunos posibles centenares?

Cabe todavía alguna solución:

– acoger al grupo de los que pueden y quieren volver.
– permitir el sacerdocio a los diáconos que lo deseen.
– ordenar a hombres casados. Todavía los encontrarían.

Cuanto más corra el tiempo, más difícil será la solución, porque la fe empobrece; las costumbres se paganizan. Urge mucho tomar decisiones. Mientras salgan jóvenes que acojan el celibato, aprovecharlos. Pero poco a poco habrá que ordenar casados y modificar sustancialmente la ley del celibato clerical. Y el tiempo urge