Se cuentan historias. Y algunas las llevamos en nuestros recuerdos de perros que mueren después de haber amado y mucho a sus dueños. Yo creo que son animales cuyas vidas merecen una matrícula de honor.

Como yo soy muy anciano, confieso que lo único que me preocupa es morir sin haber aprendido a amar. Es un asunto que desde un poco de tiempo a esta parte me preocupa y no poco. El hecho de vivir con alguien que sí sabe de eso me ha despertado la conciencia, me han crecido las preguntas. Pero temo que llegó tarde. Es poco tiempo el que tengo. Y esto de amar no es cursillo de diez días. Mucho me temo que me iré a la otra vida sin la matrícula de honor de Priti, el perro blanco que murió de pena, sin querer comer porque a pesar de ir, todos los días, a las puertas del colegio de monjas en Alhucemas ya nunca más vio salir a mis hermanas y a mí. Nosotros nos habíamos ido al Puerto de Santa María en cuyo penal destrozaban a mi padre los de Franco por no estar de acuerdo con ellos.

Priti no tenía
culpa de nada. Pero también fue víctima de aquellos militares. El no murió por odio. Murió de amor.

¿Dónde aprendo yo amar? Algunos se reirán y pensarán que es literatura barata. Pues no. A pesar de mis estudios, a pesar de mi larga vida de jesuita, a pesar de haberme ordenado de sacerdote, a pesar de mi matrimonio, a pesar de haber sufrido mucho por sacar a una familia adelante, a pesar de haber hablado muchísimas veces sobre el amor, a pesar de haber tenido amores, a pesar de muchos pesares confieso que no sé qué es amar. Y me temo que ya no lo voy aprender.

Sí he llegado a saber o intuir que eso de amar debe ser algo muy bello. O lo más bello. Algo tan bello como la muerte de Priti.

Quizá el amor tenga algo de egoísmo. Quizá tenga que tener algo de egoísmo. Quizá el amor tenga que tener un componente sexual. Quizá se asemeje a la electricidad con polo positivo y polo negativo para sentir la corriente.

Quizá solo pueda ser espiritual para ser divino. Quizá solo se pueda amar a Dios. O quizá haya que meter por medio a Dios entre amante y amado. O quizá haya que amar antes lo que se ve para poder amar lo que no se ve.

¿Y si el hombre solo pueda amar a la mujer, y nunca a otro hombre?

¿Dónde están las reglas del amor? ¿Quién tiene el catalizador para descubrir los fraudes? ¿Es la amistad un sucedáneo del amor?

¿El amor es una realidad unívoca? ¿Sirve para Dios, para lo humano, para el hombre, la mujer, tu hijo, tu padre?

Quizá estas preguntas solo sean excrecencias de una mente calenturienta y desconcertada.

A pesar de todo, le aconsejo que no ordeñe a los demás. Dese a los demás. En dar hay más amor que en ordeñar.

Luis Alemán Mur