EL REINO DE LOS CIELOS HAY QUE ENCONTRARLO ANTES DE MORIR

Sí así: el reino de los cielos hay que encontrarlo aquí en la tierra, mientras vivimos. Nos contaron una novela ficción. Desde el Vaticano para abajo; desde antes de la edad media a nuestros tiempos; en todas las hojas de los catecismos y del derecho canónico; en los libros de alta y baja teología todo está orientado a buen morir para que nos admitan en el Cielo, arrepentidos y perdonados. Todo porque al otro lado de la muerte está el Reino de los cielos.

Si esto fuese así, la vida de Jesús es la de un misionero rural que luchó para arrancar una confesión general de los pecados y de esta manera saldar las cuentas a cambio de una entrada a la eternidad donde nos espera Dios.

Y si este sigue siendo su catecismo, yo no pretendo perturbar su paz. ¡Que su Dios le ampare! Lo único que pretendo es que pensemos ambos con valentía.

Ahora podría poner como ejemplo en concreto mi vida cristiana. Pero pienso que tendrán valor para mí, pero dudo que valga a los demás. Voy a recurrir a ejemplos llamativos y muy actuales. El primer ejemplo iluminador es el santo católico Óscar Arnulfo Romero, obispo del Salvador. Este hombre cumplía con exactitud el derecho canónico. Era un obispo con el que el Vaticano estaba contento. No creaba líos y era devoto. Pero de pronto cae en la cuenta de que el pueblo, además de a Dios, lo que necesita es pan y una vida humana. Y comprendió que ese pueblo era el Reino de Dios. Romero se ilumina por dentro y dedica su trabajo, su palabra y su actividad de obispo al famélico reino. Y vinieron las complicaciones con las autoridades. El Vaticano, asustado ante los conflictos con las autoridades civiles, llega incluso a negar la palabra a su obispo. Eso de encontrar el reino de Dios no era asunto de los obispos.

Segundo ejemplo. Su proceder llegó a ser agrio y desconsiderado como Provincial de los jesuitas. No aceptaba fácilmente las nuevas teologías provenientes de Europa. No eran bien vistos los profesores que venían de la facultad de teología de Granada, España. Había sido formado bajo la estricta obediencia a lo establecido. Su sequedad y aceptación de lo establecido creó problemas en sus comunidades. Roma lo hizo Arzobispo de Buenos aires y enseguida Cardenal.

Como era hombre de corazón sano, al leer el informe sobre la situación moral del Vaticano, informe que provocó la dimisión de Benedicto, Bergoglio se convirtió al evangelio. Algo parecido a lo de Saulo, camino de Damasco. Cambió de nombre de Jorge Bergoglio por el de Francisco. Cuando apareció en el Balcón ante la multitud se puso de rodillas rompiendo el protocolo. Era demasiada corrupción la que caía sobre sus espaldas. Pidió perdón, porque se sintió iglesia maloliente. El Vaticano no era el Reino de los cielos. Aquello era como una gran estafa al pueblo cristiano, al reino de Dios. Tenía que pedir perdón.

Abandonó el Palacio apestado y corrompido y se fue a buscar el reino de los cielos. Desde entonces, unos cuantos canallas le persiguen. Dejó la limusina. Aligeró el ropaje. Buscó al pueblo. El pueblo estaba enfermo, con hambre, muriendo en las fronteras. Allí aprende el evangelio limpio. Le da lo mismo morir como el Maestro. Ha encontrado el reino de los cielos.

Luis Alemán Mur