Berengario de Tours (aprox. 998-1088) fue un monje benedictino, autor de la doctrina que negaba el dogma de la transustanciación. Esta doctrina de Berengario fue condenada en los años 1050 y 1051. Berengario se retractó en el Concilio lateranense (1059).

En 1039 es nombrado archidiácono de Angers pero continuó viviendo en Tours

En 1047 Berengario mantuvo una polémica con un tal Lanfranco de Pavía, abad del monasterio de Le Bec, en Normandía y futuro arzobispo de Canterbury, sobre la naturaleza de la Eucaristía, dogma de fe cristiana desde 1215, según la cual, durante la celebración de la misa el pan y el vino del celebrante se transforman realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo.. Para Berengario no ocurre realmente ninguna transformación, siendo el pan y el vino, únicamente símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo; para Lanfranco, en cambio, el pan y el vino son realmente cuerpo e sangre de Cristo.

Denunciado por Lanfranco, Berengario es hecho prisionero y después condenado en el Concilio de Vercelli del año 1050. A causa de las sucesivas reafirmaciones de sus tesis, volvió a ser condenado en el Concilio de París del año1051, en el de Tours de 1055, de Roma de 1059, de Poitiers de 1075, de Saint Maixeut de 1076, en el de Roma del año 1078 y, finalmente en el de Burdeos de 1080 en el que Berengario manifiesta creer que, después de la consagración, el pan se convierte en el verdadero cuerpo de Cristo, el cuerpo nacido de la Virgen, y el pan y el vino sobre el altar, gracias al misterio de las palabras de Nuestro Salvador, se convierten en sustancia en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo.

En 1215, en el IV Concilio Laterano, la transustanciación se convirtió en dogma de fe.

Retomando las nociones aristotélicas sobre sustancia y accidente, Berengario afirma que si una sustancia desaparece, desaparecen también sus propiedades, que están intrínsecamente ligadas a aquella: si en la Eucaristía la sustancia del pan y del vino desaparecen, deberían desaparecer sus propiedades accidentales, como el sabor, el olor, el color etc.; desde el momento que esto no sucede las sustancias del pan y del vino deben continuar subsistiendo durante el acto de la consagración.

Para Berengario el pan y el vino son sólo un símbolo de realidad espiritual, un signum sacrum, un sacramento en el sentido agustiniano, es decir un signo visible que permite aferrarse, más allá de la apariencia sensible, a la idea de la Pasión de Cristo.

Este teólogo fue víctima de las intrigas eclesiásticas. Hoy día se entienden mejor sus ideas y su sana intención. Fue también víctima del “palabro”

Luis Alemán Mur